Día Internacional de la Mujer: Ocupar nuestro espacio en un mundo compartido

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8 de marzo de 2020
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Día Internacional de la Mujer: Ocupar nuestro espacio en un mundo compartido

“Los derechos del hombre y nada más.
Los derechos de la mujer y nada menos”
– Susan B. Anthony

Por: Iris Amador

La nota de prensa del homicidio de Ángela Rosa Martínez, de 23 años, era una más de las que detallan las muertes violentas de mujeres en Honduras a diario: Hermanas eran las dos muchachas ejecutadas cerca de la aldea El Tablón; Joven de 17 años es hallada encostalada en Mateo; Matan a odontóloga dentro de su clínica en Danlí.

Ángela había sido encontrada sin vida en la zona sur de Tegucigalpa, en agosto del 2016, con su cuerpo semidesnudo, ya en proceso de descomposición. La diferencia era que ella, en un último intento de defenderse de un ataque sexual, había hecho algo desesperado. De una mordida le había arrancado un pedazo de lengua a su agresor.

Él, se levantó a destrozarle la cabeza con una piedra. Y ella, desde el silencio de su muerte, logró decir quién había sido su homicida violador. “Su cuerpo habló”, dice la doctora Julissa Villanueva, catedrática de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, quien ese entonces fungía como directora de Medicina Forense.

“Su atacante adujo que lo habían herido en un secuestro, mas no sabía que teníamos el pedazo de lengua que le faltaba”, relata Villanueva. “Se hizo justicia”. Una prueba de ADN lo confirmó.

Hablar cuesta caro

Ángela pudo hacer lo que a muchas mujeres se nos dificulta aún en vida: hablar. En el contexto de la violencia, el silencio ayuda a los agresores, pero para muchas, es fuerte la presión para callar. Por miedo. Por proteger a otros. Por preservación personal.

Cuando la ley no es garantía, defenderse no es sencillo. Alzar la voz con frecuencia resulta en castigo. Como dice la escritora estadounidense Rebecca Solnit en su libro Los hombres me explican cosas, “toda mujer que se hace a sí misma visible, lucha con fuerzas que quisieran desaparecerla”. Eso puede ser “diciéndote que te calles, amenazándote si abres la boca, regañándote por hablar, o matándote, a fin de silenciarte para siempre”.

Villanueva concuerda. “En los asesinatos de mujeres se conjugan varios elementos, entre ellos dinámicas de poder y de control, que incluyen maniobras para hacerlas callar”. El año pasado, el Observatorio de la Violencia del Instituto Universitario en Paz y Seguridad, contabilizó la muerte violenta de 405 mujeres en el país.

“Cada 22 horas con 30 minutos perdió la vida una mujer en el 2019”, detalla su directora, Migdonia Ayestas. El 96 por ciento de esos casos quedará en impunidad -el principal componente de los “feminicidios”-, según la definición de la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, creadora del término.

A la falta de justicia se suma la indiferencia de parte de ciertos sectores de la sociedad, que se manifiesta en una alta tolerancia a la agresión que sufren las víctimas y en expresiones que les asignan a ellas culpabilidad.

En televisión, autoridades insisten que las matan porque tienen lazos con grupos criminales. Pero “eso no es cierto”, corrige Ayestas. En el 2018, entre casi 400 casos, solo en ocho se encontró una vinculación. Ella explica que cuando la hay, es principalmente por coerción.

Alrededor del mundo, un promedio de 137 mujeres mueren cada día a manos de su pareja o de un familiar. Entonces, para ellas y para muchas niñas y niños, la amenaza es cercana y la casa, más peligrosa que la calle.

Siglos de silencio

El silenciamiento de las mujeres no es nuevo. Comenzó tan atrás como 2,400 0 2,300 años a.C. En los “Conos de Enmetena y Urukagina”, los primeros códigos legales que se conocen y datan de ese período, dice que si una mujer habla fuera de turno, se le debe dar en los dientes con un ladrillo. Las raíces del maltrato a la mujer, por lo tanto, tienen siglos de profundidad.

En el Código de Hammurabi (1770 a.C.), grabado en una piedra de forma fálica en exhibición en del museo del Louvre, se establece que las mujeres son propiedad de los hombres. Los asirios afianzaron el concepto de dominio y estipularon que los hombres les podían arrancar el pelo y castigarlas. Hablan de desvestirlas, de darles latigazos con cañas de bambú y de retorcer o cortarles las orejas.

Los griegos, por su parte, excluyeron a la mujer de la justicia, la democracia y la vida pública. Había que controlarlas, tener su sexualidad bajo riendas, invisibilizarlas bajo velos, amarrarlas con prohibiciones. Les exigían obediencia, silencio y castidad.

