DURO APRENDIZAJE

ZV
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26 de abril de 2020
/
12:45 am
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DURO APRENDIZAJE

NUESTRAS actuales circunstancias son extremas. Atravesamos una encrucijada de esas que quizás se presentan cada quinientos o mil años, cuando la especie humana, o una parte de ella, se siente amenazada por entidades siniestras, o por las fuerzas ocultas de la naturaleza, con la alternativa de sobrevivir o desaparecer. La alternativa es mucho más dolorosa para las sociedades pobres, que al final de la jornada son aquellas que más sufren.

Casi todos los seres humanos estamos en situación de peligro. Ya sea en las esferas de la salud física y espiritual; o de la economía y sus finanzas. No sabemos de qué manera actuar, ni cómo comportarnos frente a la incertidumbre de cada día y de cada semana. Quisiéramos proteger a nuestras familias, a los amigos, a los conocidos y a nuestro pueblo en general. Pero a veces ni siquiera podemos protegernos a nosotros mismos, como simples seres humanos, porque estamos como a merced del azar.

Sin embargo, a pesar de todas las cosas negativas, hay un duro aprendizaje, desde el cual pueden fluir muchas enseñanzas positivas para los sobrevivientes de la peste, una vez que la especie humana haya alcanzado la luz de la reflexión y pueda corregir el rumbo de cada sector, de cada país y de la sociedad mundial. Porque una sola cosa es clara en medio de la oscuridad de la pandemia: No podemos ni debemos seguir con las costumbres excesivamente consumistas en que hemos estado sumergidos. Pues el comercio mundial excesivo hizo posible, en un porcentaje nada desdeñable, la dispersión rápida del microorganismo que nos ha subyugado como pocas veces ha ocurrido en la historia de la humanidad. No podemos ni debemos, además, seguir destruyendo al planeta. Porque al final es como destruir al hombre mismo.

La reactivación económica en cada país grande o pequeño, tiene que ser sopesada y reconsiderada con agilidad y prudencia. No se justifica la desigualdad social y económica extrema que se percibe a nivel mundial y en los países atrasados o en vías de desarrollo. Tampoco se justifican las políticas altamente derrochadoras. Ni mucho menos la exclusión de los talentos en un mundo precario que a partir de ahora debe ser predominantemente inclusivo, y realmente promisorio para todos.

Si algo básico hemos aprendido en estas terribles circunstancias, es que la solidaridad humana se vuelve indispensable. Pero que incluso en medio de las adversidades algunos individuos continúan comportándose con irresponsabilidad e irrespeto frente a sus semejantes, bajo aquella pancarta que “en río revuelto ganancia de pescadores”. También hemos aprendido que es imposible subsistir en ausencia de un aparato económico más o menos autosostenible, dentro de un margen aceptable de libertad.

El Estado debe ser satisfactoriamente fuerte. Y la economía satisfactoriamente libre. El problema es cómo conseguir el sano equilibrio. Sin embargo, los expertos en “economía social de mercado” saben de estas cosas; pero han sido poco a poco marginados de los escenarios principales por la fuerza de una globalización comercial y financiera que, como un río desbordado, arrastra y se lleva todo de encuentro, sin medir las consecuencias de ningún tipo.

Siempre ha habido consenso, durante las últimas tres décadas, de apoyar a los micronegociantes hondureños. El problema es que hay una burocracia insensible que pone problemas mediante formalismos que más bien obstaculizan casi todo. Mientras sigamos atrapados en esos formalismos excesivos, los pequeños productores y micronegociantes jamás se van a consolidar. Esperamos, en consecuencia, que las cosas cambien, sustantivamente, una vez que superemos la pandemia.

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