Erika Mejía, la hondureña que puso a prueba el sistema sanitario español

OM
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29 de abril de 2020
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01:20 am
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Erika Mejía, la hondureña que puso a prueba el sistema sanitario español

Erika Jaramillo, ingresada en la UCI del hospital, conectada a un respirador y a un Ecmo, esta semana. (JAIME VILLANUEVA SÁNCHEZ)

“Debe ser alguien importante”, dijo el personal sanitario cuando la vieron llegar en helicóptero entubada a un respirador artificial.

El traslado urgente entre hospitales de Madrid y Guadalajara le salvó la vida, pero su estado es delicado.

La hondureña Erika Mejía (37 años) puso a prueba el sistema sanitario español, al ser trasladada desde la ciudad de Guadalajara (Castilla La Mancha) a Madrid en helicóptero y dependiendo de un respirador artificial, el primer caso de su tipo que se presenta en el país ibérico azotado por el COVID-19.

El traslado le salvó la vida momentáneamente a la hondureña, pero su estado de salud sigue siendo de pronósticos reservados, según los médicos que la atienden en el hospital principal de la capital española.

El caso de la hondureña puso a prueba la capacidad de reacción del sistema español, pues se trata del primer traslado de un caso de COVID-19 entre una comunidad a otra, según la nota publicada por el diario El País.

El rotativo destaca el esmero que puso el sistema sanitario por salvar a la hondureña a pesar de ser una inmigrante, que trabajaba a medio tiempo, cuidando a una persona de la tercera edad que murió de COVID-19 y donde posiblemente contrajo el virus.

Alma Mejía, la hermana de Erika, muestra una foto de ella, en su casa de Guadalajara, España, la semana pasada.

“Debe ser alguien importante”, dijo el personal sanitario cuando vieron la movilización del helicóptero, ambulancia, médicos, enfermeras corriendo para recibir a la hondureña, según relata el diario.

Mejía es una de los más de 100 mil hondureños que han emigrado a España en busca de trabajo. Llegó a Madrid motivada por su hermana Alma Mejía y a los pocos días se puso a trabajar cuidando a Milagros Centenera, una mujer de más de 80 años con principio de Parkinson.

Las catracha se encariñó tanto con la anciana que cuando esta falleció la lloró como un pariente y asistió a su entierro. “A menudo, la señora le pedía a su cuidadora, Erika Mejía, que se sentara en su silla ortopédica y se pusiera cómoda. La experiencia era similar a subirse a una atracción de feria. “Jefa, tengo que ponerme a limpiar”, le recordaba Mejía. “Nada, olvídate. Esto es mucho más divertido, le respondía”, relata el diario.

Su convivencia era tanto que la señora le enseñó a la joven a jugar dominó y por las tardes terminaban en una terraza del centro de Guadalajara tomando café y contándose sus vidas mientras escuchaban a Rocío Dúrcal y Julio Iglesias.

“Centenera le hablaba de la España de antes, de lo distinto que era todo. ¡Si la viera ahora no reconocería este país! Mejía, de 37 años, le describía Omoa, el pueblo de Honduras donde creció, con su embarcadero, el mar y las casitas de los pescadores en la orilla. Allí seguían viviendo sus tres hijas, a las que crio sola y a las que dio estudios. En la muñeca llevaba tres palomas tatuadas para tenerlas siempre presentes”, según el reportaje.

Después que Centenera falleció, Mejía se quedó sin trabajo, pero a las pocas semanas, la hija de la difunta, Inés Samaniego, la contrató a media jornada. Estaba muy contenta con su nuevo trabajo hasta que fue atacada por el mortal virus. Al principio, platicaba por teléfono con su hermana Alma y se disculpó por su patrona por no asistir al cumpleaños de uno de sus nietos. Pero Inés le dijo que no se preocupara que cuando pasara la emergencia irían juntas a comprar los regalos al Corte Inglés y lo enviarían a Honduras.