Lloyd Llewellyn Jones, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Cardiff, le afirma a la biógrafa británica Amanda Foreman que el pensamiento griego influyó las tradiciones arábicas, cristianas y medievales. Y “esas nociones peyorativas sobre la naturaleza de la mujer”, señala, “sobreviven hasta el día de hoy”.

Una mujer en tu camino

Ello explica, quizás, la manera cómo algunos hombres reaccionaron ante la performance de protesta “Un violador en tu camino”, creada por el colectivo chileno Lastesis y replicada en diferentes países por mujeres que se identifican con el canto en contra de violaciones a sus derechos.

“Es una pendejada”, se burlaron unos por las redes. “Que se callen”, exigieron otros. “No todos los hombres son violadores”, replicaron unos más. Pero nadie ha dicho que todos lo sean. Se dice que todas sentimos o hemos sentido temor de que se nos impongan a la fuerza, porque sucede.

Sucede al menos 685 veces cada día en el mundo, según un informe de las Naciones Unidas sobre agresiones sexuales reportadas. Si lo dividimos, sale a más o menos una cada dos minutos. Con estos números, la pregunta es ¿por qué ofende el canto y no ofenden los ataques?

No es odiar a los hombres explicar que más de un millón de niñas son víctimas de violencia sexual en América Latina. Son cifras del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. La región, de hecho, es la más letal para las mujeres en el planeta, con las más altas tasas de feminicidio en El Salvador, Honduras y Guatemala. Cada dos horas es asesinada una mujer en Latinoamérica, solo por ser mujer.

La ONU, cuyas cifras cito, también dice que la región es la segunda con mayor tasa de embarazos en adolescentes en el mundo. En Honduras esto se traduce a 58 partos de menores de edad cada día, en base a datos de la Secretaría de Salud del 2017, cuando dieron a luz más de 21,000 menores.

De ellas, veinticinco eran niñas de 10 años de edad. Sin embargo, “el embarazo en menores no se puede interrumpir; el país no lo permite”, explica el perinatólogo Jorge Cerrato, haciendo hincapié, como especialista en embarazos de alto riesgo, que entre ellas “las complicaciones son mayores y la morbimortalidad se incrementa”.

El registro de la Dirección de Medicina Forense establece que el 83 por ciento de las niñas fueron violadas por un familiar o amigo cercano, lo cual significa que tenemos a menores con hijos-hermanos en sus vientres o hijos-tíos, como la niña de 14 años en el departamento de Yoro, actualmente embarazada por su abuelo, de casi 70.

No es normal

En los entornos donde suceden estos hechos sin consecuencias para los perpetradores se distorsiona la perspectiva de la realidad. Se empieza a racionalizar lo irracional. Se confunde lo aceptable con lo inaceptable. Se normaliza lo anormal.

Hace un par de años, más de la mitad de jóvenes entre 15 y 25 años -de Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Cuba, Colombia, Bolivia y República Dominicana- opinaron, en un estudio realizado por Oxfam con la colaboración de la Universidad Complutense de Madrid, que la violencia contra las mujeres es normal y en ocasiones, justificada.

Si pudiera, les diría a ellas, viéndolas a los ojos una por una, que aunque suceda todos los días o nos suceda a todas, jamás se debe aceptar la violencia como normal. Les diría que nunca pensaran que un trato así es merecido; que hay mejores maneras de amar.

Jessica Isla, directora de “GSC Honduras”, un grupo de sociedad civil, dice que educar a los jóvenes sobre estos aspectos ayudaría a corregir esas formas dañinas de pensar. “Son temas que debemos incorporar; enseñarles a ambos niñas y niños, lo que es apropiado y lo que es indebido; enseñarles a protegerse y a no violar”.

Aunque en Honduras por ley debe haber separación de la Iglesia y el Estado, esfuerzos para incorporar guías de educación sexual han sido truncados por intervención de las iglesias Católica y Evangélica. Lo que ha habido, dice Isla, es una separación de la mujer de los procesos de toma de decisiones que afectan sus propias vidas.

“Somos mayoría y hemos realizado grandes actos de valentía en la vida pública del país, pero esa mayoría no se convierte en beneficios, porque en las mesas de negociación solo hombres hay”. Tal exclusión, concluye, “nos vuelve prisioneras de lo que ellos determinan, sin consultarnos”.

Solo la mitad

“En todas partes, las mujeres están en peor situación que los hombres, simplemente por ser mujeres”, dijo el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres en un discurso ofrecido recientemente en una escuela neoyorquina. ¿Y en qué situación estamos exactamente? Estamos atrás. Estamos orilladas. Estamos abajo.

