Caos, orden y perspectiva

OM
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6 de febrero de 2020
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12:40 am
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Caos, orden y perspectiva

Las mascarillas y otros trilemas

Por Segisfredo Infante

La noción del caos fue percibida, o incluso imaginada, por los primeros hombres de las antiguas civilizaciones del planeta. Especialmente por los profetas hebreos y por los filósofos griegos, en este orden de precedencia histórico-cultural. También el fenómeno fue percibido por algunos pensadores y estadistas chinos, antiguos y contemporáneos. Del caos y el desorden, para ellos, surgía el cosmos universal, o debiera imponerse, para tranquilidad de los seres humanos organizados en colectividad. Pero en la esfera de la política es bastante probable que el primero en sistematizar un pensamiento ciudadano más o menos realista fue Aristóteles, aunque a veces desde una postura aristocrática y otras veces desde una aceptación democrática, según fueran las “constituciones” de cada uno de los Estados políticos griegos que el filósofo había tenido oportunidad de escudriñar. Esto último se puede estudiar en su tratado de la “Política”, que es un esfuerzo por superar “La República” utópica aristocrática de su maestro Platón.

Con Aristóteles, pues, surge la ciencia política, que es una cosa muy diferente, en forma teórica anticipatoria, de las simples y lapidarias maquinaciones artísticas del italiano Maquiavelo. O de las perversiones megalómanas, algunas veces crueles e inhumanas, que hemos observado en el “civilizado”, espléndido, fanático e intenso siglo veinte, y en los comienzos caóticos e inciertos del veintiuno, con hipotéticamente “nuevas” ideologías unilaterales y pestes biológicas incluidas. La verdadera política, que es una preocupación, y ocupación, por el bienestar de la mayoría de los integrantes de la “polis” o de la “ciudad” originaria, ha sido distorsionada en el mundo contemporáneo e hipermoderno, por los “pensamientos únicos” aplanadores de diverso signo; por la deshumanización de los valores universales; por unos postulados teóricos confusos y difusos; por los intereses inmediatos de individuos avorazados; y por las bajas intrigas de aquellos que se dedican a llevarle la contraria a todas las cosas existentes, por el mero “espíritu de contradicción” que, según me parece, fue anticipado en la espléndida y maravillosa obra de la “Metafísica” de Aristóteles, base filosófica y teológica de casi toda la Filosofía occidental, aun cuando varios autores hayan pretendido destruirla con lenguajes superficiales “modernos”.

Resulta que en los tiempos actuales también percibimos, en una primera instancia, un mundo con expresiones caóticas y desordenadas por doquier, como una reacción a las posturas aplanadoras de cierta ideología hipermoderna, que sólo ella tiene la razón, y que en consecuencia (o inconsecuencia) ciertos dirigentes políticos y teóricos ideologizantes  hoy por hoy pretenden sustituir (tal fenómeno “globalizado”), con otras mezcolanzas ideológicas igualmente aplanadoras. Por aquello de la mezcolanza estas novísimas posturas fingen que son “nuevas” y hasta psicodélicas. Pero por experiencia histórica sabemos hasta el hartazgo que sus dirigentes muy poco saben de economía y de la satisfactoria “racionalidad económica”, con las excepciones aisladas, en algunos casos actuales.

En los comienzos del siglo veintiuno se percibe, además, demasiada intolerancia ideológica y crispación política entre los unos y los otros. Se detecta el resurgimiento de los racismos; de los fanatismos religiosos extremos, con sed de sangre incluida; de una desigualdad social y económica creciente; del desprecio hacia la gran Filosofía; y de unas pobrezas teóricas pavorosas que se traducen en lenguajes excesivamente superficiales, improvisados, vulgares, egoístas, mentirosos, exagerados, incoherentes y atroces, con argumentos “ad hominem” por doquier, en donde lo que más interesa es atacar a la persona humana o su nombre, sin reparar en la posible y probable coherencia del discurso del supuesto adversario incómodo. Si en los tiempos actuales resurgieran, por así decirlo, pensadores y poetas como Moshé Maimónides, Fray Luis de León, “Santa Teresa de Jesús” y el extraordinario Juan de Yepes o “San Juan de la Cruz”, también serían perseguidos y difamados por su solo deseo de buscar sabiduría y por establecer sus proyectos de silencio estratégico personal. Un silencio meditativo profundo que a nadie debiera ofender.

En Honduras se suele exhibir una actitud parecida a la del somorgujo, un ave de corto vuelo que entierra la cabeza en su pequeño estanque de agua sucia para ignorar toda perspectiva internacional, sea buena o mala. Tal como se deduce de algo que expresó el escritor Martín R. Mejía (hondureño-canadiense) en una reunión reciente del “Círculo Universal de Tegucigalpa Kurt Gödel”, aquí entre nosotros se dicen y se piensan cosas que aparentemente sólo ocurren en Honduras, cuando de hecho están sucediendo en diversas partes del “universo” (incluyendo varios países del “Primer Mundo”), en donde a veces se imponen la confusión y la violencia, y una pérdida inusitada de valores éticos universales; o por lo menos occidentales. El afán de dañar la imagen de Honduras ignorando el resto del planeta, es resultado de la actitud típica de aquellos que se autoflagelan como producto de un mestizaje acomplejado nunca asumido con orgullo, humildad y dignidad.

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