El concepto independencia en la historia de las ideas en Honduras: Una mirada hacia el bicentenario

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14 de marzo de 2020
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12:57 am
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El concepto independencia en la historia de las ideas en Honduras: Una mirada hacia el bicentenario

Vicente Mejía Colindres a Carías Andino: “DESEO QUE EN ESTE CARGO SEAS MENOS INFORTUNADO QUE YO”

Rolando sierra Fonseca
(Historiador y sociólogo. Director de FLACSO Honduras).

Introducción

La historia conceptual puede definirse como una historia de las palabras claves que ayudan al historiador a construir su relato de hechos. Las palabras, al igual que las sociedades, también cambian y enfrentan transformaciones que a veces las tornan irreconocibles para una misma generación de ciudadanos en el transcurso de una vida.

Los historiadores a veces tienden a dar por supuesto que conceptos claves de sus relatos tienen un significado actual similar al que tenían dos siglos atrás, lo que provoca claramente un uso anacrónico de estos. La historia política del siglo XIX y sus cultores más modernos en Europa dieron la alarma en este sentido (Véase: Fernández; 2011).

No se pueden usar palabras como independencia, democracia, libertad, estado, economía, nación, progreso, propiedad, memoria, identidad y un largo etcétera, sin estudiar su profunda transformación semántica. Este trabajo de resignificación ha dado origen a una nueva sensibilidad historiográfica que se ha traducido ya en publicaciones relevantes que en el mediano plazo debieran provocar un cambio en prácticas y métodos para mirar el pasado, especialmente en Latinoamérica.

El concepto “independencia” tiene su origen en la Europa del siglo XVIII, y es uno de los pilares de la modernidad ilustrada, que se manifiesta en categorías como emancipación, libertad, revolución, todas ellas para significar lo que Kant, en su famoso, ¿Qué es la ilustración?, al definir la modernidad como “la salida del hombre de su minoría de edad de la que es culpable”, señala a esta minoría de edad como “la incapacidad de servirse de la propia razón sin requerir la ayuda de otro”; es decir, la ilustración consistía en la liberación de estructuras sociales que nos encadenan al no ser comprendidas (Fernández; 2011).

De este modo, el presente artículo analiza la historia, aplicación y significado del concepto Independencia, desde su inicio en los pensadores hondureños del siglo XIX (Valle, Herrera); después con los pensadores de la reforma liberal (Rosa y Zúniga) y los pensadores influenciados por las ideas teosóficas y regeneracionistas en la primera mitad del siglo XX (Valladares, Turcios, Pineda, Guillén Zelaya). Por último, se analiza la situación actual y cuál debería ser su vigencia de cara al bicentenario.

La interpretación de los independentistas

En el caso de la independencia de Centroamérica José Cecilio del Valle, y los demás líderes, manifiestan, tempranamente, una gran cercanía al programa ilustrado en el uso de conceptos como: libertad, democracia, educación, laicismo, progreso; los que se alcanzarían al momento de lograr la “libertad de la patria”, antes, tal vez, que la de los individuos (véase Herrera Mena, S. A., & Dym, J: 2014).

Las palabras libertad, emancipación, independencia, anuncian el proceso que permitiría poner fin a la presencia de España en América, con una ruptura con el orden colonial, tanto en lo político (la dependencia de la corona), como en lo social y cultural (terminar con una religiosidad intransigente), y del cual no recuperan nada, por lo que la independencia es una etapa histórica que comienza desde cero, en un presente que se transformaba en un estado adánico y de orfandad.

De este modo, la independencia de España es el hecho más significativo en la historia de América Latina, que marca la búsqueda de un proyecto propio de nación. Es el momento en que, por primera vez, los latinoamericanos tienen que verse con su pasado, ya sea para asumirlo o para negarlo (Véase: Sierra, R; 1998). Es aquí cuando se empieza a forjar una conciencia más clara de ser una región dependiente y es a partir de aquí en donde se irá formando una suerte de filosofía de la historia, tal como ha expuesto Leopoldo Zea (1978: 165-172), que interpreta la dependencia en relación con los proyectos colonizadores de Europa, el mundo occidental impone a este continente.

