Políticos, versus ciudadanos

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3 de marzo de 2020
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12:31 am
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Políticos, versus ciudadanos

El Tratado de Bogotá

Por Juan Ramón Martínez

Desde Olanchito, –a fines de los cincuenta–, en que Sixto Quezada se burlaba de los “estudiados”, en nuestra cara, aprendí a sospechar de la palabra de los políticos. Y en el curso de mi autoformación, estudiando los clásicos de la filosofía y la organización, descubrí que hay una falsa simetría entre políticos y ciudadanos. Porque en realidad, aquellos son útiles para los logros ciudadanos, solo cuando tienen, una voluntad de servicio irreductible, una obediente voluntad de respetar la ley y sacrificar todo, en favor de los intereses nacionales. Los que no cumplen estas exigencias, mienten; falsean los hechos. Y cuando pueden, legislan en su favor. Y cada vez que dicen que están satisfechos, están en contra de los intereses de los ciudadanos. Por ello, cuando dicen que las reformas de la Ley Electoral están completas y muestran su satisfacción por ello, tengo la certeza que eso, perjudica a los electores que, en vez de ciudadanos, serán números usados en las mesas de juego, en donde los “chiviadores” de la política, dilapidan el futuro nacional.

Estamos viviendo una crisis global. No solo hemos sido incapaces de pasar del mercantilismo atrasado, sino que no hemos podido –después de destruir la sociedad civil y sus cuerpos intermedios, los que han sido escamoteados por entidades manejadas por extranjeros como ASJ, usando testaferros locales programados– crear comunidades laborales dentro de un capitalismo moderno. O construir espacios de diálogo, para manejar los desacuerdos. Tampoco hemos podido democratizar la política que, en vez de progresar, más bien ha experimentado un evidente retroceso, cuya mejor prueba es el paso del caudillismo personal –el de Policarpo Bonilla, Manuel Bonilla y Tiburcio Carías, solo para citar algunos ejemplos– al patrimonialismo partidario. Ahora Libre es de la familia Zelaya. El Partido Nacional es de JOH. Nasralla es además de dueño, el partido mismo. Y en el Partido Liberal, la disputa entre Flores y Orlando Zelaya es, sobre la titularidad de la propiedad del “inmueble” que, hasta hace poco era “el partido de las milicias eternamente jóvenes”. El fenómeno, que no es perceptible por una sociedad que ha impedido pensar a su juventud, frenada por un sistema educativo que privilegia la información, descuidando la formación del carácter. Y cuya expresión concreta se manifiesta en dos hechos: falta de confianza de los electores en los partidos y en los políticos (42% dicen que no tienen partido); y en la hostilidad “cainesca” que nos dispensamos unos hondureños, en contra de los demás. Como me dijo un magistrado, aquí, todos queremos “meter a la cárcel a los demás”. Otro en broma, expresó, riéndose, que podíamos cambiarle el nombre al país, porque no tendría aire de abismo, sino de gran cárcel, en donde nos inmovilizaríamos, cuidándonos y negándonos la libertad, unos a otros.

Políticos, versus ciudadanos

Claro que hay salidas. Tenemos que buscarlas. Para que no se muera el país en nuestros brazos. Necesitamos reformas electorales, que le devuelvan los partidos a las bases; que el gobierno esté bajo el servicio y control de los ciudadanos, y que los individuos, pasemos de electores a ciudadanos, que defendiendo nuestra libertad, nos negaremos a vendernos por un plato de lentejas. Y que, de números o “dados” con que juegan los “chiviadores” de la política, nos volvamos ciudadanos, fuente real de la soberanía y en consecuencia, artífices de una voluntad que use los partidos políticos para el logro de sus finalidades. Por supuesto que esto, no es fácil.

Los canales de la participación ciudadana, están obstruidos, y el agua que logra pasar, está turbia y contaminada. Pero no es, imposible. Necesitamos un sistema educativo que fomente la criticidad; que oriente hacia la práctica de la libertad y que, desde un individualismo consciente, cada hondureño confíe más en sus propias manos que en la voluntad de los políticos. De los locales y de los extranjeros que “nos quieren ayudar”, sin tener una visión global de los hechos. Y que, más bien nos usan como justificaciones para hacer recaudaciones monetarias entre sus gobiernos para impulsar sus carreras burocráticas. Necesitamos una nueva población. Que retome el control de la marcha de la sociedad; que ponga a los burócratas en su lugar, y que use a los partidos, no para “enchambar” a inútiles probados, sino que para ponerlo en dirección a la búsqueda de los objetivos nacionales.

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