Elvir Sierra, la pasión del soldado

OM
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10 de marzo de 2020
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12:12 am
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Elvir Sierra, la pasión del soldado

El Tratado de Bogotá

Por Juan Ramón Martínez

Supe sobre César Elvir Sierra, hace muchos años. Mucho antes que formara parte del proceso de oxigenación del modelo de continuidad de los gobiernos militares, impulsado por Melgar Castro. La dirección suya del Consejo Asesor de la Jefatura del Estado, conocido popularmente como “Cadeje”, en la que dentro de un modelo corporativo, pretendieron unificar a las fuerzas democráticas, anulando su representación exclusiva, mostró su capacidad para la negociación. Desafortunadamente, los estrategas de Melgar –entre los que se destacaba César Elvir– no tuvieron en cuenta las diferencias militares; ni anticiparon que los partidos políticos todavía gozaban de enorme fuerza, representación y capacidad de movilización. Caído Melgar y clausurado el “Cadeje”, que incluso había usurpado la soberanía popular, ocupando las instalaciones del Congreso Nacional, César Elvir Sierra, dejó los focos de la publicidad y siguió como asesor de bajo perfil en la institución castrense.

Tuvimos la primera cercanía, cuando después de la guerra con El Salvador, escribió lo que creo es el mejor libro sobre el tema, en el que, desafortunadamente, no pudo probar su tesis principal: que la guerra contra Honduras la había estimulado y apoyado el gobierno de los Estados Unidos. Me pidió, entonces, que hiciera la revisión de estilo y que le escribiera el prólogo. Fue una gran experiencia personal. Conocí al autor con el cual, desde entonces, establecí lo que se podría conocer como los inicios de una amistad que solo fue interrumpida por su muerte, ocurrida hace unas pocas semanas. Además, me interné en los detalles de un conflicto que nunca había sido documentado en forma profesional. Y pude involucrarme, en varias ocasiones, en largas discusiones en donde César Elvir, militar irreductible, se resistía a que un simple escritor –y en el peor de los casos un periodista– pudiera cambiar la perspectiva de lo narrado; que se le quitara el aire patriotero que respiraba y, lo más importante, que aceptara variar el punto de vista de la descripción de los hechos. No creo que haya sido mérito mío, sino suyo; pero al final, aceptó quitarle a su texto –porque era su libro, cosa que nunca puse en duda– todas las expresiones patrioteras; reducir la jerga militar y hacer la narración desde arriba, para que el libro, le permitiera al lector, ver a dos ejércitos enfrentados, para apreciar sus éxitos y sus fracasos, sus errores y especialmente la improvisación en el caso de Honduras, las vacilaciones del mando salvadoreño y la ausencia de información que ambos ejércitos tenían uno del otro.

Elvir Sierra, la pasión del soldado

Tiempo después de esta experiencia, fuimos compañeros, durante varios años, en la Comisión de Asuntos Estratégicos de las Fuerzas Armadas. Siempre aportaba conocimientos históricos y emitía juicios que algunas veces me sorprendieron. En unas tres o cuatro oportunidades, junto a varios amigos; o con Nora, le visité en San Juancito, donde residió la mayor parte de su vida. Allí conversamos de lo que es su mayor contribución al país: las largas y difíciles negociaciones con El Salvador que, concluyeron con el tratado de paz suscrito en Perú en 1980. Me refirió, que los salvadoreños “son difíciles para negociar”. Que el proceso de paz fue posible porque Napoleón Duarte y Fidel Chávez Mena, convencieron a los altos oficiales que la economía salvadoreña no crecería jamás, si no resolvían el contencioso con los hondureños. Y alrededor de este acontecimiento –el que más honra al ilustre fallecido– recuerdo una anécdota que confirma la personalidad de Elvir: aunque sus asesores de la Cancillería le aconsejaron que no asistiera vestido de uniforme militar a la firma del tratado, se presentó con su uniforme de gala, correspondiente a su grado militar. Tiempo después, cuando las discusiones se volvieron por temporadas muy ácidas conmigo, siempre las cerraba, incluso alzando la voz: “mirá Juan Ramón, no olvides que yo soy un militar, y vos, sos un escritor”. Nunca lo tomé a mal. Porque era la verdad. Y porque sabía que sentía miedo dejar de serlo y que lo definiéramos como escritor. Igual que yo, que estoy orgulloso de ser escritor.

La última vez que le vi, ya estaba inconsciente en el Hospital Militar. Fui a San Juancito a participar, dentro de la mayor discreción, en sus honras fúnebres. Seguro que honraba a un gran patriota y a un hombre que le brindó importantes servicios al país.

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