No obstante, será en el marco de esta colonización y de esta conciencia de dependencia en que se dan diversas respuestas latinoamericanas a la misma. Respuestas que formarán la concepción y el imaginario de la nación de estos pueblos. Así, el momento de la independencia marcará este momento de autorreflexión sobre el continente y cada una de las emergentes naciones. Como ha planteado Octavio Paz, la independencia ofrece una figura ambigua, al igual, que la misma conquista. La independencia se presenta como un fenómeno de doble significado: disgregación del cuerpo muerto del imperio y nacimiento de una pluralidad de nuevos Estados (1993: 129). Es más, este este hecho genera un pensamiento que tiene como punto de partida una justificación de la independencia, pero que se transforma casi inmediatamente en un proyecto de nación: América no es tanto una tradición que continuar como un futuro que realizar (Paz, O; 1993: 130).

En el caso centroamericano, aparte de la independencia del gobierno español, dos acontecimientos políticos actuarán como canalizadores del debate sobre la independencia y construcción de la nación: la independencia del gobierno mexicano en 1823 y la creación de la Federación entre 1824 y 1838.

Desde entonces el concepto y la forma de comprender y darle significado a la independencia empezaron a tener una serie de usos, reconceptualizaciones y resiginifcaciones. El concepto de independencia como parte del lenguaje político sufrirá así una serie desplazamientos en su uso e interpretación.

Para José Cecilio del Valle la independencia de Centroamérica del imperio español significaba el paso “del absolutismo a la libertad: “Después de siglos de gobiernos absolutos, opresores de los pueblos, los hombres pensaron en gobiernos constitucionales, protectores de sus derechos. La primera época debía producir la segunda. Era cosa muy natural. El dolor hace siempre pensar en el remedio.

La tierra ofrecía en otro tiempo el espectáculo triste de naciones enteras sometidas a la voluntad de un solo individuo o a los caprichos de sus válidos. Los reyes donaban, legaban y vendían pueblos así coma los ricos venden, arriendan o regalan cabras, ovejas y caballos. Millones de hombres eran propiedad de un solo hombre” (Valle, J; 1971:217).

Con ello para Valle, como lo expresado Leopoldo Zea, la independencia fue el momento de toma de conciencia sobre el ser latinoamericano y de configuración de un proyecto propio de sociedad: “La América, invadida por los españoles en el siglo XVI, no había olvidado la memoria de esta agresión, y aplicaba a ella los principios que España publicaba sobre la de leyes francesas” (Valle, J; 1971:217).

Así para Valle, la independencia del poder español representa para los centroamericanos un proyecto, una vía y a la vez un medio, pero sobre todo un punto de partida para alcanzar una nación soberana y libre: “Independencia era voz encantadora que ofrecía a todos esperanzas lisonjeras. Prometía:
A los pueblos el beneficio de ser ellos mismos los que constituyesen las formas de sus gobiernos:
a las clases elevadas, los primeros empleos del Estado y a las inferiores la abolición de las leyes que las degradaban y la aperción de las puertas del honor:
a los eclesiásticos, las prelacías, dignidades, prebendas y beneficios sin partirlos con los españoles: a los comerciantes, la libertad de abrir relaciones con todas las plazas del mundo; llevar a ellas los frutos y recibir de las mismas sus mercaderías:
a los labradores, la ventaja de dar valor más grande a los productos de la tierra, extendiéndose el comercio y multiplicándose, a los compradores: a los hombres de talento, el derecho de cultivarlo libremente, entrando en correspondencia con los sabios de Europa luciendo sus más eminentes producciones, viajando por el antiguo u oyendo a los viajeros del nuevo” (Valle, J; 1971:221).

Claramente para este autor la independencia significa el reconocimiento del yo americano, de su propia identidad, su propia ley y destino. La independencia era para Valle, para decirlo en términos kanteanos, alcanzar la mayoría de edad de los habitantes de la región: “Yo debo ser independiente, dijo ser americano, en el silencio de toda pasión a ley fundamental de España es uno de mis títulos. La soberanía reside en la nación: lo que acuerda la mayoría debe ser ley; y la América, que es la mayoría, quiere su independencia” (Valle, J; 1971:221).

