A COSCORRONES

OM
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11 de febrero de 2020
/
12:45 am
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A COSCORRONES

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¿CÓMO hacen los mandatarios cuando el Parlamento o el Congreso no bailan al son que les tocan desde el Ejecutivo? En el Reino Unido, el bombástico primer ministro, después de incontables reveses, se cansó de forcejear con el Parlamento para que le aprobaran su plan de salida de la Unión Europea. Para sacudir y barrer y trapear, convocó nuevas elecciones. Los conservadores, partidarios del Brexit, arrasaron en los comicios con los opositores progresistas y santo remedio. Mientras negocia con sus antiguos socios europeos para que le permitan largarse, pero de acuerdo a sus propias condiciones, son otras las causas del estrés. Ahora ya no es con lores y diputados de la Cámara de los Comunes con los que tiene que lidiar, sino con un POTUS contrariado. Trascendió que un enardecido Trump, en una llamada telefónica –después de un épico regaño por transar con los chinos para que la empresa tecnológica Huawei maneje las redes 5G británicas– terminó la conversación tirándole el auricular. Pendiente si las relaciones siguen agriándose o asustado por la amonestación decide romper con los chinos.

Allá en Perú sucedió algo parecido. El peruano vicepresidente que fueron a buscar a Canadá –donde lo habían mandado con un cargo diplomático– para sentarlo en la silla presidencial después que sacaron a PPK inmiscuido en escándalos de corrupción, se paró en treinta. Los diputados opositores también lo tenían en jaque. Le bateaban todas sus iniciativas hasta que le rebasó la paciencia. Igual que Fujimori hizo años atrás, disolvió el Congreso. Solo que iluminado por las lecciones de aquellos sombríos antecedentes que acabaron desmoronando el mandato, tuvo cuidado de no colocarse la corona imperial. Rápido –en plazo perentorio– convocó nuevas elecciones legislativas. Estas se acaban de llevar a cabo. Logró reducir el fujimorismo a su mínima expresión y parecido le sucedió al APRA del finado Allan García. Aunque eso quedó diluido en una masa gelatinosa sin control absoluto de nadie. Las curules parlamentarias quedaron repartidas entre 10 grupos políticos. A los comicios se presentaron 21 partidos políticos. Solo para que reflexionen sobre como la excesiva permisividad –alguien diría, abundancia de democracia– acaba desmadejando el ejercicio del poder. Ojalá solo eso fuera, pero también el costo que paga el país con una precaria gobernabilidad. Tantos partidos que participan que el electorado termina disperso y disgregado. Las negociaciones, como las concesiones para llegar a acuerdos, son interminables. En vez de agradar como repertorio de instrumentos musicales de una armoniosa sinfonía, el confundido auditorio lo que escucha es el bullicio de notas disonantes transmitido como un ruido ensordecedor. Todo eso que sucede alrededor no pasa desapercibido. Allá en El Salvador, el millennium –harina de otro costal– también se muestra inconforme con las bancadas opositoras –de ARENA y del FMLN (uno de derecha y otro de izquierda)– que controlan la Cámara Legislativa.

Tampoco que haya hecho mayor cosa por aproximarlas. Así con el mismo estilo antisistema con que ganó la silla presidencial, gobierna. Por Twitter. Con “selfis”. Como lo hiciera en el zenit de la campaña. (Nada más que al joven presidente le luce ese talante, le queda cómodo, se ve genuino, no se le percibe como copia de otro; no parece divieso o muela postiza). Esta modalidad le encanta al amable público. El trato afrentoso y desafiante al sistema del que ahora es parte, pero, como si no lo fuera. Los partidos tienen que aprender a hacerle caso a coscorrones. Así que el fin de semana –por designio divino, invocando una emergencia y el derecho del pueblo a la insurrección– fue a tomarse el Congreso, acorazado por los uniformados, acompañado de una multitud de seguidores. A obligarlos a aprobar un préstamo que ocupa para apertrechar militares y policías. Un gesto –alias estrategia de seguridad– que seguramente recibirá el entusiasmado apoyo del atemorizado público asediado por las maras y las redes delictivas. Les dio un ultimátum a los diputados de una semana para que decidan qué hacer o de lo contrario, que se atengan a las consecuencias. Que pudieran llegar –esa es la efervescencia populista que está de moda– hasta disolver el Congreso.

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