Para sobrellevar la cuarentena

OM
/
24 de marzo de 2020
/
12:28 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Para sobrellevar la cuarentena

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Mientras me bombardean las redes sociales con millones de estupideces que “postean” los integrantes de esa masa informe llamada el “enjambre digital”, como bien ha dicho Byung-Chul Han, he vuelto a la alegría que normalmente disfruto durante la Semana Santa y en el Año Nuevo.

Normalmente, el sosiego me es negado por la rutina que comienza cada día a las cinco de la mañana y que se prolonga hasta las 22 horas, ya con menos vida y con más agobios de los que alguien pueda imaginar. Como a todos, el retorno al hogar significa el “refinanciamiento” de las fuerzas corporales para volver al día siguiente a lo mismo. Eso decía Marx en su crítica al sistema capitalista de producción. Usted sabe: unas ocho horas bastan para reparar las energías que se requieren para seguir produciendo bienes y servicios, ya sea que se trate de camisas, enlatados, o enseñando a jóvenes para que sigan haciendo las mismas cosas que los viejos.

Así que aprovecho la cuarentena, que, a lo mejor, quién sabe, será de más de cuarenta días, tiempo suficiente para compartir con los que uno ama, incluyendo a las mascotas que están más felices que nunca. O para darnos cuenta de quiénes son nuestros vecinos; o percatarnos sobre cuántas propiedades alimenticias tienen las hojas de esa mostaza que encontré humildemente tirada en el supermercado, opacada por la predilecta lechuga romana, por cierto, con menos atributos nutritivos que aquella. Pero, uno tiene que llevarse lo que sepa a vida, sin encontrarle el lado malo. Lo de la etiqueta con la información nutricional y el montón de calorías, es lo de menos. La vida, antes de esta loca carrera por lo “healthy”, que jóvenes y viejos se empecinan para vivir más, disfrutando menos, era demasiado tranquila y menos preocupante, hasta que llegó el negocio como prioridad, y el ocio como un pasatiempo para holgazanes. Esos dos principios son tan esenciales para vivir una vida feliz, pero que el hombre moderno los utiliza tan mal, que cree que sin lo primero no se puede llegar a ser un humano de valía. Al contrario de los romanos del viejo imperio que entendían que el ocio concedía la verdadera libertad.

El ocio es más productivo que la repetición del proceso productivo: desde hace unos días he podido enlistar más de 15 especies de aves que llegan a mi patio procedentes de las montañas cercanas. Saqué mi vieja guía de identificación de aves de Honduras y pude localizar hábitats y las formas de cantos de mis huéspedes naturales. Existencialmente hablando, disfruto cada tarde de los rayos solares que atraviesan las copas foliares que circundan mi casa, y hasta creo escuchar un orfeón dirigido por ángeles terrestres.

Debo confesar que los libros que mantenía abiertos sin terminar han podido ser leídos hasta el epílogo: desde “La historia global de América Latina” de George Sabine, hasta las “Musas de Darwin” de José Sarukhan, aunque he vuelto a sentir la pasión infantil releyendo algunos cuentos clásicos. Dejando la petulancia de lado, Netflix ha comenzado a ser parte integral de mi vida y me doy cuenta del porqué los “cipotes” han abandonado las “pelis” de HBO y FOX. Ahí encuentro lo que quiero sin imposiciones programáticas.

Mientras pasan las alarmas televisivas, escribo unas palabras al fenecer la tarde, con una taza de café y mis perros de escolta, encontrando en lo que desdeñamos, el principio de la paz y el entretenimiento, que más temprano que tarde, terminaré disfrutando de una buena vez, en una riquísima cuarentena que durará hasta el último día de mi vida.

Más de Columnistas
Lo Más Visto