Lo que Bukele nos enseñó

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21 de febrero de 2020
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12:05 am
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Lo que Bukele nos enseñó

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Cuando Nayib Bukele compareció el año pasado en la 74 la Asamblea de las Naciones Unidas, portando un celular para tomarse una selfie en el podio, nos dimos cuenta de que se trataba de una persona presuntuosa, que le gusta llamar la atención por lo circense de sus actos públicos -o parecer un presidente “cool” como suele autodenominarse-. Con el acto, Bukele sellaba la propaganda que le dio buenos dividendos en las elecciones, ganándose las simpatìas y los votos de los salvadoreños, en especial de los más jóvenes, hastiados de la inmovilización económica y la delincuencia. Por su porte de actor de telenovelas, y porque supo darle utilidad a los móviles que los millennials llevan encarnado como parte del sistema nervioso central, a Bukele se le facilitó la victoria.

Por el hecho de que los congresistas no le aprobaron un préstamo para fortalecer a la Policía, Bukele militarizó el edificio del Congreso uniéndose al equipo de Nicolás Maduro quien, después del “Fujimorazo”, había sido el único en atreverse a romper los principios que rigen los contrapesos institucionales, mientras Montesquieu se revolvía en su tumba.

Siempre lo hemos dicho: el mejor poder es aquel donde nadie pone reparos al soberano. Como estos chicos que se meten a ser presidentes no leen más que a Paulo Coelho, ni estudian las tesis clásicas que advierten sobre los peligros de concentrar el poder, se dejan malacosenjar por los asesores de imagen que solo entienden de vender medias verdades como si se tratara de “snacks” o de bebidas artificiales. Sin las advertencias nutricionales, todo el mundo las consume. Y, si alguien le dijo a Bukele que leyera a Carl Schmitt, seguro es que al “presi” le entusiasmó la idea de actuar como el soberano que debiera ser, o sea, el que dicta les leyes sin permitir que otros se las impongan, incluyendo las prescripciones dictadas en la misma Carta Magna.

Sin embargo, como creía Isaías Berlín, la libertad positiva o de la ley, no es congruente con la libertad de las pasiones personales, es decir, en la política, una vez puestos en el poder, no se puede hacer lo que a uno se le antoje. Se trata de la congruencia entre el “Yo superior” -las leyes-, frente al “Yo inferior”, o sea, los caprichos individuales del tirano. Si váis a gobernar, hacedlo para servir a los demás no para serviros.

No dejan de tener razón ciertos autores liberales cuando concluyen que a todo gobernante aficionado a las dictaduras le caracterizan dos cosas: aparecer como el clásico autoritario nacionalista, y fulgurar siempre como una figura carismática entre las masas. Ese es el caso no solo de Bukele, si también, de muchos gobernantes que han aparecido en ristra desde el 2000 hasta la fecha. El loco de Hugo Chávez les dio la idea y, a partir de la “nueva” democracia bolivariana, la “mañita” de eternizar en el poder por la vía del voto, vino para quedarse. Lo que no se les ocurrió a los Trujillo y a los Somoza, la nueva generación sí que la supo hacer.

Una vez desconfigurado el andamiaje democrático, es fácil gobernar conjuntando los tres poderes en uno solo. No hay nada más bello. Cuando uno de esos poderes se niega a obedecer, entonces se recurre al miedo, al chantaje y a la proscripción de los rebeldes de todo el sistema político. O se militariza el Congreso, como hizo el amigo Nayib, móvil en mano -para la selfie-, y con fusiles intimidantes. Esa fue su mejor enseñanza.

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