AIRES DE MARZO

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1 de marzo de 2020
/
12:03 am
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AIRES DE MARZO

EL mes aludido es impreciso desde todo punto de vista. Es como un área intermedia entre el invierno que ya casi termina y la primavera que comienza en los países nórdicos, con mayores acentuaciones paisajísticas en unos que en otros. En los países del trópico algo leve se percibe de esas variaciones estacionales, tanto en el paisaje como en la conducta de la gente de cierta tendencia religiosa. O en la conducta de los nuevos forajidos (humildes y de cuello blanco) que se dedican a meterle fuego a las zacateras y a los bosques con fines altamente sospechosos; delictivos.

Respecto de la conducta religiosa, para todos es conocido que los cristianos católicos se entregan a sus quehaceres cuaresmales, con todos los rituales habidos y por haber. Incluyendo el famoso “Miércoles de Ceniza”. Muchos lo hacen de corazón y otros del diente al labio, tal como ocurre en distintas agrupaciones religiosas. Al final de la temporada, durante el mes de abril, se marchan en “Semana Santa” en dirección a las playas ausentes de toda reflexión ensimismada, y ajenos a toda vocación “divina”.

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Es curioso que muy pocos cristianos de distintas denominaciones conozcan las raíces históricas y legendarias de la “Semana Santa”, la cual se remonta a la “Semana de Pascua” o del “Pésaj”, como un recordatorio sublime de la liberación de los descendientes del padre Abraham y de Jacob, respecto de la terrible servidumbre en el viejo Egipto de los faraones, unos dos mil trescientos años aproximados antes de Jesucristo. El mismo Rabino de Galilea, el más amoroso de todos los hombres de la tierra, conmemoró la “Semana de Pascua” con sus discípulos y amigos, un atardecer inolvidable, un día antes que se materializara su cruel y redentora crucifixión.

En este punto algunas personas se preguntan por qué motivo la “Semana Santa” se conmemora en fechas imprecisas durante los meses de marzo y abril. La respuesta es sencilla, en tanto que tiene que coincidir con los movimientos de la luna y de los antiguos calendarios lunares. He aquí, entonces, la trabazón histórica y legendaria entre el “Mundo Occidental” y las más añejas culturas orientales. Trabazón que subsiste cuando menos en estos temas conmemorativos y litúrgicos.

Por otro lado, los meses de marzo y abril (incluyendo mayo y junio) suelen ser los más sofocantes en países como Honduras. Los incendios forestales se encuentran a cada paso, ahí donde menos se les espera. Tal parece que el hondureño promedio, de hoy en día, jamás podrá comprender que existe una relación estrecha entre los bosques y el agua dulce que necesitamos los seres humanos para subsistir. Tampoco queda claro que aunque los árboles de pino, y también los latifoliados, llegan a un tope de madurez en que deben ser necesariamente cortados y suministrados a las personas que los necesitan (o en beneficio del mismo país), por cada árbol que se corte debe ser cultivado un nuevo arbolito o muchos más, de ser posible en cantidades industriales o sostenibles. Eso ocurre en países como Austria y Suiza, con los bosques más maravillosos que uno pudiera imaginar, en que por cada árbol que cortan siembran y cultivan inmediatamente el sustituto.

Algún día, más temprano que tarde, tendremos que aprender, tanto en lo que concierne a la parte histórico-religiosa como en el control de aquellos pirómanos que todos los años se empeñan en destruir nuestro paisaje y el futuro de nuestras fuentes de agua dulce. No es posible que sigamos “eternamente” con unas prácticas tan dañinas que no sólo afectan a los mismos incendiarios, sino a sus nietos y al resto de la humanidad.

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