Maldonado, “el milagrero”

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17 de marzo de 2020
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12:26 am
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Maldonado, “el milagrero”

El Tratado de Bogotá

Por Juan Ramón Martínez

Maldonado es el “predicador” evangélico más prestigioso, nacido en Honduras. Más que Evelio Reyes y René Peñalba. Aunque este último tenga iglesias fundadas en más de tres continentes y Evelio Reyes, una obra social mayor. Porque, sin formación teológica y con sencilla adhesión al “evangelio de la prosperidad”, se ha acercado al poder político y ha logrado en gran manera, darle vuelta a la respuesta de Jesucristo, haciendo de lo que, es del César, y lo que es de Dios, una sola cosa, poniéndose al servicio de Trump y los políticos republicanos. Por ello, cuando viene a Honduras, en tiempos del coronavirus, logra reunir al titular del Ejecutivo y a su esposa, a Mauricio Oliva y su consorte y a los principales políticos opositores, entre ellos el más indócil, enigmático y distante de los sentimientos nacionales, Salvador Nasralla. En la reunión en que consiguió, con un discurso bobo, porque carece de lecturas evangélicas fundamentales y rechaza las buenas nuevas, –simplemente trocando a Dios en banquero que reparte bienes en la tierra, entre los que confían en él y le dan parte de sus ganancias, obtenidas en negocios, empresas y salarios–, hizo su primer milagro. Logró que Nasralla, no solo echando pie de su arrogancia desmesurada, y su orgullo oriental, le diera la mano a JOH, a quien hace poco llamaba dictador, usurpador, narcotraficante y ladrón, sino que lo peor en términos cristianos, hizo “descubrir” a Nasralla que es “el hijo de Dios”. Es Jesucristo que regresa, no solo para salvarnos, sino para inmolarse otra vez, en manos de sus enemigos y en nombre de la misericordia que Dios, no tiene a todos. El segundo milagro, es que el Congreso, siempre remiso a reconocer los méritos de los hondureños, –a los que solo recuerda cuando están a punto de morir–, le entregó una medalla de oro, sin merecimiento especial, excepto por sus vinculaciones con el poder gubernamental que, a su manera, lo ha aprovechado –y Maldonado lo sabe, porque no tiene un pelo de tonto– para fortalecer su legitimidad, neutralizar y calmar al más fiero y vociferante de sus adversarios.

Maldonado, “el milagrero”

Maldonado es de Langue. Allí hice mis primeras experiencias pedagógicas recién graduado en la Escuela Superior del Profesorado. Según me dice Carlos Laínez, estudió en el colegio que construimos con él, Óscar Nolasco, los alumnos y la comunidad en general, en la década de los sesenta del siglo pasado. Fue alumno suyo. No lo conozco y nunca he hablado con él, aunque me han dicho que ha hecho algunas obras en favor de su aldea natal y de la ciudad de Langue. Amigo del espectáculo, porque es un predicador de imágenes, envía a su esposa en helicóptero y reparte bendiciones y regalos entre crédulas personas, una de las que, jura que le curó de epilepsia, cosa que el colega Marco Tulio Medina, experto en el tema, se encargará de confirmar.

El que desde Langue, pueblo de comerciantes, de enorme habilidad de comunicación, nacido en el interior de una familia pobre, se haya empinado hasta ser un huésped de la Casa Blanca, donde Trump lo considera uno de los suyos y le cree sus visiones religiosas, constituye sin duda un éxito que debe incomodar a pastores más preparados, más dedicados al evangelio protestante; pero sin conexiones económicas con la credulidad estadounidense y que carecen de empacho para mezclar la política, el poder y los negocios, con la religión.

Como todo, su visita cinematográfica, –cantante de rock o estrella de los “Óscares”–, tendrá efectos colaterales que él; y, mucho menos sus patrocinadores, seguidores o discípulos, han tomado en consideración. La primera de ellas es el rechazo silencioso de los católicos y los evangélicos que le consideran un arribista del poder y un transgresor de las verdades reveladas por Dios. Por otro lado, provocará una desbandada de las iglesias más fuertes del país, en favor de la suya que, a primera vista, cuenta con la bendición de los poderes estatales.

Lo más grave: aumentará el resentimiento de los envidiosos que no soportan su éxito y su influencia en Honduras y Estados Unidos. Dividiéndonos más y “dejando al Hijo de Dios”, –más arrogante–, exigiéndonos disciplinadamente, cumplir “la voluntad del señor” en las próximas elecciones, eligiéndolo presidente, para cumplir la promesa del Creador.

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