FRATERNIDAD Y SOLIDARIDAD

ZV
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15 de marzo de 2020
/
12:08 am
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FRATERNIDAD Y SOLIDARIDAD

POCO a poco los hondureños estamos aproximándonos a una realidad: Tenemos que aprender a apoyarnos en nuestras propias fuerzas. Es decir, apoyarnos unos a otros, al margen de las diferencias básicas y de los límites que todavía sorteamos. Esas fortalezas podrían ser individuales, subregionales y nacionales, sin olvidar a los verdaderos aliados externos, de buena voluntad, que vayan apareciendo en el camino. Pues tal como van las cosas por el mundo, este pareciera ser nuestro destino casi inmediato.

Crear nuevas circunstancias positivas a partir de escenarios tangibles e intangibles, habrá de ser como un enorme reto en la vida de cada catracho que sienta algo profundo por su tierra, por sus paisajes y por su gente. Para establecer y alcanzar gradualmente ese objetivo se requiere de un plan mínimo de orientación nacional, que en primera instancia responda a nuestras necesidades inmediatas, mediatas y estratégicas. Ese plan mínimo debe incluir lo material como lo espiritual, en tanto que al margen de una identidad más o menos definida será como imposible moverse en la misma dirección, mucho menos en una época en que brollan los modelitos ideológicos y políticos por doquier, algunos más dispersos y virulentos que otros.

No es con simples palabras lanzadas al viento coyuntural como se logra la unidad de un pueblo heterogéneo como el nuestro. Porque en primera instancia se impone la obligación de desprenderse de toda mezquindad entre unos paisanos y otros. Nadie debe ser el epicentro de nadie. Pero tampoco nadie debe “caotizar” a los demás. Se trata más bien de aplicar, por primera vez en la vida real, los principios de fraternidad, solidaridad y subsidiariedad, de los cuales hemos hablado en otros momentos y contextos.

Honduras es una nación mestiza, históricamente adolescente, que está urgida de correcciones pero también de alicientes oxigenantes, que le ayuden a apurar el paso en dirección a una modernidad prudente, en que sin necesidad de exhibicionismos logremos las estabilidades indispensables en diversos rubros. Uno de ellos es el de la seguridad agroalimentaria por todos los rincones geográficos y demográficos, habida cuenta de las potencialidades tropicales de nuestro país. Otro rubro es el almacenamiento permanente de agua dulce para garantizar los cultivos y la vida diaria. Seguidamente la electricidad accesible y un orden sanitario que garantice la existencia saludable de todos los ciudadanos, sin importar las condiciones económicas, cronológicas, educativas y sociales de cada persona.

Desde luego que generar nuestras propias fortalezas, a veces partiendo casi de la nada, significa añadir el vidrioso tema de la protección de nuestra soberanía nacional, tan descuidada en estos últimos tiempos. La conservación del Estado, su población y su territorio son, y serán en cualquier momento, una prioridad nacional, al margen de los comportamientos de otras naciones amigas o adversas. Sobre todo en una época en que las principales señales de violencia parecen provenir de lejanas coordenadas.

El catracho que sea incapaz de aplicar el principio de solidaridad con otro catracho desventurado, o que desconozca que debemos aprender a concretar y engrandecer nuestras propias potencialidades individuales y colectivas, será mejor que renuncie a su hipotética “catrachidad”, y que entonces mejor se dedique a esgrimir su propia vanagloria, pero al otro lado del planeta, en donde no moleste a nadie, mucho menos a los hondureños tan necesitados de mancomunar esfuerzos en procura de la sobrevivencia como nación, en un ambiente de relativa tranquilidad para crear, paso a paso, nuestro propio aparato productivo realmente nacional, capaz de hacerle frente a todos los retos posibles en un mundo tambaleante.

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