‘Escapó’ de las cantinas después de 30 años y ahora es empresario

ZV
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6 de marzo de 2020
/
05:10 am
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‘Escapó’ de las cantinas después de 30 años y ahora es empresario

Jorge Zapata, del infierno a la gloria de Dios.

“Perdí parte de mi vida, hay años enteros de los que no recuerdo”, relató Jorge Alberto Zapata Rodríguez (66), un alcohólico que logró reponerse tras 30 años de consumo sin pausa. Quienes lo conocían y ahora lo miran, se asustan, porque lo creían muerto.

La vida le dio la dicha de graduarse como técnico automotriz en el Instituto Luis Bográn de Comayagüela, en la década de los 70, pero jovencito se dejó atrapar por las copas, que se lo llevaron al bajo mundo y hasta este nuevo siglo lo ‘regresan’ golpeado…

Sin embargo, a esta altura dijo, “tengo fuerzas” y decidió reivindicarse montando un taller mecánico en reparación de discos de frenos y se ha ganado la clientela en un local ubicado en el barrio Villa Adela de Comayagüela.

Zapata Rodríguez relató que, “siendo un jovencito de unos 20 años de edad, me fui para San Pedro Sula a trabajar en la empresa Refaccionarios del Norte. Fue mi primer trabajo en 1973 y no se me olvida que allí dijeron, llegó un nuevo trabajador de ‘Teguz’ y hay que celebrar”.

Recordó que esa noche inició su mal camino: “Salimos a celebrar la llegada mía, pero mi jefe inmediato era un alcohólico y él celebraba por todo. Desde esa vez empecé a tomar para no volverla a soltar durante tres décadas”, recordó con vergüenza porque allí comenzó su calvario.

Y no era para menos, “en San Pedro Sula estuve detenido en las 30 postas policiales que había, y mi hermano Coca me iba a sacar”. Coca ha sido su hermano menor inseparable, que en todo momento lo acompañaba y me defendía.

Jorge vivió una etapa dividida en tres partes, los primeros diez años hundido en el alcoholismo en el que se sentía “todopoderoso”, porque tenía un buen sueldo para mantener su vicio, además conoció a la que ahora es su esposa, Trinidad Hernández.

El mecánico autromotriz llora al recordar los desmanes que hizo en su mundo de alcoholismo.

A LOS 20 AÑOS ERA ALCOHÓLICO EMPEDERNIDO

Tenía 20 años de consumo, el profesional de la mecánica era un enfermo empedernido y perdió su empleo, pero a los 30 años de andar bebiendo permanentemente, al extremo que ya no sabía cómo se llamaba, ni dónde estaba. Su nivel de alcohol en sangre era de 0.41 (cinco veces por encima del límite) según estándares médicos.

“Después de ese periodo que perdí el trabajo -siguió relatando su infierno- me vine para Tegucigalpa, y el sufrimiento más cruel fue de 20 a 30 años de vicio donde sufrí las peores tempestades que el ser humano pueda vivir. Era una carga pesada que se lleva un alcohólico y el sufrimiento de la familia”.

En la capital, consiguió trabajo de mecánica, pero con su enfermedad no duraba en ningún empleo. “A veces medio trabajaba, después no lo hacía y luego empecé a pedir y después de pedir caí a velar en las cantinas”.

Describió que en ese tiempo vivía en la Flor del Campo de Comayagüela, con su esposa y sus tres hijos, luego se trasladó al barrio Mama Chepa, posteriormente al mercado San Isidro. “Allí hice cosas para sobrevivir en el alcoholismo, pero ya no trabajaba”.

EMPEÑA LA CASA POR LA BEBIDA…

Entre esas cosas terribles le dio los documentos de su casa a un cantinero para que de allí le cobrara lo que me daba en bebida. “Yo solo le pedía y él solo apuntaba lo que me daba, tal vez solo eran 500 lempiras y él anotaba una gran cantidad de dinero; llegó el momento en que el cantinero me decía ya no te queda mucho pisto, pues me apuntaba a su gusto. Hasta que un día me dijo, ¡ya no tienes nada!, no te puedo seguir dando”.

Aún así, su esposa Trinidad no lo dejaba y siguió soportando sus desmanes alcohólicos y cuando se desaparecía ya sabían dónde ir a buscarlo, aunque anduviera embarazada.

En ese mundo perdido, pasó a la zona de El Chiverito, donde todas las mañanas se arrimaba a la puerta a vigilar quién dejaba sobras de ‘traguitos’ para ir a llenarlos, en una lata para tomárselo. “Mi rol era amanecer allí en el ‘chiverro’ y ni siquiera ajustaba para un trago de guaro, entonces compraba charamila y contando los centavos les decía dame uno de a 50 centavos. Era terrible lo mío”, se queja.

Todos los días a buscar el traguito…

“Recuerdo que en esos callejones del mercado, me degradé tanto que yo perdí todo lo que le llaman valores morales y sin vergüenza hasta andaba desnudo en calzoncillos y llegaba al extremo que ya por último vendía el pantalón”.

“En El Chiverito ya era normal para mí andar vendiendo el pantalón para que me dieran dos pesos y comprar un trago. Igual no me duraban los zapatos, porque apenas conseguía un par viejo ya los andaba vendiendo. Cuento esto, porque quiero ser honesto conmigo mismo sobre lo que me pasó por andar entre calamidades y vicios”, se sinceró.

