EL ESPANTAJO

OM
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20 de febrero de 2020
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12:31 am
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EL ESPANTAJO

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

OTRA vez salta el espectro de la Constituyente. Pareciera que con cada luna llena se revuelven los espíritus. No hay nada científico detrás de esta creencia. Solo la hipótesis de investigadores que la actividad paranormal está en su punto de efervescencia unos 3 días después de la luna llena. Qué tanto ello sea parte del folclor o de aspectos concretos como el efecto gravitacional de la luna sobre el agua del planeta, son dilemas que mejor pueden dilucidar los entendidos. Hasta donde pueda deducirse, en base a observación puramente empírica, el espantajo de la Constituyente sale a azorar almas, como tema recurrente, coincidentemente, durante estas temporadas. Ahora retoman el debate, dizque con los pros y contras de una Constituyente, nuevamente, ignorando –como hasta la saciedad hemos elaborado sobre este aspecto en editoriales anteriores– que la Constitución vigente la proscribe. Puede ser que en otros países la legislación propia de esos pueblos, contemple la posibilidad de convocatoria a constituyentes. Pero aquí no.

Como la imposibilidad jurídica la hemos detentado hasta la saciedad intentaremos cubrir otros aspectos. Sumadas al hecho que las constituyentes, convocadas para redactar otra Carta Fundamental, son el recurso popular al que se recurre, no cuando ocurren transgresiones, violaciones o irrespeto a artículos constitucionales –de acuerdo al criterio interpretativo de cada cual– sino cuando se fractura el Estado de Derecho. Cuando se rompe el orden constitucional, digamos por episodios de fuerza que desenraicen la estructura jurídica y política del Estado. Ello es, cuando un vendaval revolucionario o la fuerza armada militar irrumpa en la vida nacional para desmontar los poderes independientes y constituidos –en un régimen presidencialista– y asumir el poder de la nación. Posterior a esos actos demoledores del sistema, es preciso restaurar el Estado de Derecho, y la vía para hacerlo es convocar al pueblo –donde reside la soberanía nacional– a elegir una Asamblea Constituyente. Dicho lo anterior, hágase la suposición que, dizque para salir de una crisis –de carácter sui géneris o de malestar contra el gobierno constituido o de cualquier otra naturaleza– inventan forma de convocar una Constituyente en violación flagrante a lo que ya establece la Constitución vigente. ¿Creen que ello vaya a resolver la crisis que perciben –dadas las polarizaciones, el nivel odioso de la confrontación, los rencores enfermizos instituidos– o que el remedio al que recurren más bien la agrave? ¿Creen que así de controvertida como está la sociedad vayan los hurgandillos a quedarse quietos esperando que en la asamblea de diputados constituyentes resuelvan la mejor redacción de una carta fundamental, o que sea la calle, todos los días, que intente dictarles qué cambios, qué novedades, qué quitar y qué poner al nuevo texto constitucional?

La redacción del texto constitucional no sería algo para armonizar la sociedad, para unificar la gran familia hondureña, o para equilibrar el interés de grupos diversos, sino más bien el resultado de la revuelta callejera de todos los días. De la presión ejercida por el jaleo sobre lo que debaten en el hemiciclo, para que los artículos constitucionales queden a gusto del alboroto. Una Asamblea Constituyente que pueda legislar con imparcialidad, con capacidad de balance entre intereses distintos, presupone un clima de tranquilidad. No de crisis ni de pelea. De confianza de la gente que los representantes que eligieron van a entregar un nuevo pacto social en beneficio de todos, no de los que más galillo tengan o más bochinche armen. Así que para los que no entiendan de razones jurídicas, quizás reflexionen sobre los aspectos sociológicos, que saltan a la vista, hasta del más cegato.

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