¿Por qué le tememos a la muerte?

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27 de febrero de 2020
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12:45 am
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¿Por qué le tememos a la muerte?

Por Mario E. Fumero

La gran mayoría de las personas por regla general le temen a la muerte. No importa lo religioso o lo espiritual que sea, siempre, en un momento determinado en que pensamos en la muerte, por regla general, le tememos a la misma, pero ¿por qué, si la muerte en sí es solo una transición de una dimensión terrenal a una dimensión espiritual, nos causa temor?

La lógica establece el porqué los seres humanos le tienen miedo y esquivan la muerte, la respuesta es sencilla, la causa del temor a la muerte es “porque amamos la vida”. No podemos negar que el amor terrenal a los seres queridos nos ata a la vida terrenal, y cuanto más bienestar tenemos, y más somos amados, más amamos la vida y menos deseamos la muerte.

Una de las características más negativa de la depresión y frustración en los seres humanos es el deseo de morirse. Ese deseo de morir nace del hecho de que le perdimos sentido a la vida, y por ello perdemos el amor de las personas o cosas, lo cual nos lleva a frustración. Hay varias causas por las cuales deseamos morirnos, la más común e incongruente es la decepción al ver que todas las cosas no salen como queremos, y entonces, caemos en depresión. El estado más agudo de una crisis depresiva es el desear la muerte, es ahí cuando muchos acuden al suicidio como puerta de salida, porque dejaron de amar la vida.

La Biblia nos relata que el profeta Elías vivió una crisis de fe, cuando las cosas no salieron como él quería, y entonces cayó debajo de un árbol de enebro y deseó la muerte al decir: “Basta ya, oh Jehová, quíteme la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”. (1 Reyes 19:4) y todo como consecuencia de que el milagro en el Monte Carmelo no produjo los resultados que él esperaba, y la reina Jezabel ordenó matarle. ¿Qué resultado esperaba el profeta?, un avivamiento, pero ¿qué encontró?, una persecución donde pedían su cabeza. (1 Reyes 18:20-40, 19:1) y el pueblo volvió a la idolatría de Baal.

La otra razón por la cual llegamos a desear la muerte es cuando hemos terminado nuestra carrera. (2 Timoteo 4:6-7), y la enfermedad y dolores de la vejez nos tienen agobiados, y nos sentimos solos e incapaces de poder hacer lo que siempre hacíamos, es entonces que la muerte se convierte en una esperanza de liberación, y es ahí cuando el Espíritu Santo nos prepara para una partida digna y honrosa. No cabe duda que la vejez trae consigo dolores y molestias físicas. (Salmo 90:10), y si la familia no nos da amor y quedamos arrinconados, la tristeza y la soledad nos lleva a la frustración, y ella produce la depresión, y comenzamos a amar la muerte, aunque como cristianos no la buscamos.

Es lógico que los jóvenes y los que tienen un futuro por delante le teman a la muerte, porque ellos aman la vida, y también es lógico que los que llegamos a la tercera edad y nos sentimos ya incapaces de hacer muchas cosas, esperemos con valor la muerte, porque en tal caso decimos como San Pablo “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. (Filipenses 1:21). Ya que nuestra esperanza está en el encuentro con Jesucristo.

Los que no tienen esperanza ven la muerte como el fin de todo, y en el momento de la partida le temen porque se enfrentan a lo desconocido, pero los que tenemos esperanza y vivimos con Cristo, a la hora de enfrentar la muerte sentimos la fuerza del Espíritu Santo, pero mientras este día no llegue, como principio de la vida, no buscaremos la muerte, ya que amamos la vida porque nos sentimos útiles y tenemos un propósito, es por ello que no buscaremos la muerte, ni tampoco la acariciaremos, aunque llegado el momento el Señor nos preparará para ello.

Aferrarnos a la vida o a la muerte de forma radical nos puede llevar a la angustia y desesperación, por lo tanto, debemos dejar que la vida siga su curso, y es lógico que amaremos la existencia, y no desearemos la muerte, sin embargo, si tenemos fe en el Señor Jesús, el Espíritu Santo gobernará nuestras vidas, y él se encargará de prepararnos a la hora de partir, y si tenemos esperanza, no nos aferraremos a la vida desesperadamente cuando el momento de la partida se acerque, porque vivir en Cristo y morir es ganancia.

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