LA FE RECOBRA SU VALOR

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10 de abril de 2020
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12:40 am
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LA FE RECOBRA SU VALOR

ESTA vez no hubo puente de Semana Santa. Ni turismo interno para nadie. No trajeron caravanas de otros países a disfrutar de los paradisíacos parajes nacionales, de sus ubérrimos recursos naturales, sus playas, y de sus pueblos pintorescos con vestigios de la época colonial. Dejaron de llegar cruceros. Los últimos que atracaron quién sabe si no trajeron uno que otro enfermo de Europa y si ello no sería la primera fuente del contagio. No hubo éxodo de veraneantes al mar, a los balnearios, a los clubes campestres, a las piscinas y a los centros de esparcimiento. La peste que le cayó al mundo encima ha encerrado a la humanidad. Países enteros aislados para evitar el contagio. Quedarse en casa es la mejor forma de prevenir. Así que esta vez la Semana Santa –una celebración religiosa de los cristianos que en épocas modernas convirtieron en prolongado feriado vacacional– nuevamente cobra especial relevancia.

LA FE RECOBRA SU VALOR

La fe vuelve a cobrar valor. La oración, la imploración, la plegaria oportuna invocando la protección divina. A la familia, a los vecinos, a los amigos –incluso hasta habrá rencorosos sopesando perdonar a sus enemigos, o más bien deseando que los perdonen a ellos– en fin, a todo el país. Las misas se ofrecerán en estos días de la temporada sagrada y a lo largo de lo que dure la emergencia, utilizando los mecanismos virtuales. Prolongado período de reflexión, de meditación profunda. De desear con todas las fuerzas internas, desde lo más profundo del alma y los católicos bajando todos los santos del cielo, para que pase esta macabra pesadilla, después de la cual el mundo no será igual. ¿Cómo y cuándo habremos de salir de este vía crucis? Hoy sí cobra otra vez sentido el tránsito por la Vía Dolorosa, de la antigua Jerusalén, cargando con aquella pesada cruz camino a la crucifixión. Las cosas vuelven a su lugar. A lo que fueron en otro tiempo. Cuando la semana mayor era dedicada a conmemorar la pasión, la muerte y la resurrección del Redentor. Cuando la temporada santa no era puente de holganza, ni de fiestas ni de parrandas. Nuevamente a comer el pan con reverente devoción. Pan tostado durante la cuaresma en analogía al “cuerpo de Cristo” en la eucaristía. Esta reclusión es distinta. Con tiempo de sobra para volver a ver en el cable o estaciones de televisión “Los 10 Mandamientos”, “Ben Hur”, “La Pasión de Cristo”, “Espartaco”, “El Manto Sagrado”, entre otras. Tal vez momentos de reflexión para reparar en cómo hemos cambiado desde entonces. Hoy la sociedad se ha desarraigado. Hipnotizada en la superficialidad. Absorta en sus aparatos inteligentes –más inteligentes que sus dueños– donde toda comunicación es urgente –de vida o muerte–, por insustancial que sea.

La muchedumbre pasa como zombi, prendida a sus móviles, no aprendiendo, ni estudiando y menos trabajando, sino en insaciable frenesí de distracción. Hoy, la vida, es una imparable ansiedad por el entretenimiento. Pero en este encierro, de aflicción por la desgracia, muchos caerán en cuenta que hoy, como nunca, es cuando más necesidad hay de la fe. Cuando más se ocupa de Dios. Para rezar unos y orar otros, por la unidad después que tanto odio y división se ha instigado. Para reencontrarse con el amor. Para recurrir a la santa escritura con la esperanza de enderezar conductas. Y quizás hasta recuperar la vieja vocación por la buena lectura. La crisis nos brinda la luz, de un sentido mucho más ecuménico de la Semana Santa.

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