El pasillo estrecho

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21 de marzo de 2020
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12:04 am
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El pasillo estrecho

Por: Julio Raudales

Una década después del invaluable éxito de “Por qué fracasan las naciones”, la brillante mancuerna de economistas, Daron Acemoglu (MIT) y James Robinson (Harvard), nos sorprenden con un nuevo título: “El pasillo estrecho”. En él, profundizan su análisis sobre estados, sociedades y la búsqueda de la libertad como paso al desarrollo.

Todavía no termino de leer sus más de 650 páginas. Lo hago sin prisa, tomando notas, dado a la tarea de relacionar las hipótesis y conclusiones de los temas tratados, con el enorme acervo de cultura política publicado en los últimos años en campos como la sicología moral de Jonathan Haidin y Steven Pinker, la historiografía de Yuvad Harari, los aportes a la filosofía política de Jason Brennan y otros, pero sobre todo, tratando de poner sus propuestas en el contexto de la realidad hondureña, que es lo que realmente me importa.

El pasillo estrecho es una apología a la libertad, entendida esta en la definición usada por el filósofo inglés John Locke como “un estado en el cual los individuos gozan de total autonomía para ordenar sus acciones y disponer de sus pertenencias según lo consideren conveniente […] sin necesidad de pedir permiso ni depender de la voluntad de un tercero”.

Acemoglu y Robinson parabolizan la libertad con un pasillo estrecho, rodeado de dos muros inmensos e inexpugnables que siempre la limitan y combaten:

Por un lado se encuentra el estado: esa ficción creada por las sociedades con el fin de establecer un orden, promover la solidaridad y proveernos de algunos bienes y servicios que es imposible obtener atenidos únicamente a nosotros.

El estado, no importa su naturaleza, es el depositario total de la fuerza, nos quita recursos económicos con el fin de redistribuir entre los más necesitados, establece instancias con miras a proteger fronteras y propiedades, imparte justicia, generalmente de acuerdo a la concepción que de ella tenga, emite leyes que todos debemos obedecer so pena de castigo. ¡En fin! El estado por su propia naturaleza nos limita y a veces hasta nos quita la libertad.

Del otro lado del pasillo está la anarquía, es decir, la ausencia total de reglas, de convivencia ordenada: La selva. En realidad los seres humanos hemos vivido en anarquía la mayor parte del tiempo. Fue hasta hace unos 7 mil años (de los más de 300 mil de existencia como especia), que algunas sociedades comenzaron a establecer normas y orden fundamentados principalmente en la fuerza y la religión.

Desde entonces y especialmente en los últimos 2 siglos, la presencia del estado ha limitado la violencia generada por la anarquía, aunque todavía una gran parte del planeta debe lidiar con grupos paraestatales que roban, dominan territorios y en resumen, limitan la libertad de los seres humanos mediante la imposición involuntaria y el miedo.

Los autores demuestran en su trabajo, que hay una buena cantidad de países (no la mayoría), que han logrado establecer un adecuado equilibrio en el ordenamiento social, limitando la vocación autoritaria de los estados y a su vez, generando incentivos adecuados para que los individuos organizados de forma espontánea logren acuerdos que les permitan vivir en libertad y arreglar sus desaveniencias.

La libertad es un pasillo, dicen, porque es un proceso, nunca se alcanza a plenitud.

En países como Noruega, Corea del Sur y Uruguay, los “pasillos” suelen ser un tanto más anchos, dando a sus ciudadanos la posibilidad de decidir por sí mismos en mayor o menor grado. Pero repito, lamentablemente estas sociedades son aun una minoría.

Honduras por su parte, supervive en una estrechez lastrante y abúlica; un Estado que, en lugar de promover, castra las libertades; que quita a la población más de la quinta parte de sus ingresos sin devolverle prácticamente nada y que en lugar de dar seguridad y justicia, birla a la ciudadanía sus esperanzas y le obliga a marcharse a donde sea para buscar mejores condiciones.

Y del otro lado del pasillo, la anarquía campea y aterroriza a la población. En efecto, la mayoría de la gente vive la tragedia de pagar impuesto a un Estado que, ya se sabe, usará su dinero para reprimir y coartar su libertad y sobre todo, para vivir una existencia inmerecida de lujos y atrocidades, pero también, debe pagar a bandas criminales que ante la ausencia de aquel, ofrecerá su “protección” infausta, falsa, amenazante.

¿Cómo salir de esta agobiante situación? Acemoglu y Robinson nos dan una respuesta práctica, aunque no desprovista de dificultades: Hay que generar ciudadanía activa. A ninguna sociedad se le ha concedido la libertad como regalo de los grupos dominantes. Solo organizándonos, generando conocimiento y apropiándonos de ella, la libertad será nuestro pase al bienestar.

Economista y sociólogo, vicerrector de la UNAH.

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