Autarquía versus integración

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2 de mayo de 2020
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12:31 am
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Autarquía versus integración

Por: Carlos López Contreras

Como expresión de una concepción de la democracia, de la economía de mercado y del libre comercio, estamos habituados a inscribirnos en las ideas de la integración económica.

Son valores que como país y, en función de nuestra tradición histórica que se remonta a la empresa federalista que Francisco Morazán rubricó con su sangre, debemos continuar cultivando.

Pero con la pandemia entramos en una etapa –quiera Dios que transitoria– que va a llevar a los gobiernos de los países en el marco del SICA, pero también en otros escenarios integracionistas, a primar el interés nacional sobre el colectivo.

Vemos que ante la catástrofe económica y social que se nos avecina, igual o peor que la que vivió el mundo durante la gran depresión de los años 30, cada gobierno velará por disponer de las existencias suficientes de alimentos básicos para al menos satisfacer las necesidades de su población, evitando una hambruna, en adición a los equipos sanitarios para prevenir la expansión del virus.

Así, observamos que en Honduras, y en otros países, se pone el énfasis en robustecer el sector agropecuario, quizás volver a convertirnos en el granero de Centroamérica, que lo fuimos hace muchos años.
La idea es que el Estado no tenga que gastar sus divisas en alimentos importados. Que los hondureños consumamos lo que el país produce en el campo, igual que en otros países, una especie de retorno al proteccionismo.

Con esta política económica de cada país, es muy posible que sufra un retroceso el libre comercio en Centroamérica. Cada país importará del sistema solo lo que materialmente no pueda producir, sin excluir la figura del trueque. Y, en período de crisis económica y social, no habrá espacio para gastar divisas en artículos suntuarios.

En el peor de los casos, podríamos llegar a la antesala de la autarquía en oposición a la integración: cada país cuidará sus alimentos y producción agropecuaria para evitar que se desencadene una hambruna y correlativa inestabilidad social.

En épocas de catástrofes como resultado de guerras, desastres naturales o pandemias, los pueblos suelen despertar toda su capacidad creativa.

Quizás ha llegado la hora que en Centroamérica, donde se desperdician tantos recursos alimenticios, aprendamos a preservarlos para consumirlos en el futuro. Lo mismo debería ocurrir con tanto recurso natural –como la madera– que se destruye con el paso del tiempo, en lugar de convertirse en artesanías.

El ejemplo es gráfico en Miami, donde en centros de existencias de reservas alimenticias del gobierno, los habitantes detienen sus vehículos frente al centro, y sin pedirles identificación les ofrecen una caja llena de productos enlatados.

No hay razón para que los hondureños no preservemos lo que Dios nos da en abundancia.
No hay razón para que no reforestemos o preservemos el bosque.

Sin bosque no hay cuencas de agua; sin cuencas de agua no tiene sentido construir represas.

El Estado tiene que sancionar con toda severidad al pirómano que con su mano criminal compromete el futuro de la población, de manera especial en Tegucigalpa, donde ya quedan pocos bosques y fuentes de agua.

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