El sabor de la vida

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2 de marzo de 2020
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12:17 am
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El sabor de la vida

Por PG. Nieto
Asesor y Profesor C.I.S.I.

En el mundo actual, donde la tecnología en tiempo real nos comunica -sonido e imagen- con cualquier persona y lugar de esta aldea global llamada Tierra; donde la cultura de la inmediatez desplaza la valoración del contenido de las noticias; la lentitud bien entendida es un superpoder.

Nuestra sociedad adolece de pensamiento crítico. Procesar la información que recibimos requiere tiempo, esfuerzo mental y conocimiento sobre problemáticas de las que opinamos con ligereza, sin pudor. Conocer no es hablar superficialmente de un asunto, repitiendo lo escuchado, retuiteando, utilizando tópicos, sino penetrar en su estructura, contexto, actores, e interrelación de variables, entre otros factores. Lamentablemente tenemos una caterva de políticos y periodistas afectados de colitis bucal, incapaces de entenderlo. Fracasados opinólogos, convencidos de que la sotana hace al cura; que insultando al mensajero el rebaño emocionado olvidará el mensaje; que el cargo sustituye el conocimiento necesario; que el pedestal santifica a quien sostiene y eleva. “¡Señor! te doy gracias porque no soy como los demás”, exclamaba con soberbia y desprecio el fariseo mirando al publicano, en Lucas 18,11.

Pensar lento requiere disciplina, esfuerzo, habilidad, y la creatividad que surge de la imaginación y el conocimiento. Eso obliga a quitar el pie del acelerador, un contrasentido porque al hacerlo pareciera que nos quedamos fuera del juego. Está científicamente demostrado que las mejores ideas se producen cuando estamos relajados, analizando los detalles sin prisas. Estar tranquilos permite enfocar lo que haremos y cuándo lo hagamos, aunque deba ser con premura, el cerebro en modo automático desarrolla serenamente la rutina entrenada. Einstein decía que el signo de la inteligencia es la creatividad, que cabalga a lomos del conocimiento, le añadiría.

En determinadas circunstancias deberemos tomar decisiones deprisa, por ejemplo cuando la supervivencia está en juego, lo que en psicología se denominan “heurísticas”, los atajos mentales, pero nunca será la norma. Una vez finalizado el problema necesitamos frenar, hacer el “juicio post-mortem” para detectar errores, corregir nuestra percepción, incorporando la enseñanza al conocimiento para situaciones futuras. Obsesionados con la reacción estamos perdiendo la capacidad de reflexión, y no hay forma de hacerlo sin apoyarnos en “el pensamiento lento”.

Pasamos por la vida sin tiempo para saborearla, para disfrutar de los pequeños detalles. Rodeados de gente que nos comparten su tiempo, paradójicamente preferimos abrazar el celular -cual tabla de salvación del náufrago- porque nos sentimos más cómodos en el mundo virtual. En Matrix nadie profundiza en las relaciones personales, así evitamos que nuestro entorno social físico descubra que solo somos fachada, sin nada de valor que ofrecer a la comunidad. Las investigaciones científicas realizadas sobre el uso del celular establecen que el usuario promedio “toca” la pantalla unas tres mil veces al día, el pico sube hasta las cinco mil veces.

El sabor de la vida

El diálogo interior, la reflexión, solo es posible en soledad. En la era de la imagen podremos engañar al mundo exterior, material, pero nunca al “yo interior”, espiritual, aunque el ruido tecnológico amortigüe su voz. Permanecerá esperando arrinconado en nuestra conciencia, para mostrarnos lo que realmente somos cual retrato de Dorian Grey. Como dice Mateo 2,21: “Donde tengas tu tesoro allí estará tu corazón”.

Cada año pareciera que el tiempo va más deprisa, que los meses traen menos días. La manada social siempre moviéndose en medios y redes, generando noticias falsas, estereotipando, manipulando, induciendo estados de opinión direccionados. Estamos atrapados en la vorágine, incapaces de frenar por miedo a perecer bajo el peso de la masa. En 1982, el doctor Larry Dossey acuñó el término “la enfermedad del tiempo”, síndrome que describe la obsesión de que el tiempo se nos escapa, empujándonos a vivir deprisa para impedir que nos adelante, lo que siempre termina sucediendo.

Pero toda acción conlleva una reacción, de tal manera que ha nacido una corriente de pensamiento llamada el “Movimiento lento”, que promueve impedir que el tiempo y la tecnología nos esclavicen. Sus miembros pertenecen a la “Comunidad Slow”, quienes no defienden la inactividad sino una actividad selectiva, priorizando aquello que enriquece el fondo sobre la forma, el conocimiento sobre la apariencia, el ser sobre el tener. Esto ya nos lo dijo el “hijo de un carpintero” hace dos mil años, aunque seguimos sin escuchar su mensaje.
“¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?”. -Mateo 6,27-.

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