Como sostiene (Herrera Mena & Dym, 2014: 133): “En el primer nivel, la emancipación decretada por las autoridades coloniales guatemaltecas es entendida en los términos de Valle, es decir, como materialización del deseo de las mayorías. El segundo nivel observa a la independencia como un asunto de decreto: la emancipación se define como la expresión de las mayorías, que puede ser canalizada institucionalmente, ya que, si no ocurre tal cosa, es inevitable una acción del ´´pueblo´´.

En el ámbito del naciente Estado hondureño, su primer jefe, Dionisio de Herrera, que aún cuando consideraba que el esfuerzo por generar el Estado de Honduras era sumamente enorme cuando expresó, “no hay país en el mundo en donde haya más apatía, más pereza en los negocios y menos espíritu público que en Honduras… pero Honduras necesita muchas palancas para moverse” 11 de febrero de 1826, más que ninguna otra figura la independencia significaba el verdadero camino a seguir “yo pienso como tú que hemos de ser libres porque este es el espíritu del siglo, y el curso del tiempo” le confesaba a su amigo Márquez el 28 de abril de 1826.
Para ello pretendió, generar nuevos espacios de opinión pública y sociabilidad para que cada vez más hondureños y hondureñas conocieran las ideas de libertad y lo que significaba haber logrado la independencia.

Así el 28 de abril de 1826 le comunicaba a su amigo Márquez: “También he mandado se establezcan tertulias patrióticas, y que en cada sesión, después de la lectura del acta anterior, lo primero que se trate sea la justicia de nuestra independencia y la obligación que todos tenemos de defenderla del modo que la ley nos llame” (Herrera, D; 1912).

El concepto de independencia para Herrera, también, estaba ligado al de soberanía al afirmar que “un Estado no debe mezclarse en los negocios de otro Estado”, 7 de diciembre de 1824, en tal razón, leyendo muy bien los signos de los tiempos ese mismo año considera que “la independencia de la isla de Cuba es necesaria a esta América; pero creo que los sucesos de España la apresurarán o la retardarán más que el influjo de sus logias” 17 de enero de 1824 (Herrera, D; 1912).

De igual forma consideraba que la libertad e independencia eran el camino de la humanidad, ambas contenían el espíritu del siglo: “La Europa se ha conmovido con los sucesos de París; los soberanos del mundo antiguo se hallan en la dura alternativa de imitar a la Francia haciéndose constitucionales, o declararse la guerra. La situación de estos y el espíritu del siglo, creo que los obligarán a adoptar, a su pesar, lo primero. De un momento a otro aguardo la noticia” 20 de noviembre de 1830 (Herrera, D; 1912).

En esta misma línea reflexionaba Francisco Morazán en 1841 sobre el acontecimiento de la independencia como el logro de la libertad: “Es nuestra patria: Porque en el mismo tiempo hacíamos resonar el grito de la independencia en todo el Reino de Guatemala. Todo aquel que tenía un corazón americano se sintió, entonces, electrizado con el sagrado fuego de la libertad. Por una disposición de la providencia, los amigos del gobierno absoluto de los Borbones, enemigos de la independencia de España constitucional, se unieron con los independientes de ambos gobiernos, y proclamaron la separación de la antigua metrópoli el 15 de septiembre de 1821.

Y de este modo, vuestros nombres figurarán en la historia al lado de los reyes Luis IX, Luis XI y otros muchos que trabajaron sin pensarlo, en favor de la democracia, sistema que hoy gobierna en la República de Centroamérica” (Morazán en Bardales, R; 1985: 106-107).

De este modo, “la definición de la independencia en relación con el éxito político conseguido después de 1821 renovará su relación con el término progreso. Como se admira en la narrativa de Molina, el éxito hacia el futuro se mide en esa época por una visión de la independencia en general, como independencia política y económica” (Herrera Mena & Dym, 2014: 137).