Erika Mejía, la hondureña que puso a prueba el sistema sanitario español

Antes de ingresar en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Universitario de Guadalajara, el 12 de abril, le envió un mensaje por WhatsApp a su sobrino: “Dile a tu madre que creo que me van a meter a la UCI y me van a entubar”. Los médicos llamaron a su hermana Alma por teléfono y le dijeron que se preparara para lo peor.

Llegada al Hospital Puerta de Hierro de la paciente Erika Mejía, que hasta ese momento estaba ingresada en el Hospital Universitario de Guadalajara, el viernes 17 de abril. El traslado le salvó la vida. (JAIME VILLANUEVA SÁNCHEZ)

A la vez, la dirección del hospital pidió su traslado urgente al Puerta de Hierro de Madrid, donde podrían conectarle un Ecmo, un soporte artificial que sustituye la función que el pulmón no puede hacer. Solo de esa manera podría continuar con vida. En ese momento no fue posible porque los hospitales de Madrid estaban desbordados. Dos días después, desde Guadalajara, se insistió en la petición: o se llevaba a cabo de inmediato o la paciente no aguantaría más. Era ahora o nunca.

OPERACIÓN A GRAN ESCALA

Se puso entonces en marcha una operación a gran escala para rescatar a Erika Mejía. Se trató de uno de los traslados más complejos entre hospitales y comunidades autónomas de toda la crisis de la COVID-19. En medio de una pandemia que ha puesto en jaque a una nación entera, con más de 500 muertos al día, el sistema se puso en marcha para salvar una sola vida.

A las 20:00 del pasado 17 de abril, un helicóptero del Summa 112, el servicio de urgencias de la Comunidad de Madrid, se posó en el helipuerto del hospital para recoger a dos médicos intensivistas y dos enfermeros perfusionistas. “Había que intentarlo”, recuerda el jefe de Servicio de Cuidados Intensivos, Juan José Rubio, de 67 años. A los cuatro profesionales en el aire se sumaron otros dos que viajaban en ambulancia por carretera.

Era la primera vez que el personal de este hospital colocaba un Ecmo fuera de sus instalaciones. En las condiciones de salud de Erika Mejía, el traslado en ambulancia era muy delicado. Estaba dormida cuando los médicos entraron por la puerta. Iban vestidos con trajes especiales. Prepararon los alrededores de su cama con paños estériles. Después se llevó a cabo lo que los profesionales consideran “una agresión al cuerpo”: la introducción de dos cánulas gruesas por las venas (la yugular y la femoral) localizadas previamente con un ecógrafo. Las vías se conectaron a la máquina.

Al minuto, su oxigenación mejoró.

Era de noche cuando sacaron a Erika Mejía por la puerta, postrada en una camilla. Iba rodeada de cables y tubos. La subieron con cuidado a la ambulancia. “¡Muy bien!”, dijo en alto una de las médicas cuando la paciente quedó acomodada en el interior. El vehículo encendió las luces de sirena y enfiló a baja velocidad la carretera oscura. De madrugada, Mejía quedó instalada en la nueva UCI donde se iban a ocupar de ella a partir de ahora. Dos máquinas, el Ecmo y el respirador, respiran por ella y dan descanso a sus maltrechos pulmones.

A día de hoy, permanece en la unidad de cuidados intensivos. Su estado sigue siendo crítico. Los sanitarios la colocan bocabajo para mejorar su respiración. Creen que la obesidad que padece desde niña puede ser uno de los motivos que el virus la haya atacado a ella con tanta dureza. En ocasiones, el doctor Rubio le habla para ver si responde. A veces mueve la cabeza, semiinconsciente.

El médico explica que el coronavirus es un misterio para él. “Se comporta de forma extraña. Me sorprende cada día. Da miles de problemas. Afecta a la coagulación, la piel, genera problemas neurológicos, trastornos hematológicos, infartos asociados, ictus, y en pacientes jóvenes y sanos como Erika no te lo explicas”. (EG)

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