El legado de Plácido Domingo

OM
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20 de marzo de 2020
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12:32 am
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El legado de Plácido Domingo

Por Ricardo Alonso Flores

El ser humano obviamente no es perfecto. Tiene virtudes y defectos. Es una mezcla de actos buenos y de otros no tanto, por lo que cuando alguien se equivoca, es algo natural, consustancial a su creación.

Plácido Domingo ha alcanzado los más altos niveles dentro del Bel canto, dejando una huella indeleble como en sus tiempos lo hizo Enrico Caruso. Le tocó actuar al lado de grandes tenores como Luciano Pavarotti, José Carreras y Andrea Bocceli. Se le ha comparado con los mejores de todas las épocas y como hombre siempre ha mostrado una solidaridad muy grande con sus congéneres.

Recuerdo cuando después de un terremoto en México, viajó para buscar entre los escombros a un pariente, pero no se conformó con eso, sino que prestó auxilio a quien pudo dárselo.

Cuando comenzaron los rumores como consecuencias de denuncias de anónimas damas sobre supuestos o reales comportamientos impropios, me pareció raro que tantos años después de lo que pudo haber acontecido se viniese hablar del tema, ya en muy avanzada edad del artista, cuando todo estaba sujeto más que a pruebas, a presunciones.

El cantante había alcanzado la plenitud de su grandeza, se le habían dado múltiples honores y esparcía sus conocimientos en distintos teatros de la ópera, especialmente en los Estados Unidos de América.

Entre las muchas dudas que generaron esas denuncias, comenzó un acoso y derribo en su contra, hasta lograr que él admitiese su error.

Sigo creyendo que en gran parte esa confesión vino como consecuencia de tanta presión, de los muchos desaires que se le hicieron y que naturalmente hicieron mella en su persona, como era de esperar.

No creo que haya ningún juicio en cualquier parte del mundo, porque la lógica nos indica que tendrían que existir pruebas y que una confesión forzada por las circunstancias, no tendría suficiente peso para condenarlo.

Pienso que, si lo dicho por estas damas está tan apegado a la verdad, no había necesidad de esperar tantos años para denunciarlo. Hilando más fino, me atrevería a repetir “que para bailar un tango se necesitan dos”, por lo que, cabe especular que, si se dio el caso, algo habrá logrado cada una de las supuestas agraviadas.

Siempre recuerdo a un famoso catedrático de Derecho Político de la Universidad Complutense, don Carlos Ruíz del Castillo, que solía repetir que el gran defecto de las democracias es la envidia.

Yo voy más adelante y diría que no solo en las democracias se da la envidia, sino que también en muchas sociedades donde nadie puede ver que otro triunfe, que sobresalga dejando atrás la mediocridad y que alcance fama universal.

¿Habrían hecho lo mismo estas señoras si quien las ofendió fuese un perfecto desconocido? Mucho lo dudo, pero el daño ya está hecho.

Algunos de los gratuitos detractores olvidan deliberadamente esas gloriosas e inolvidables presentaciones como la que efectuaron los tres tenores, Pavarotti, Carreras y Domingo, así como otras actuaciones en las más famosas óperas del mundo, dando vida a personajes grandiosos.

Tegucigalpa, no fue ajena a Plácido Domingo, quien con varios días de antelación estuvo preparando meticulosamente su presentación en Ciudad Universitaria, cobrando cero, porque donó todo a obras benéficas de la alcaldía municipal.

No es que trate de justificar esa conducta seguramente impropia, pero con toda seguridad puedo decir que alguien de quien hemos recibido favores, se hubiese sentido mucho mejor si desde Honduras se le hubiese enviado un mensaje solidario, no necesariamente de felicitación.

Eso es lo que me duele, porque no puede tirarse por la borda ese hermoso legado al arte, concretamente a la música, que nos deja Plácido Domingo.

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