Sin cielo no hay infierno

OM
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1 de abril de 2020
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12:39 am
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Sin cielo no hay infierno

El miedo… también es viral

Por José María Leiva Leiva

Leyendo la edición digital del diario asturiano “La Nueva España”, me regocijo encontrar allí un vibrante video motivador sobre el Covid-19 titulado “Querida yo”, en el que han participado dos jóvenes gijonesas: Paula Alonso Gutiérrez, estudiante de medicina, autora del reflexivo mensaje, y María Alonso Martínez, estudiante de ingeniería industrial, responsable de su montaje. En él leemos: “Querida yo, dentro de unos meses ¿cómo te sientes ahora al girarte, mirar hacia atrás y ver que todo lo que pasaste no es un mero recuerdo, sino un bonito aprendizaje?”.

“Quién, nos diría, que valoraríamos tanto el hecho de salir a hacer la compra a regañadientes cuando te mandaban en tu casa, o cuando le decías a tu madre o a tu padre, no seáis tan pesados, que ya somos mayores para tanto beso y para tanto abrazo. Quién nos diría que echaríamos tanto de menos esos minutos de café en el descanso de las largas jornadas de estudio en la biblioteca, las perezosas e infumables clases, con sus “para qué habré venido”, las cañitas que empiezan los jueves y no acaban hasta el domingo, comentando una y otra vez lo aburrida que es nuestra vida”.

“Quién nos diría que de una santa vez, nuestro país, sin importar ideologías, razas o religiones estaría más unido que nunca, y veríamos a la ESPAÑA que a todos nos representa, la España solidaria. La España que pone carteles en los ascensores para ayudar a los más vulnerables, con quien quizás no hayas intercambiado más que un “hola” o un “vaya día que hace eh?”. A ellos, los ancianos, que muchos de ellos por desgracia están solos en estos momentos, que no entienden muy bien cómo este bicho, de repente les quite el salir a la calle, el seguir sus rutinas y que se encuentren en una población de riesgo. Que quizás por hacer lo que hacían siempre puedan acabar muriendo”.

“Querida yo, ciudadana de este mundo movido por el consumismo y el egoísmo puro, que no entiende que esto es una emergencia y que hay que mirar más por los demás que por el “YO” personal. El “YO”, “YO”. Ese pronombre que nos gusta tanto utilizar a todos. Es que yo no lo tengo, es que yo no aguanto en casa… Pero acaso nos hemos parado a pensar, que será de aquellos miles que han dado positivo, que están en un hospital ingresados, que tienen que ver cómo su salud se desvanece, cómo quizás su compañero de al lado se está muriendo”.

“O leer cómo una mujer tweeteaba esta mañana, que HOY ha visto al marido de su mejor amiga despedirse de ella antes que lo intubasen, con 48 años y dos hijos. Y mientras tanto nosotros… solo nos quejamos ¿por quedarnos en casa? Basta ya por favor, pensemos también en los centenares de muertos, que no han podido tener un funeral o una despedida como les hubiese gustado, porque recordemos que las aglomeraciones no están permitidas”.

“Y ¿quién da consuelo a esos que han perdido a un ser querido y no pueden recibir ni un mísero abrazo, ni una mísera caricia? Y tienen que conformarse con un simple Whatsapp. Dejemos de pensar y de utilizar ese dichoso pronombre personal de primera persona del singular y seamos más empáticos con todas las personas. Con el personal sanitario, con las fuerzas de seguridad del Estado, con los trabajadores de los supermercados y del pequeño comercio, que se desviven y se exponen en su día a día y trabajan con esfuerzo, voluntad y ganas, mientras nosotros estamos escuchando música, haciendo algo de ejercicio o tirados en el sofá viendo Netflix y quejándonos porque no tenemos nada más que ver”.

“¿Qué vamos a salir de esta? Eso está claro. Pero esto es trabajo de todos. Y qué más decir de esta bonita reflexión: los pulmones de la tierra necesitaban respirar, las personas odiaban más que amaban, el padre necesitaba pasar más tiempo con los hijos, el rico pensaba que el dinero lo podía comprar todo, incluso la felicidad, que el futbolista tenía más éxito que un sanitario, que el estrés hacía temblar los corazones, y las razas levantaron grandes fronteras. Y un día, de repente, el mundo se paró y entonces la tierra pudo respirar ese aire tan puro que tanto necesitaba”.

“Las personas en su lejanía se dieron cuenta de que todo lo que podían amar amaban, que las caricias, abrazos y besos que antes eran insignificantes y que ahora valen millones. Que la familia está unida de nuevo. Que el rico al no poder salir de casa tuvo que conformarse con unos bollos de pan. De cómo la gente salía a aplaudir cada día desde sus balcones, terrazas o ventanas a los verdaderos héroes, nuestros héroes. Nuestras mentes llenas reflexionaban, hablábamos con nosotros mismos, pues no había prisas. Y cuando ya todo estaba a punto de estallar, el mundo entero se unió convirtiéndose los cinco continentes en tan solo uno”.

“Querida yo, verdad que es bonito mirar hacia atrás y ver cómo por muchos baches que nos ponga la vida, de todo sacamos una lección. Por eso valora más lo que tienes, por insignificante o poco que te parezca, porque quizás como bien te decía antes, un día de repente el mundo pare y todo cambie, y lo que tenías desaparezca, se esfume como el humo de un cigarrillo. Valora el cariño de los tuyos, de los días de sol y de lluvia, de la época de exámenes, y de los días infinitos de descanso, porque está claro que sin cielo no hay infierno, y que por desgracia, a no ser que nos pasen cosas como estas, no nos damos cuenta de lo maravillosa que es la vida. Y esta… no hay más que una”.

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