Su actuar seguía pasando los límites hasta de cometer delitos y confesó que, “llegó el momento en que me iba a los mercados a robar bolsitas de café, de azúcar y cualquier cosita para reunir varias y después venderlas hasta por tres lempiras para comprar bebida”. Cuando no lograba conseguir un trago de aguardiente se desperaba, “hubo un momento -relata- que hasta sapos vivos me comía”, producto del efecto manipulador de la ingesta.

Jorge, llorando contó que, “lo más vergonzoso fue cuando se me murió un hijo, lo fui a sacar al hospital sin vida y me lo eché al lomo y allí andaba con él pidiendo dinero para ir a beber”.

Le daba más prioridad a la muerte que a la vida. “En ese mundo del alcoholismo me envenené cuatro veces, traté de ahorcarme y siempre me salvaba mi hermano Coca y 15 veces interno en el hospital Santa Rosita”.

Entre esos intentos de acabar con su vida relató que, “comencé a pensar que era mejor quitarme la vida de otro modo, porque padecía de una terrible gastritis. Un día agarré un bote de veneno y me lo tomé ‘todito’ y a los cinco minutos estaba en el suelo como ahogándome y mi hermano Coca me llevó al hospital y al día siguiente me mandaron ante una psicóloga y medio me recuperaron”.

Su inseparable hermano Coca, figura importante para que Jorge Zapata regresara al ‘paraíso’.

“Después dije, si de esta no me pude morir me voy a meter bajo las llantas de un carro para que me aplaste. Un día en la cuesta de la Flor del Campo me puse en la orilla de la acera esperando que pasara un carro grande y miré venir un camión y me alisté para cuando pasara, tirarme, pero el chofer me miró la intención y cuando venía cerquita me lance”.

En su relato contininuó describiendo que, “el chofer frenó y no me tocó, luego el hombre se bajó y me agarró a patadas en el suelo y me dijo andá desgraciá a otro… hijo de tantas. Me levanté desesperado y salí caminando, pero iba pensando, ahora qué hago. Pues me fui a meter preso a una posta policial y un policía me sacó a empujones y patadas, diciendo estos bolos solo vienen a joder aquí, entonces me volvía ir para El Chiverito”.

Después de intentos regresó a El Chiverito y cuento que, “mi esposa me iba a traer con mis hijos y cuando ellos llegaban yo ya estaba durmiendo en una cuneta donde cabía ‘cabalito’ boca arriba. Pero ellos llegaban a preguntar por mí y un bolo les decía, al que ustedes buscan está allá en la cuneta y yo salía a pelearme con el bolito porque le había dicho dónde estaba yo. Me llevaban para la casa, pero al día siguiente estaba de regreso para seguir pidiendo y velando”.

Un día de esos en los mercados se vio complicado de salud, “sentí que me iba a morir porque me dio un dolor en el estómago que me desmayaba y me agarré de una pared pero andaba con un ‘colega’ que me decía, no te mueras y yo sabía que con un trago eso se me quitaba, pero medio embrocado miré que andaba un pantalón y le dije al compañero, andá vendete este pantalón para que comprés ‘charamila’ -alcohol con jugo de naranja-y se fue para el ‘chivero’ con el pantalón. Le dieron dos lempiras con 60 centavos y trajo un trago y me lo dio, entonces me lo empiné de un solo, y con eso me recuperé.

Entre sus últimas andadas, un día estaba en un estanco de El Chiverito y llegó un ladrón con las bolsas llenas de dinero, celulares y cadenas, luego los puso en la mesa.

“Pues le invité un trago y me dijo, sos buena onda. De pronto sacó una pistola y me pegó dos tiros en la cara y luego agarró a ‘plomazos’ a otros dos hombres que estaban allí”.

Uno de ellos quedó muerto, el otro gravemente herido. Ese día andaba con su fiel hermano Coca y lo llevó al Hospital Escuela, pero perdió un ojo.

En su ‘querido’ barrio El Chiverito, el mejor sector para rebuscarse el trago de cada día.

SE ACERCA A DIOS Y VUELVE A LA VIDA

El ser tiroteado, lo hizo reflexionar, al salir del centro asistencial fue a la iglesia y aunque se retiraba, después regresaba, pero uno de los pastores oró por él todos los días durante dos años.

El acercarse a las cosas de Dios, toda aquella confusión del alcoholismo se le fueron quitando y de pronto fue sintiendo una sanación.

De haberse retirado de las cantinas, “eso hace como unos 11 años y comencé a trabajar en el taller que ahora tengo, luego fui haciendo clientes, mi vida iba cambiando de a poco y llevaba dinero a la casa y le miraba la cara feliz a mi esposa Trinidad; ella nunca me dejó, por muy botado que estuve”.

“Lo que me pasó fue como una película sacada del horror del infierno y solo Dios hizo ese milagro de mantenerme con vida”, lamentó para indicar que miró morir a muchos compañeros de bebida.

Ahora Jorge dice, “hoy soy un hombre de Dios, me va bien en mi negocio, aquí trabajo con mi hermano Coca y mi hija Wendy, quien es la administradora del negocio y vamos saliendo adelante”. (Erlin Cruz)

De acuerdo a un informe del Instituto Hondureño para la Prevención del Alcoholismo, Drogadicción y Farmacodependencia (IHADFA), el consumo de la ingesta subió a 21 por ciento en los últimos años. De igual manera, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más de 3.3 millones de hombres y mujeres murieron a consecuencia del alcoholismo en el mundo.

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