A nivel mundial, las mujeres ocupan el 25 por ciento de los puestos legislativos. En las noticias, somos el 24 por ciento. En el cine, mujeres ocupan el papel protagónico solo del 23 por ciento de las producciones. De 190 países, menos del 15 por ciento tienen a una mujer como líder. Desde 1901 se han otorgado más de 900 premios Nobel. Solo 53 los han recibido manos de mujer.

Nosotras proporcionamos más cuidados, pero tenemos más necesidades de salud insatisfechas. Y cuando tenemos acceso a la atención médica, según la Organización Mundial de la Salud, tenemos que pagar entre 16 y 40 por ciento más por ella. Si tan solo tuviéramos con qué hacerlo.

Globalmente, se remunera más a los hombres que a las mujeres. En el planeta, el salario promedio anual de una mujer es la mitad que el de un hombre. Tomemos en cuenta además que cada día mujeres y niñas realizamos 12 mil millones de horas de trabajo no remunerado, en la preparación de alimentos, limpiando, cuidando a niños y atendiendo ancianos.

Es una contribución económica enorme, que se ignora como si fuera invisible. Si se pagara -y hay economistas que tienen planes de cómo puede hacerse- valdría 11 billones de dólares al año. Así las cosas, el Foro Económico Mundial dice que se tomaría hasta el 2277 cerrar la brecha salarial. Leíste bien, 257 años.

“La brecha salarial de género es una razón por la cual la mujeres y las niñas constituyen el 70 por ciento de los pobres del mundo”, dijo Guterres en su comparecencia. “Una capa escondida de desigualdad es parte de las instituciones y estructuras que gobiernan todas nuestras vidas, pero basadas en las necesidades de solo la mitad de la población”, lamentó.

Hay males que duran 100 años

En agosto de este año, se cumplen cien años desde que las mujeres en Estados Unidos obtuvieron su derecho al voto. Más de siete décadas tomó lograrlo. En un museo de Washington, D.C. tuve la oportunidad de ver la mesa en la que Elizabeth Cady Stanton, una de las precursoras, había escrito la Declaración de Seneca Falls en 1848, que prendió la chispa del movimiento. Las criticaron, las vilipendiaron, las ridiculizaron. A las que vinieron después, las golpearon, las arrestaron, las torturaron.

Como si no hubiera pasado ni una hoja en el calendario, en el 2019 en Estambul, la policía turca dispersaba con empujones y escudos al grupo de chicas, con ojos vendados, que cantaban que el patriarcado es un juez.

Nacer mujer es incorporarte al mundo en condiciones desiguales. No lo sabes, desde luego. No lo sabes por años, porque cuando comienzas a ver los desequilibrios en tu vida y en la de otras mujeres, desconoces si son eventos aislados. No entiendes si algún menosprecio es algo personal o más bien cultural. Ignoras si te ganaste la lotería de la mala suerte cuando te encuentras con un individuo prepotente.

Poco a poco, aprendemos. Vamos sumando. Escuchamos las groserías que le gritan a la vecina de 15 años. A una amiga la pasan por alto en su trabajo. Nos niegan oportunidades. Nos topamos con barreras infranqueables. Cerca de tu casa una adolescente pierde la vida, cuando hacía tareas escolares, por las balas de sicarios. Alguien nos aprieta el cuello con su mano. Nos amenazan a muerte. Ya no son estadísticas. Eres tú la que puede salir en las noticias.

Somos 3,824,434,000 mujeres en la tierra -la mitad de la población, entre ellas todas las madres de la otra mitad. Lo que queremos son las mismas oportunidades, las mismas condiciones y los mismos derechos, para desenvolvernos en un plano más nivelado; para participar; para vivir, no meramente sobrevivir.

Leí una vez que “cuando una flor no florece, arreglas el ambiente en el cual crece, no la flor”. Algo similar dijo el secretario Guterres en su disertación: “Es tiempo de dejar de tratar que cambien las mujeres y empezar a cambiar los sistemas que previenen que ellas alcancen su potencial”.

Reconocer que algo está mal es el primer paso para cambiar. Hagámoslo porque es justo. Hagámoslo porque, en las mismas palabras del secretario general, “solamente a través de la participación equitativa de las mujeres podemos beneficiarnos de la inteligencia, la experiencia y la perspicacia de toda la humanidad”.

Luchar tanto para ser vistas, escuchadas y tomadas en cuenta, con tantas limitaciones, es agotador. Preocuparse de que nos vayan a hacer algo, temer el enojo de un hombre cada vez que vamos a decir algo es desgastador. Con voluntad lo descompuesto, se puede componer, solo espero que no tome décadas procurarnos un entorno más equitativo. No debería ser tan difícil ocupar nuestro espacio en un mundo compartido.

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