La independencia vista desde el positivismo

Si bien, la concepción económica a lo largo de las décadas 30 al 60 del siglo XIX no se registra debates o reflexiones significativas sobre la independencia y únicamente algunas celebraciones durante la década de los 40, tal como las ha registrado Juan Manuel Aguilar. No fue sino hasta más de cincuenta años después que en 1874 Valentín Durón reflexionaba sobre el hecho, quizá en la misma línea que Herrera sobre la dificultad de sostener la vida independiente: “Hermosa y santa es la libertad en los pueblos como en los individuos. Más no basta tenerla. Preciso es merecerla.

Por ello es enorme la carga que echa un pueblo sobre sus hombros al proclamarse autónomo: y más pesada aún, cuando a la vez rechaza hasta un amo de entre sus propios hijos, declarando ante el mundo que es apto para gobernarse a sí mismo. Centroamérica lo hizo así. Bajo la influencia del irresistible impulso de la democracia, genio tutelar del continente de Colón, se constituyó en República” (Durón, V; 1996: 672).

No obstante, Durón consideraba que era ya el momento de replantearse el significado y elaborar un nuevo lenguaje político sobre la independencia. Para este autor era tiempo ya de superar la visión centrada en el logro político que significó la independencia. Se tenía que evaluar los resultados de este proyecto no solo en términos políticos sino económicos y sociales: “Durante muchos años hemos vivido, señores, consagrados al debate de las cuestiones políticas que surgían de la Independencia. Esta idea ha preocupado todos los ánimos. Nuestros escritores, hombres de Estado, nuestros mandatarios, todos a la vez han dedicado una especial atención a aquellos problemas. Han creído ver allí la solución del progreso de estos pueblos. Las ciencias, las artes, el comercio, la agricultura, apenas han merecido ligera mención en nuestras polémicas y escritos; figurando mucho menos en los proyectos y actos gubernamentales. Pero la historia tiene que pedirnos cuenta de esta general tendencia, y hay que mostrar alguna razón, algún motivo, por lo menos una excusa para que no se vitupere el camino que hemos traído” (Durón, V; 1996: 352).

Cincuenta años después para Durón la independencia no era ya un hecho político que había que asegurar, no había peligros en ese sentido. Se imponía, más bien el desafío de generar las bases económicas y una independencia centrada en el trabajo individual: “¿habremos de continuar debatiendo exclusivamente estas teorías, sin pensar que las mejoras sociales, que son la base de las mejoras políticas, sin pensar en mejorar al pueblo para mejorar al gobierno? No, señores. El momento nos llama claramente a tomar el rumbo opuesto. Trabajemos para que el individuo tome afición a las ocupaciones útiles, porque el trabajo trae riqueza, y la riqueza la dignidad y la independencia” (Durón, V; 1996: 352).

Poco después de este nuevo discurso de Durón en 1876 se instala el gobierno de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa que impulsan una reforma liberal en el país que conllevó toda una construcción historiográfica y simbólica de la independencia que dura hasta nuestros días. Ramón Rosa consideraba que la independencia es el hecho histórico más importante en la historia de Centroamérica.1 No obstante, sesenta años después la independencia se había desviado: “Yo de mí sé decir que aunque me entusiasma como al que más, el puro y sagrado recuerdo del 15 de septiembre, no obstante, cada aniversario de ese día es para mi corazón un día de duelo; pues se me representa a lo vivo la dilatada historia de los errores, de las locuras, de los crímenes y escándalos que han empequeñecido y deshonrado a mi patria. Tristísimo es reflexionar así, pero es forzoso; antes, pues, debemos pensar que sentir. Reflexionamos” (Rosa, R; 1980: 296).

Es así que se preguntaba lo siguiente: “¿Cuál es pues, la causa de haberse malogrado en Honduras el fruto de la independencia? ¿Cuál es la causa de haberse frustrado la completa realización de los altos fines de nuestra emancipación política? ¿Cuáles es la causa de tan repetidos trastornos, de ruinas incontables y de tantas y tan amargas desventuras?” La respuesta a tales interrogantes las ubica en la ausencia de un proyecto económico que acompañara la independencia política: “Encuentro la causa de tan profundos males en los constantes desaciertos económicos de nuestros gobiernos que han producido otros tantos y ruinosos desconciertos en el orden político y social.
Las administraciones de Honduras se han encaminado prácticamente a llevar a cabo combinaciones políticas en el interior, o en relación con la política de los países vecinos; pero se han olvidado casi por completo de fomentar, de desarrollar, de garantizar por todos los medios posibles la riqueza pública, los intereses económicos del país” (Rosa, R; 1980: 296).

