2050, el fin de Honduras?

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18 de febrero de 2020
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12:59 am
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2050, el fin de Honduras?

El Tratado de Bogotá

Por Juan Ramón Martínez

Los futurólogos han corrido a la par de los constructores de relatos sobre la vida eterna, el paraíso terrenal, la felicidad absoluta e incluso, el derecho a la pereza. A la par, otros han anticipado el fin del mundo, la guerra nuclear, la colisión de los planetas, la incapacidad para producir alimentos para una población creciente, el cambio climático por efecto de la voraz actividad humana. Salman Rushdie, ha dicho hace poco, que hay bastantes razones para creer que, “es probable el apocalipsis”.

Dos universitarios nuestros, Armando Euceda y Julio Raudales, han interpretado para nosotros las declaraciones de Harari –dicen, “el historiador más leído del mundo”– en las que declara que, Honduras y Bangladesh, están condenadas a desaparecer para el año 2050. Aunque reconozco que los hondureños leen poco, y piensan menos que la mayoría de los pueblos vecinos, no creo que sea mala idea, dirigir los ojos hacia la realidad, e iniciar una discusión académica sobre el futuro de Honduras. No solo a partir de la condena, –aparentemente inapelable de Harari–, sino que, siguiendo los pensamientos de Ortega, Gasset y Julián Marías, realizar un ejercicio filosófico en el que, a partir de lo que hemos hecho bien en los casi 200 años de vida republicana, interpretemos el presente problemático que atravesamos, y planifiquemos responsablemente el futuro. Para contrastar esta visión, con los supuestos que están en la base de las predicciones apocalípticas que, nos dedica Harrari.

Los supuestos del historiador israelita, son simples: que el liberalismo económico ha llegado al límite, que la automatización aumentará la pobreza y que los gobiernos –competentes en los casos de los países industrializados; pero débiles en el de las dos naciones citadas– ante el fenómeno de la inteligencia artificial y la automatización, no serán capaces de distribuir excedentes económicos entre los más pobres. El supuesto subyacente de este pensamiento no es fácil de percibir para todos: “la libertad no existe” (algoritmo puro); los gobiernos son los que determinan el futuro y la felicidad; y los pobres, son incapaces por ellos mismos, salir de la pobreza y en este caso, evitar la destrucción de Honduras para el año 2050.

Ni Euceda y menos Raudales, han reflexionado bastante sobre la capacidad de Honduras; la fuerza imaginativa de sus pobres y tampoco, el significado del peso muerto del gobierno que, en vez de impulsar hacia la solución, ahonda los problemas. Privilegian la educación, que no prepara para el futuro. Por ello, deben estudiar la historia económica de Honduras; observar lo que ha ocurrido –desde lo más simple, como las muertes por enfermedades diarreicas en el curso de los últimos 50 años–, la productividad media, la velocidad de las inversiones y la acción deficitaria de los gobiernos hondureños. Guevara Escudero, puede ayudar mucho a comprender la capacidad de las ciudades antes de la década de los ochenta del siglo XIX, y descubrir cómo el centralismo y el protagonismo del gobierno que se queda con la mayoría del producto social, afecta la capacidad del hondureño para lograr autonomía económica y producir empleo suficiente para alimentar en forma justa, a toda la población. Y lo más importante, aceptar que el capitalismo no ha operado en el país, –solo en algunas zonas–; que el liberalismo ha tenido muy poco que ver con el bienestar y la felicidad del pueblo, y que la democracia, no es nada más que una figura esperanzadora, que no ha echado raíces entre nosotros.

No creo en las predicciones. Tampoco en las de Harari. Es interesante para una discusión este nuevo mecanicismo –igual al de Marx que aseguraba el triunfo de la clase obrera sobre la burguesía capitalista–, que nos anime a reflexionar sobre el camino que seguimos, diferenciando los modelos matemáticos sobre la automatización y la inteligencia artificial para los países capitalistas y las posibilidades de naciones pobres que, tienen más capacidades para enfrentar las dificultades, que muchas naciones capitalistas. Los pobres –con fuerza para dejar de serlo–, son frenados por el autoritarismo gubernativo; libres, pueden dar sorpresas. Igual que los árboles fuertes, que se rompen ante la furia de los vientos, mientras los juncos delgados, se doblegan, para al final de la tormenta, volver a su posición normal, sin daños en sus tallos. Cambiaremos, ¡Honduras no perecerá!

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