El temor a la vejez

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16 de febrero de 2020
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12:21 am
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El temor a la vejez

Por: Dagoberto Espinoza Murra

“La vejez no es una enfermedad”, nos dice una gerontóloga. “Lo que sucede, sigue, es que a esa edad, prosigue, con todos los cambios fisiológicos que se operan en el cuerpo humano a través de las décadas, continúa, nuestros órganos se vuelven más vulnerables a ciertas enfermedades”. “De ahí el temor a esa edad tan importante de la vida”, concluye la profesional.

En medicina, cuando hacíamos la historia clínica y se la leíamos al profesor jefe de la sala; siempre nos expresamos de la siguiente manera: “Paciente de tantos años, cuya edad aparente, coincide con su edad cronológica”. Ahí aprendimos a observar que el campesino que trabaja de sol a sol muestra un rostro con grandes surcos y muchas veces sin dentadura; por eso se habla del envejecimiento prematuro de quienes se ganan el sustento labrando la tierra y alimentándose muy deficientemente.

En la misma historia, al presentar una dama se notaba que era el cigarrillo el que había producido los cambios en la elasticidad de la piel de su rostro y por ello representaba una edad mayor que la cronológica.

El debilitamiento del organismo por el estilo de vida que se ha llevado favorece la aparición de muchas enfermedades con mayor intensidad que en los adultos jóvenes. La OMS nos dice que las causas principales de muerte corresponden a infarto de miocardio y accidente cerebro vascular; en ambos casos precedidos generalmente de hipertensión arterial no controlada.

Actualmente se habla de la diabetes como una enfermedad que daña, silenciosamente muchos de nuestros órganos: ceguera, microinfartos cerebrales, seguidos de demencia y daños al nivel de los riñones, lo que conduce a insuficiencia renal, cuyo tratamiento requiere de tiempo y recursos económicos que a veces no están al alcance de los familiares del enfermo.

De más está decir que con la vejez se pierde la capacidad auditiva; que ahí a los ancianos tenemos que hablarles en voz alta; también se pierde la capacidad visual; la marcha se vuelve lenta e insegura. Se disminuye considerablemente el apetito sexual. En fin, aunque la vejez por sí misma no es una enfermedad, es la caja de sastre donde caben todos los retazos del tejido humano que en la juventud fue firme y vistoso.

Con los avances de las ciencias médicas, de la tecnología y las políticas de salud pública, las expectativas en el hondureño alcanzan niveles parecidos al de naciones avanzadas. Por ejemplo: actualmente dichas expectativas en la mujer llegan a los 72 años, en tanto que para el hombre es de 70. A comienzos del siglo pasado era apenas de 33 años (la edad de Cristo).

Nunca olvido la broma de mal gusto que le hice a mi padre: un folleto que llegó al pueblo decía que la expectativa de vida de los hondureños a mediados del siglo pasado era de cuarenta y cinco años y como él ya tenía cuarenta y dos, le pregunté: y a usted solo le faltan tres años de vida? “De dónde sacas esas tonterías”, me dijo. Le mostré el folleto y riéndose me dijo “voy a duplicar esa edad”. Falleció a los 85 años. Todavía a los ochenta caminaba por las calles de Comayagüela y Tegucigalpa varias horas al día.

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