Por ello en Rosa, la salida, la alternativa o la posibilidad de lograr una independencia plena y especialmente económica se encontraba en la educación y el trabajo: “Nuestra definitiva salvación la encontraremos en la educación operada por la virtud del trabajo. Sí: trabajo incesante, infatigable en los pueblos para que tengan propiedad, apego al propio derecho y al ajeno, necesidades creadas por la vida civilizada, firmeza en sus hábitos de orden y de desprecio, desprecio profundo a las seducciones de la política disolvente” (Rosa, R; 1980: 300).

Es en este contexto del proyecto liberal de construcción del Estado-Nación es que la independencia adquiere un nuevo significado y empieza a conmemorarse como tal. Se crea el primer discurso historiográfico sobre la misma.
El mismo Rosa buscó una teoría capaz de ofrecer luces sobre la historia caracterizada por las cruentas luchas que prosiguieron al proyecto federal en Centroamérica desde 1842 a 1876. En este sentido la teoría de la historia posivista permitía la búsqueda de legitimación de la República independiente y la aproximación a lo que el llamo una “nueva era”.

Este influjo ideológico, como la búsqueda de legitimación de la independencia y la formación de un Estado-Nación, ponen de manifiesto que para los reformadores liberales la utilidad de la historia es alimentar una historia de “bronce”, utilizando la expresión del historiador mexicano Luís Gonzáles.
Historia que se define como pragmática por excelencia, que se ocupa de hombres de estatura extraordinaria (gobernantes, santos, sabios y caudillos): presenta los medios desligados de sus causas, como simples momentos dignos de imitación. Siendo esta la historia preferida por los gobiernos, es una forma de emplear la historia que continúa hasta el presente.

Así se comienza a construir la idea de héroes de la independencia hondureña y emergen con todo su significado los nombres y las figuras de Francisco Morazán, José Cecilio del Valle, Dionisio de Herrera, José Trinidad Reyes, como baluartes del proceso de construcción del Estado y la nación hondureña. De aquí que Morazán se haya convertido en el símbolo de la nación hondureña y en el héroe nacional por antonomasia y se exalte su figura guerrera y militar.

Este discurso historiográfico se encuentra dominado por un fuerte sentido anticolonial, más que español, que se expresa no solo en la hostilidad manifiesta contra todo lo que representaba el período colonial, sino que es una revisión de todo el discurso patriótico. No sin razón cuando a Antonio Ramón Vallejo se le asigna escribir una historia nacional, esta arranca desde 1821 y no hace referencia al período colonial.

La crítica al centenario

No obstante, que la reforma resignificación del concepto hecha por Valentín Durón y Ramón Rosa en el marco del proyecto liberal en las primeras décadas del siglo XX y perspectiva de la celebración del primer centenario esta historia de bronce y el nuevo lenguaje político de la independencia empiezan a ser cuestionadas. Así, el destacado periodista Paulino Valladares escribía en su diario El Cronista en el año de 1915: “Creemos que ya es necesario cambiar de rumbo en la oratoria del 15 de septiembre.
… La palabra echada al vuelo exaltando los próceres, ya no despierta interés en nuestro público.
Todo es generador de bostezos, de cansancio y monotonía” (Nuestros tribunos en el día de la patria) (El Cronista, septiembre 6, 1915).

Y al finalizar el año de 1920 recordando que el año siguiente sería el centenario de la independencia realizaba un balance histórico en el que concluía: “No hemos ido para atrás ni para adelante. Nos hemos extraviado. Hemos alcanzado ciertos progresos parciales, gracias a la presión exterior; pero en lo fundamental estamos tan vacilantes como el primer día de la independencia, con el único aditamento de que están más corrompidas las costumbres y más degenerados los hombres” (Cerramos el año, El Cronista, diciembre 31, 1920).

Para Valladares “la independencia de España no costó una sola gota de sangre, pero la reacción conservadora era efectiva y las rivalidades que al momento surgieron presentaron obstáculos tenaces al desarrollo progresivo, dando margen a un siglo de riñas y estacionamientos” (Valladares, P; 1972:156).

