Honores, pura vanidad

OM
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7 de abril de 2020
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12:49 am
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Honores, pura vanidad

El Tratado de Bogotá

La lucha contra la pandemia ha dado resultados. Positivos y negativos. Sobre los primeros, me he referido ya. La respuesta del sector público, encargado del tema sanitario, fue oportuna. Nos adelantamos en mucho a naciones europeas e incluso a Estados Unidos, en la aplicación de dispositivos y procedimientos. El inicio de la cuarentena estuvo dentro de lo razonable. En lo negativo hay cosas que no podemos negar: el país –como casi todos– no estaba listo para una pandemia de las dimensiones del coronavirus. Tanto por el número de hospitales, la centralización en Tegucigalpa y San Pedro Sula –por abandono del modelo que estableció Aguilar Paz, cuando fuera ministro de Salud– como porque la medicina para los más pobres, se tornó estatal y los médicos, de profesionales liberales, pasaron a ser empleados públicos. Y sin que cayéramos en la cuenta, el crecimiento poblacional no fue tomado en consideración para el establecimiento de prioridades del gasto. Como es natural, no es útil buscar culpables. Aquí todos tenemos responsabilidades. La medicina preventiva fue abandonada en forma total y se puso en duda el conocimiento popular para la atención sanitaria, aumentando la dependencia pública. Además, hay que considerar que, el currículo y la metodología de la enseñanza de la medicina, no han sido ajustados a las necesidades actuales. Y que más bien, en nombre de la práctica temprana, se ha entregado la atención de los enfermos pobres, a estudiantes y practicantes, mientras los especialistas solo llegan a ver los pacientes, algunas veces cuando es demasiado tarde. Porque duermen en sus casas; sirven cátedra o atienden su clientela privada. Víctor Ramos, médico, especialista en anestesiología, escribió un artículo sobre los respiradores artificiales, asunto convertido en tema central, por lo que creemos oportuno citarlo. “Ambu (del inglés airway bag unit) es la marca de un balón de respiración mecánica manual, también conocido como resucitador manual o bolsa autoinflable. Sirve para, con una mascarilla facial o con un tubo en la tráquea, proporcionar ventilación con presión positiva a un enfermo que no respira o que está respirando con dificultad por cualquier causa que provoque insuficiencia respiratoria. Este aparato se maneja con las manos y permite al apretarlo, llevar aire u oxígeno a los pulmones. Se trata de un aparato para ser utilizado en situaciones de emergencia y por mientras el enfermo es conectado a un respirador llamado también, ventilador automático”. Llamó la atención, al seguir leyendo a Víctor Ramos, que el manejo de este aparato elemental estuviera confiado a los alumnos, que odian al mismo, probablemente por elemental y por su aburrido manejo. Que además, según Ramos, “provoca fatiga que, en muchas ocasiones les lleva al cansancio extremo, al grado que terminan durmiéndose con la consecuente muerte del enfermo”. Para que no quede duda, dice que “en los hospitales del Estado no hay ventiladores automáticos” y que esa es una carencia de muchas décadas. Por ello es que al aumentar la demanda mundial, la oferta es limitada y en algunos casos de baja calidad. Las universidades, no han podido desarrollar equipos ni siquiera elementales porque priva en ellas una educación técnica, teórica e inefectiva. O emocionalmente arrodillada a las tecnologías estadounidenses.

No hay que llorar frente a la leche derramada; ni menos tirar la primera piedra como dice el doctor Umaña. Hay que reconocer las responsabilidades políticas y hacer esfuerzos ingeniosos para resolver problemas. Alumnos de la UNAH y jóvenes de Olanchito, me han referido que están buscando soluciones bajo la dirección de un ingeniero de mucha imaginación en este asunto.

No debemos pelear por encima de los enfermos. Ni luchar por honores y reconocimientos. Al principio los héroes fueron los sacerdotes. Muchos murieron. Después los policías, con igual suerte. Ahora los médicos, que también entregarán su vida por los pacientes. Cada quien debe hacer lo suyo, sin mentirle al público. Si los médicos no tienen suficiente protección para su labor, hay que buscar la forma de dárselas. Todos podemos ayudar. Este no es el tiempo de la gloria. Todavía estamos a las puertas del infierno. No sabemos cuántos sobreviviremos. La posteridad le dará a cada quien lo suyo, de modo que, hagamos lo que corresponde. Y al final, la historia señalará a héroes y a villanos. Importa, la salud del pueblo. Los honores son, pura vanidad.

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