Recobrar la esperanza

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31 de enero de 2020
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12:03 am
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Recobrar la esperanza

Por: Juan Ramón Martínez

Debemos derrotar el miedo. Y disminuir el pesimismo que nos agobia, reduciendo los grados de intolerancia con que se manejan los desacuerdos entre políticos, intelectuales, dirigentes sociales, y gente de a pie. Por eso, veo con optimismo y esperanza el cierre de la segunda legislatura y el inicio de la tercera. Porque, debo confesar, me avergüenza la forma cómo las élites dirimen sus diferencias y en la que, es notoria la falta de madurez con que confrontan sus diferencias sobre cómo mejorar las cosas. En otros momentos del pasado legislativo, las diferencias se manejaban con el discurso pleno de ideas, las ironías de filo quirúrgico; e incluso, con buen humor. Ahora desde que Beatriz Valle llevó el pito al Congreso, convirtiendo el pleno legislativo –por momentos– en campo de embriagados fanáticos del fútbol, el prestigio de los diputados se ha debilitado enormemente. Sin embargo, el hecho que solo Dixon y Castellanos, sigan aferrados a la mala crianza, encallados en el irrespeto a las formalidades del proceso legislativo, es singular y esperanzador. No tanto para felicitarlos, claro que no. Ellos siguen aferrados a un modelo escolar de infantes mal portados, interesados en llamar la atención, por medio del irrespeto a las reglas básicas de la convivencia. Y en estos casos, las fórmulas mínimas del comportamiento legislativo. Da ánimo y esperanza que solo ellos dos, siguieron comportándose como niños malcriados. Y que el resto de sus “condiscípulos irrespetuosos” no rompieran la campana del presidente del Congreso; no pusieron en riesgo la salud del diputado Castro; ni ningún colega le puso fuego a un ejemplar de la Constitución. E incluso, anima creer que Dixon y Castellanos, –menos agresivos– muestran que, poco a poco, humanizan su comportamiento, entendiendo que los irrespetos a las reglas, no prestigian a nadie; ni son señales de madurez y seriedad, que el público celebre.

No hay duda que la legislatura concluida es de las mejores. Consiguió acuerdos que, por momentos parecían inimaginables, entre las fuerzas políticas que, depusieron el cuchillo sangriento y la palabra vulgar, para establecer arreglos que le permitan a Honduras, ganar tiempo y consagrar las energías de todos, en la atención de la falta de crecimiento económico, el uso y crecimiento de la deuda interna y externa, la falta de organización de los cuerpos intermedios en el interior de la sociedad civil, la pobreza vergonzante que nos desnuda como una colectividad incapaz de guardar el arcabuz para que, con el arado en la mano, producir lo que necesitamos para llevar una vida digna. Y recobrar la esperanza, reduciendo la crispación colérica que manejan algunos entre sí, y abrir los espacios para el diálogo.

Como creo que la “calle”, la protesta violenta y el comportamiento inmaduro huyen hacia el monte, para hacerle espacio al diálogo para oírnos los unos a los otros, tengo la confianza que si cambiamos la forma de ver los hechos, podemos salir del rechazo al otro; buscando entre todos, el camino que nos permita desarrollar a Honduras. En una conversación con colegas que tienen puestos de dirección en la formación de las nuevas generaciones, les proponía que, en vez de ver las cosas malas, nos consagráramos a imaginarnos que estas son diferentes. Por ejemplo, imaginar qué pasaría con un Congreso deliberante, con gente inteligente; pero respetuosa. De la misma manera, imaginar cómo sería el futuro si, en vez del vacío, o el populismo de derecha, repartidor de subsidios que paralizan a los pobres, –manteniéndoles amarrados a la marginación en donde han caído, tuviéramos una política de desarrollo en donde los fuertes e inteligentes, inviertan y crearan empleo. Al tiempo que, con una nueva estrategia, los pobres –en vez de mendigos maliciosos–, trabajaran para dejar atrás la indefensión y la mesa vacía. E, imaginar que, en vez de políticos incultos, “rurales” y con “espuelas”, tenemos patriotas inteligentes, con espíritu democrático, que respetan la ley y que colocan a Honduras, primero que sus intereses personales y sus egos desmesurados.

Si pensamos así, recobraremos la esperanza. Y tendremos fuerza para controlar a los que han impedido, –desde cuando Francisco Ferrera, retiró a Honduras del pacto federal hasta los que gritan como energúmenos–, el desarrollo del país. Rechazar el pesimismo y recobrar la esperanza, puede devolvernos el optimismo, para hacer de Honduras, una gran nación.

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