En ese sentido planteaba la necesidad de la construcción de un nuevo lenguaje político y uso del concepto independencia: “Y nosotros también hemos gastado mucha frase elocuente preconizando el fervor patriótico que despertó la idea de la liberación política glorificando nuestro destino, pero la veraz palabra de varones tan sinceros como Dionisio de Herrera y el estudio de la historia social, nos demostrarán tarde o temprano, la necesidad que tenemos de rectificar orientando la aspiración común de criterio más sereno y positivo” (Valladares, P; 1972:157).

De igual forma, Salvador Turcios reflexionaba sobre el concepto y proceso de independencia al momento de acercarse al centenario y llegaba a la siguiente tesis: “Nuestra tesis es clara y concluyente. Nos independizamos de las heroica y vieja España, por una feliz contingencia, y no porque estuviéramos con los músculos fuertes y con el cerebro bien almacenado de provisiones de ideas, para caer deslumbrados y empequeñecidos en las trampas que prepara el instinto criminal del caudillismo que nos lleva hacia la muerte en presencia de la Conquista.
Luego, entonces, decidimos nosotros, la paradoja de la independencia es una verdad elocuente, tangible y científicamente perdurable” (Turcios, S; 1977).

La concepción espiritualista.

Hacia la década de los treinta autores influenciados por las ideas teosóficas y regeneracionistas se plateaban un nuevo lenguaje sobre la voz independencia, que hasta cierto punto buscaba desplazar la conceptualización economicista de Rosa y los liberales. Por ejemplo, Julián López Pineda planteaba: “Si la independencia espiritual de nuestro país es una visión casi fantástica, una idealidad difícil de concretar en hecho real, no sucede lo mismo con la independencia económica, la cual puede obtenerse, sin mayor esfuerzo, mediante la voluntad inteligente de los gobernantes” (López Pineda, J;1956:285).

En esta misma línea, también, Alfonso Guillén Zelaya resignifica el concepto de independencia como una elevación del espíritu humano, como una condición de la conciencia humana y carácter humano: “El hombre independiente no tiene más compañero que la elevación de su espíritu.

No tiene más amparo que la aprobación de su conciencia. No tiene más apoyo que la confianza en sí mismo. Sus mejores aliados, sus armas más eficaces, sus ejércitos mejor preparados, son su inteligencia, su capacidad y valor. (pp.148). De este modo, para Guillén Zelaya “lo cual significa que no se puede hacer una patria sin cultivar la independencia de los ciudadanos.

Independencia económica, independencia espiritual, independencia moral, independencia religiosa, independencia política, independencia en todas las manifestaciones humanas” (Guillén; A; 1999:149).

Hacia el bicentenario

Al hacer este recorrido sobre los desplazamientos que ha tenido el concepto de independencia dentro de la historia de las ideas en Honduras y en contexto de la proximidad del bicentenario de este acontecimiento es importante reflexionar en este siglo XXI sobre las resiginificaciones que el presente demanda sobre como conmemorar y leer la historia de Centroamérica y de Honduras.

Como lo señala Alfredo Ávila (2008: 4) el daño a las interpretaciones “épicas” estaba inexorablemente hecho, aunque en la hora de los bicentenarios se debe tratar de completar la renovación, evitando las ocasiones que esta coyuntura puede permitir la revitalización de viejas épicas.

Tomando en cuenta que el desarrollo de la historiografía hondureña es reciente las perspectivas de estudio e investigación abren múltiples ventanas de indagación para historiadores e historiadoras.

La independencia de Honduras y Centroamérica , si bien ha sido analizada y trabajada en las historias generales, desde la primera historia general de Honduras escrita por Antonio Ramón Vallejo, y luego en otras historias generales como la de don Manuel Barahona o Félix Canales fue tratada por primera vez en la década de los cincuenta por un destacado estudioso de la historia de Honduras, como fue Ernesto Alvarado García, quien publicó el libro La Independencia en América Latina, publicado en España por Guadarrama y en él hace aportes de las independencias de Centroamérica y de toda América Latina.

