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28 de abril de 2020
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12:23 am
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Marzo de mujeres

Por Carolina Alduvín

La semana recién pasada, el mundo hispanoparlante celebró el Día del Idioma Español, lengua nativa para más de 550 millones de habitantes de este planeta, también el Día Internacional del Libro, habiéndose seleccionado la fecha 23 de abril, en conmemoración del fallecimiento en 1616 de dos grandes de la literatura universal: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. El español, una de las lenguas romances, junto con el francés, italiano, portugués, rumano y sus variantes locales, deriva del latín vulgar, diseminado por los soldados del Imperio Romano y, fusionado con los dialectos locales. Enriquecido con vocablos provenientes del griego, árabe, nahuatl e inglés principalmente; sigue en constante evolución, adoptando expresiones de las diferentes naciones en que se habla y escribe, además del surgimiento de nuevos conceptos para los que no hay equivalente.

Entre las obras medievales que ayudaron a fijar su estructura y esplendor, está el famoso Cantar de Mio Cid, poema anónimo que relata las hazañas heroicas de la reconquista, inspiradas en la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador. Compuesta alrededor del año 1200 D.C., es la primera obra poética extensa de la literatura española y único cantar épico, cuya primera versión se conserva casi íntegra. Muchos libros posteriores, nos relatan la historia y otros aspectos de la vida en España y los territorios que fueran sus colonias, hasta la publicación en 1605 de su obra cumbre El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, la novela por excelencia de nuestro idioma.
En 1713, el marqués de Villena, Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúniga, funda en Madrid, la Real Academia Española (RAE), cuya misión ha sido velar porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes, no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico. Su principal aportación: el voluminoso Diccionario de la Lengua Castellana. A lo largo de sus tres siglos de existencia, su compromiso se ha plasmado en la denominada política lingüística panhispánica, misma que comparten las otras veintidós corporaciones que forman parte de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), creada en México en 1951.

Una de ellas es la Academia Hondureña de la Lengua (AHL), fundada en 1948 en el antiguo paraninfo de la Universidad Nacional, por Rafael Heliodoro Valle y otros intelectuales de la época. Entre 1955 y 1991, se encargó de publicar 32 ediciones del Boletín de la Academia Hondureña de la Lengua, en el que daba a conocer sus trabajos, los de la RAE y los de otras academias nacionales. En 1998, su exdirector Óscar Acosta, inicia una nueva etapa divulgativa con la Revista de la Academia Hondureña de la Lengua; esfuerzo que continúa su actual director, nuestro compañero columnista Juan Ramón Martínez.

Nuestra AHL cuenta con sede propia en el centro de la capital, aunque carece de un presupuesto adecuado a la elevada misión que le corresponde. Cierto es que muchas actividades reclaman la atención del gobierno, la salud a la cabeza, viéndose abrumada por la imprevista pandemia que agobia a todos los sectores productivos. De igual importancia es la educación y cultura de la población, la AHL no pide demasiado, lo necesario para llevar a cabo dignamente su cometido. Además del mantenimiento y los servicios domiciliarios, debe cubrir una modesta planilla administrativa, publicaciones y actividades periódicas como presencia en los medios de comunicación, atención al público, especialmente a estudiantes que visitan la sede en busca de bibliografía o información, trabajos de extensión a otras instituciones como colegios y universidades, sesiones periódicas y delegaciones a eventos internacionales.

Uno de los grandes retos que consideran sus miembros, es la promoción de la lectura, mediante la organización de conversatorios y ferias de libros. Actividades que apoyan las librerías que operan principalmente en la capital, que compiten por la atención del público con variadas formas de entretenimiento, sobre todo electrónicas, como la televisión, las plataformas de vídeos, las redes sociales y hasta los audiolibros y libros electrónicos. Lo que se organiza hasta el momento, apenas cubre una mínima fracción de los estudiantes y público general que debería beneficiarse.

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