PAZ DURADERA

ZV
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2 de febrero de 2020
/
12:47 am
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PAZ DURADERA

EN los tiempos que vivimos, o apenas coexistimos, el antiguo ideal de la paz civilizada se vuelve un tema recurrente. Desde tiempos inmemoriales, en los comienzos de las primeras construcciones urbanísticas, los hombres y mujeres racionales han venido soñando con el sentimiento de cooperación comunitaria y con la práctica concreta de la paz entre las tribus periféricas; y entre las ciudades y los primeros estados. A pesar de las guerras continuas, algunas desgarradoras y otras asoladoras, los hombres han continuado con ese viejo sueño de alcanzar la genuina tranquilidad humana.

Los grandes moralistas comprometidos con las causas nobles, y los profetas ecuánimes de diversas religiones y tendencias de pensamiento, han alzado la bandera de la paz para dirimir las diferencias hacia lo interno de la misma sociedad de que se trate; o frente a las fuertes diferencias entre unas naciones y otras. En el contexto aproximado del belicismo europeo napoleónico y anti-napoleónico, un pensador alemán publicó a finales del siglo dieciocho un libro titulado “Sobre la Paz Perpetua”, que contiene propuestas e ironías, pensado en la posibilidad de construir, desde Europa, una confederación mundial que se encargara de procurar el respeto entre los diversos estados y naciones. Aquella obra fue publicada con aproximadamente dos siglos de anticipación a que se cristalizara el proyecto de la “Unión Europea”. No deseamos juzgar el papel actual de esta mancomunidad modernísima de estados y naciones, respecto de las convulsiones sociales, políticas y militares que se observan en distintas regiones del mundo. Ni siquiera les vamos a prejuzgar en relación con la criminalidad gansteril que se observa en países frágiles y pequeños como el nuestro. Pues consideramos que el sueño de una paz duradera, de largo alcance, sigue siendo eso, un sueño. En último caso es un proyecto más o menos utópico, al cual nunca debemos renunciar. Ni como sociedad ni tampoco como individuos.

Inclusive las personas más humildes desean que se acaben las confrontaciones entre los parientes, los amigos, los vecinos, los correligionarios y los compatriotas que difieren en sus diversos puntos de vista. No digamos entre países poderosos que ponen en grave peligro sus propias estabilidades internas, con posibles consecuencias terribles para el resto de la humanidad. Hay mucha gente buena en el mundo que reza todos los días para que se aplaquen los conflictos y se alcance el viejo sueño de una “paz perpetua”. Otros rezan para que se extingan los incendios forestales y urbanos en distintas coordenadas geográficas tales como las de la vasta Amazonía, Australia, España, California y en nuestro propio país.

Lo anterior significa que incluso las diversas sectas y religiones pueden coincidir en actos morales bienhechores para beneficio de las civilizaciones actuales. Por eso resulta incomprensible que algunos terroristas invoquen el nombre de Dios para hacerle la vida de cuadritos a sus propios “correligionarios”, y que especialmente atenten contra las vidas sagradas e indefensas de gente de religiones contrarias. Es más, en los tiempos actuales la “libertad religiosa” ha sido proclamada como uno de los derechos humanos inalienables; como igualmente inalienable es el derecho de soñar; porque siempre deberíamos pensar en aquel principio de fraternidad que se proclamó durante la revolución francesa, y que tantas veces ha sido violentado. Hay que trabajar sin descanso, tanto en los planos espirituales como materiales, para que algún día más o menos cercano los seres humanos podamos convivir pacíficamente al margen de nuestras diferencias históricas, políticas, ideológicas, económicas, filosóficas, raciales y religiosas.

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