En cambio, el primer trabajo del estudio de Honduras en la independencia fue la tesis del también primer historiador hondureño graduado en la Universidad San Carlos de Guatemala, Guillermo Mayes Huete: Honduras en la independencia de Centroamérica, quien trabajó el tema para su tesis de graduación. Investigó en los archivos de Guatemala y en los archivos generales de Centroamérica, escribió esta historia de la participación de Honduras en la independencia de Centroamérica. El libro fue publicado en la década de los sesenta, luego salió por entregas en la revista Ariel, que dirigió don Medardo Mejía.

El siguiente trabajo sobre Honduras y el proceso de independencia fue publicado en 1973 por el ingeniero Filander Díaz Chávez, con el libro La independencia de Centroamérica: dilatado proceso de liberación nacional, que es una nueva historia de independencia escrita desde una perspectiva marxista, con un tipo de análisis geográfico. Para este autor la independencia es sobre todo un largo proceso que caracterizo a Centroamérica.

El tercer y último libro fue publicado en 1978 por el farmacéutico estudioso de la historia el doctor José Reina Valenzuela, bajo el título hondureños en la Independencia de Centroamérica, donde analiza especialmente las figuras de Dionisio de Herrera y del padre Francisco Antonio Márquez como las dos grandes figuras que son los que desde Honduras trabajan y preparan a la gente.

Herrera, siendo alcalde de Tegucigalpa, está a cargo del Acta de Independencia en Tegucigalpa, y el padre Márquez que fue el mentor político de Francisco Morazán, y amigo de Herrera, y son las figuras analizadas por el Dr. Reina Valenzuela.

Si los procesos que llevaron a la Independencia de Centroamérica no han generado una historiografía que demuestren un estudio en profundidad, las preguntas son muchas. Hay muchos vacíos. No se conoce la participación de los diferentes grupos, como los indígenas, o de las diferentes clases sociales, las redes políticas e intelectuales a las que pertenecían figuras como Herrera, Márquez, y que son constitutivas de la Independencia. También se requiere investigar cómo fue asumida por el pueblo en Comayagua y en Tegucigalpa la llegada de los Pliegos de la Independencia, mientras que en otros países hay estudios a nivel de los municipios sobre cómo fue recibida el Acta de Independencia y de cómo se jura la independencia a nivel municipal.

Otras perspectivas de estudio se abren en el abordaje de las redes económicas, políticas e intelectuales, amplía el académico. Explicar cómo estaban relacionadas las familias de Tegucigalpa, de Comayagua, los personajes de Guatemala y otras redes de El Salvador. El análisis de las redes es toda una nueva perspectiva de estudio, ya que el modo de actuar de las personas y de los individuos de varias organizaciones era en red.

¿Cuál de ellas constituían y cómo lo hacían? Además, cuando se formó el primer gobierno de Honduras y se iba a la primera constituyente, ni los de Tegucigalpa querían que se diera en Comayagua, ni los de Comayagua querían que sucediera en Tegucigalpa. Por eso la primera constituyente se estableció en Cedros, como un lugar intermedio. ¿Cómo impacta la Independencia en términos de la unidad territorial?

El análisis de los conceptos y su transformación semántica dependiendo del contexto en que se utiliza. ¿Cuáles son los significados que tuvieron? No solo en términos intelectuales, sino los significados y los usos y el lenguaje político de los conceptos. ¿Qué significaba Independencia para ese entonces y qué significa hoy? Son nuevas perspectivas que existen para abordar la temática de la Independencia.

De este modo, la coyuntura del bicentenario de las Independencia de Centroamérica es una oportunidad para las y los historiadores especialmente en relación a una mayor visibilidad de la memoria y al impulso a una más profunda reflexión sobre la Independencia de Centroamérica, que contribuya a la ruptura del viejo consenso historiográfico de una historia épica y el fortalecimiento de uno nuevo.

Bibliografía

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Fuente: Rolando Sierra Fonseca. (207 ene-jun). “El concepto Independencia en la historia de las ideas en Honduras: Una Mirada hacia Bicentenario”. Revista de Política Exterior de Honduras. Nro. 9, pp-43<59.

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