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30 de abril de 2020
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CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

NO toda plática debe ser, dale que dale con la temible peste y de la forma cómo el endemoniado virus ha puesto al mundo entero patas arriba. Con el permiso del amable público, que se mantiene activo, en guerra de guerrillas contra enemigos supuestos o jurados, y cruzando desinformación de datos contradictorios, de vida o muerte, por sus “WhatsApp”. Vamos a abordar otro tema, también oportuno, a propósito de este asfixiante aislamiento. Viene a la memoria, años después de obtener el título universitario, la vez que fuimos a visitar a un entrañable compañero que se había quedado viviendo con su familia en una zona agradable de Nueva Orleans. Invitados a cenar, fue a recogernos en su carro medio destartalado. Al momento que aparcábamos frente a su vivienda –una casita que había logrado alquilar a precio cómodo en lugar bonito, ya que se dedicaba a mover bienes inmuebles– abrió el baúl del automóvil y sacó un televisor.

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¿Qué andas haciendo con ese aparato –indagamos intrigados– allí en el baúl? “Ah –respondió– es que si lo dejo adentro los cipotes no hacen sus tareas y la mamá es tan alcahueta que les permite pasar horas prendidos al televisor, cuando debían estar estudiando, incluso hasta a la hora de cenar”. “Se los enciendo –prosiguió– como premio, una vez hayan terminado los deberes y solo por tiempo limitado”. A propósito, años después supimos que los dos niños se destacaron como alumnos distinguidos en la universidad y ya profesionales con excelentes trabajos, uno en los Estados Unidos y la muchacha en Europa, eran testimonio ejemplar de lo bien que paga el esmero de padres dedicados a sus hijos. Contrario a dejarlos descuidados haciendo a su antojo; que se distraigan como plazcan con tal que no sean estorbo. Lo anterior igual aplica en la actualidad. Sí, es cierto que la tecnología ha conseguido hacer que estas generaciones sean mucho más despiertas que las pasadas. Sin embargo, no es necio preguntarse: ¿Cuáles son los costos –en un balance con la utilidad– de esas modernas adicciones? Ya no es el televisor, por supuesto, sino todo ese montón de aparatos inteligentes –mucho más inteligentes que sus dueños– que mantienen a jóvenes y adultos enviciados. Como si fuera una droga que entra en la sangre y causa dependencia. Un espíritu que se apodera del alma. Un pegoste que se adhiere como bicho parasitario del que no se pueden despegar. Y sobran los tatas indolentes, quienes por no dedicar el tiempo suficiente lidiando con sus hijos –muchos hasta el respeto de ellos han perdido– los dejan merodear a sus anchas sin la debida atención.

Que se distraigan jugando con esas babosadas para que no molesten. Sin la disciplina que siempre es necesaria como factor regulador de cualquier entorno; sin la atención personal que es parte de la convivencia saludable; sin la orientación de autoridad amorosa y responsable que la criatura requiere de sus mayores. Así, a la deriva, la sociedad ha mutado. Hoy gobiernan las “chatarras” de los “chats”, los zombis de las redes sociales, los irritados “facebookeros”, los “tuiteros” vengativos, los abandonados, implorando compañía desde sus burbujas de soledad, sin que haya forma humana posible de despegarlos de esos inseparables instrumentos digitales transformados en el alma que rige sus vidas. Una sociedad, diríase que más comunicada, pero por la misma naturaleza que permite esa nueva libertad, sin límites, sin vigilancia, sin parámetros, sin reglas, mucho más violenta y dividida. La infestación, que trasciende el ámbito familiar y contamina las escuelas, está creando una demanda de centros de enseñanza que sean un giro a la tendencia y puedan marcar una diferencia. “La escuela primaria Waldorf de Silicon Valley –el centro de toda esa revolución tecnológica que absorbe a la humanidad– la más popular de la zona, promete volver a lo básico rediseñando los programas a partir de la educación clásica y eliminar todo rastro de tecnología digital”. Están cayendo en cuenta en sociedades más civilizadas, que “el rechazo de cualquier virtualidad en la educación no es capricho de las élites, es la única manera de formar herederos inteligentes y capaces de enfrentar el futuro”. Como apoyo a lo dicho hasta ahora, un análisis de “The New York Times”. Sostiene que “la digitalización actual va dirigida a la masa social más baja, la clase media y pobres” pero, agrega, también a “los estúpidos”.

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