8 años y una reflexión

OM
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8 de abril de 2020
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12:40 am
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8 años y una reflexión

Por Octavio Pineda Espinoza(*)

El 1 de abril, es el cumpleaños número 8 de mi hija Samantha, a quien a su temprana edad le ha tocado vivir diversas circunstancias difíciles en la vida de alguien que, apenas nace a la realidad de la existencia en este paraje llamado Tierra y en este efímero tiempo que llamamos vida, sin embargo, algunas de las características de su temperamento son, la sensibilidad, la honestidad, la fortaleza de carácter, no se miente a sí misma, como hacemos mucho los adultos, no padece de la envidia, situación muy común en los distintos escenarios en los que los mayores actuamos, hace un esfuerzo permanente por ser justa y se mantiene humilde, como hacen los grandes espíritus, eso lo digo, a pesar que soy su padre, como un humano con los suficientes golpes en la vida, para hablar de eso que se llama experiencia.

Ella ha celebrado su cumpleaños, en una situación anómala para todo niño o niña de su edad o de cualquier edad, el Señor ha querido que lo haga en medio de una crisis mundial que nos hará replantearnos a todos las formas en que vivimos, las formas en que actuamos, las formas en que reaccionamos ante las grandes tempestades existenciales, las formas en que interactuamos y vemos a nuestro prójimo, a aquellos menos favorecidos que nosotros, a aquellos y aquellas que de alguna forma, nos han conmovido el corazón, la conciencia y el espíritu para tratar de ser mejores y, como decía, el gran político norteamericano Robert Kennedy: “Hacer más gentil este mundo”; nos ha permitido vernos al espejo y descubrir qué tipo de humanos somos, o, como decía Facundo Cabral, “Si hemos vuelto, a aquel árbol del que alguna vez bajamos o del que quizás nunca debimos bajar”, nos ha permitido determinar si de verdad somos homo sapiens (hombre sabio) o solo pretendemos serlo, y la Tierra misma y los que llamamos animales, nos siguen dando lecciones.

He escuchado el feliz cumpleaños de Samantha en una situación muy particular, que me ha hecho pensar más en su presente y su futuro, así como en el presente y el futuro de muchos niños y niñas alrededor del mundo, pero en particular de Honduras, mi nación, mi tierra, mi país, el terruño adorado donde anhelo descansar cuando Dios y el tiempo lo señalen. No trato de ser melodramático, al contrario, he pensado profundamente cada una de estas letras porque quiero que lleguen a aquellos que ostentan y ejercen, en nuestro nombre y representación, el poder!, en todas sus formas y rangos, desde el que está en el solio presidencial ilegalmente, pasando por todas las figuras de autoridad que conozco, incluyendo la que, como secretario de un partido político me toca cumplir, hasta por todos aquellos y aquellas que por su momento y acción, serán juzgados y juzgadas por las futuras generaciones en esta encrucijada del camino.

Quiero explicar que soy un creyente en la doctrina de Dios y de Jesús, esa que mi padre y mi madre me enseñaron en la palabra y en el ejemplo, donde la encuentre, creo en el Ser Supremo más no, en los hombres y mujeres que somos inevitablemente falibles, no asisto a pumpunearme el pecho a una iglesia o a saltar a un culto o a venerar a otro humano igual de pecador que yo, creo en la sanidad del alma, no en la que promueven los que hoy se esconden ante esta pandemia pero que extraen de la nobleza humana, todo lo que pueden!, creo en aquellos que con sencillez enseñan la palabra y no, la última construcción o el último carro o el último jet comprado con el esfuerzo de los creyentes y con la vanidad de los que se autoproclaman apóstoles, creo, como hoy y como siempre, en los médicos de cuerpos y almas.

Creo, que en el cumpleaños de mi hija adorada, el mejor regalo que le he podido dar y el mejor consejo que le comparto, aunque quizás lo entienda más adelante, cuando su adelantada madurez se lo demuestre, es que todos, ya sea que podamos hacer mucho o que podamos hacer poco, debemos hacer este mundo más gentil, para todos, para los que están arriba de nosotros, para los que están igual que nosotros y en particular, para los que están, momentáneamente y bajo los estándares sociales, debajo de nosotros, si algo demostró el coronavirus es que la fatalidad no tiene clase social, ni partidos políticos, ni cuentas en los bancos nacionales o extranjeros, ni bienes, al morir, lo único que nos llevamos son nuestras acciones buenas y malas, ahí, que cada quien saque su cuenta. Y a Samantha, un beso y un abrazo eterno, mi amor incondicional hoy y siempre, el puerto, que todos necesitamos.

(*)Catedrático universitario

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