Ecos de una infección mundial

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20 de marzo de 2020
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12:44 am
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Ecos de una infección mundial

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

¿Podría la epidemia del coronavirus, cambiar el sentido de la historia de la humanidad? Esta temerosa pregunta encuentra su mejor respuesta en aquella catástrofe europea del siglo XIV conocida como la “peste negra”, enfermedad que alteró ostensiblemente el sentido de la religiosidad y la percepción de las gentes sobre la omnipotencia divina.

Para cualquier ciudadano de aquella época, haya sido un banquero florentino o un ignorado campesino normando, la peste negra debió alterar por completo sus valores y creencias sobre la muerte y la salvación, creando un vacío existencial ante la pérdida del último sostén que otorgaba la esperanza cristiana.

A decir verdad, las catástrofes ponen a prueba la capacidad de resolución de los hombres al frente de un sistema social, y la esperanza de los individuos puesta en la salvación terrena, tal como sucedió en la Europa medieval del siglo XIV. Cuando el caos aumenta en intensidad y los individuos perciben la ineficacia de un gobierno, la confianza en ese poder disminuye proporcionalmente a la confusión, y, por tanto, sobreviene el desorden institucional. El deslinde de una situación calamitosa e inmanejable, que rebasa las capacidades paliativas del poder, obliga a los individuos a procurar alternativas de sobrevivencia que -nos atreveríamos a decir-, resultan ser de insospechadas demostraciones. La sobreabundancia de la información -o desinformación-, que prolifera en el mundo de las redes sociales, contribuye en mayor grado a la inseguridad y al temor colectivo, con una intensidad que traspasa las verdaderas causas del peligro amenazante.
Entonces, el poder recurre a las armas de la propaganda, los edictos y hasta de la mentira, en sus primeras etapas, pero, mediando la fase de la peligrosidad inminente, y ante la desmesura del riesgo colectivo, los límites de decisión cambian por completo y se recurre a los dictámenes de los expertos, muchos de ellos ejerciendo profesiones normalmente de bajo protagonismo mediático. Frente a las tragedias de carácter natural, el papel del político y del militar pasan a segundo plano, debiendo ceder a los consejos del científico, cuya estelaridad resulta inobjetable. De esta manera el sistema se mantendrá más o menos estable.

Los problemas que originan las catástrofes universales, como esta epidemia del coronavirus, es que, desde sus primeras etapas no se puede proyectar un panorama a mediano y largo plazo por lo sobredimensionado del asunto. La potencia de su propagación obliga a los gobiernos a contraatacar utilizando los mismos argumentos defensivos del pasado cuando la seguridad nacional estaba en riesgo. Y he ahí la gran lección: quienes se jactaban de contar con sistemas de salud insuperables pueden atestiguar lo contrario.

El Covid-19 ha desnudado las carencias institucionales, desbaratando las capacidades de la organización social, y poniendo en relieve los límites de la “intelligentsia” de los líderes. La peor decisión, en este momento, es recurrir a la mentira, echando mano de la demagogia para quedar bien con todos los sectores, o actuar perversamente utilizando la calculadora electoral, anticipando la suma de los votos potenciales.

Pero no podemos decirles a los ciudadanos, amenazados y temerosos, que el sistema proveerá los insumos necesarios, que se han destinado millones de dólares para combatir la crisis o que el gobierno asignará lo que no tiene para paliar la crisis económica, cuando el final está más cerca de uno de lo que se imagina. Aquí, todos perdemos. Lo mejor es contar la verdad oficial y advertirle a la gente que sufriremos menos si contribuimos todos, aunque sea perdiendo a corto plazo. La verdad es la única carta de garantía frente a la inminencia de la muerte.

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