TRUJILLO

ZV
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16 de febrero de 2020
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12:15 am
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TRUJILLO

EN este mismo espacio fue donde se habló, por primera vez en Honduras, de los pueblos encantadores o de encanto. Más específicamente les nombrábamos, en aquel entonces, como “Pueblos Mágicos” (LA TRIBUNA del 08 de noviembre de 2015), para referirnos a pueblecitos con ciertas características topográficas, históricas y demográficas. Entre ellos, como enlistados al azar, señalábamos los siguientes: Santa Lucía, Valle de Ángeles, San Juancito, Yuscarán, Santa Rosa de Copán, Gualcince, La Esperanza, Erandique, Ojojona, La Campa e inclusive Siguatepeque. Casi todos del interior del país, con expresiones culturales de tierra adentro.

Hoy queremos destacar el costero nombre de Trujillo, por varias razones y motivos. En primer lugar por tratarse de un nicho geográfico bastante próximo a Punta Castilla, en donde por primera vez hizo contacto el explorador europeo con tierra firme hondureña. Según se dice hasta llegó a celebrarse la primera misa. Seguidamente porque Trujillo es uno de los villorrios más antiguos fundados por los conquistadores y colonizadores españoles sobre Honduras, y que a pesar de todo eso sigue subsistiendo. En tercer lugar porque su historia específica ha sido maltratada con la invasión, atracos, destrucción, rapiñas, incendios y despoblamientos, en unas quince oportunidades aproximadas, por parte de corsarios y bucaneros provenientes de casi todas las potencias coloniales del “Viejo Mundo”. En la última experiencia se trató de un filibustero esclavista norteamericano, cuya historia es de sobra conocida. Los hermosos cerros de Capiro y Calentura, por encima de la Laguna de Guaymoreto, son testigos mudos de más de cuatro siglos de truculenta historia.

Cuando el viajero distraído avanza por la carretera pavimentada hacia los términos municipales de la bahía-puerto de Trujillo, podría experimentar la extraña sensación de encaminarse por la encrucijada de varios mundos y culturas, en los que se alternan los extensos cultivos modernos de palma africana, ganadería tradicional, viejas rancherías españolas y garífunas; el rumor sosegado del mar; la pesca artesanal y el embrujo derivado de una mezcla abigarrada de esperanzas y frustraciones históricas. Al final de la tarde, o al comenzar la noche, se percibe que Trujillo es como el último trecho urbanístico nor-oriental de Honduras, en donde se entrecruzan, con relativa claridad, el intenso comercio de por lo menos una empresa transnacional, con las indefiniciones africanizantes de la imprecisa zona de La Mosquitia, en donde predominan los garífunas, los mulatos y los misquitos mestizos.

De allá, en adelante, el explorador o el viajero distraído, podría toparse con toda clase de sorpresas. Podría ir en busca de la “Ciudad Perdida”, más conocida como “Ciudad Blanca” y hoy en día, paradójicamente, “Ciudad del Rey Mono”. Todo mágico y encantador. Pero tal vez la curiosidad lo lleve por las lagunas y llanuras costeras que siempre guardan algún misterio ancestral. O encantador. Tal vez sea tierra propicia para chamanes mestizos o de peligrosos narcotraficantes de última hora, abastecidos violentamente con la droga que viene de ciertos países de América del Sur. A saber…

Una característica importante de la ciudad-puerto de Trujillo, quizás la más importante, es que posee uno de los fondeaderos más profundos del planeta, para el anclaje de barcos del más grande calado. Esta peculiaridad ha sido subestimada durante siglos y décadas, tanto desde el punto de vista empresarial, como del turístico. Varios hondureños han propuesto, desde la década del setenta del siglo pasado, que el Estado, auxiliado por el sector privado nacional e internacional, construya una red ferroviaria que conecte a Trujillo con Puerto Cortés y la Isla de Amapala. En último caso se trata de uno de los puntos más hermosos del mundo.

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