El drama de Sísifo

ZV
/
2 de mayo de 2020
/
12:27 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
El drama de Sísifo

Por: Julio Raudales

No hay en todo el mundo un grupo social que esté sufriendo tanto las consecuencias de la situación actual, como la clase trabajadora.

La incertidumbre laboral causada por la cuarentena, la merma en los ingresos, el estrés provocado por la pandemia y la inoperancia de los sistemas de salud y seguridad social, han minado de tal forma el bienestar de la gente en los últimos dos meses, que la devastación tendrá, según un reporte de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), mayor impacto que una guerra o desastre natural.

Lejos queda, como el recuerdo de una vieja telenovela, la pasión por la búsqueda de nuevas formas de relacionamiento de quien vende su fuerza física, su talento intelectual o artístico y su creatividad para generar riqueza.

La lucha por las reinvindicaciones laborales cristalizadas en mejora salarial, condiciones de trabajo adecuadas, protección familiar, seguro de desempleo o accidentes, así como relaciones equitativas con el capital, parecen ahora un albur que solo adorna los discursos políticos o asamblearios. El sueño de la Internacional Socialista, de un mundo hecho a la medida de los trabajadores se esfuma ante un movimiento sindical cada vez más etereo e impresentable.

Ahora sí, más que nunca, pareciera que el viejo grito del manifiesto:
“Trabajadores del mundo uníos” se disuelve distante, deslumbrado por el brillo de la revolución tecnológica y la automatización; y cegada por un movimiento sindical corrupto, anodino y obsecuente con el poder político.

En países como Honduras, se cuenta ya por décadas la orfandad de una auténtica mejora en la vida de quienes utilizan sus habilidades, sean estas cultivadas o no, para rebuscarse día a día el sustento familiar.

Pero en nuestro caso, no es una situación privativa de la clase trabajadora. La desesperanza y el agravio es generalizado y lo sufren los asalariados, los cuentapropistas, tanto como los micro, pequeños y medianos empresarios, cuyas paupérrimas condiciones de operación les impiden una adecuada supervivencia y por ende condiciones adecuadas para sus empleados.

Es por ello que no extraño que ayer primero de mayo, la fiesta se viese opacada y deslucida por el coronavirus tanto como por la decidia de las organizaciones obreras, faltas de imaginacion y ánimo.

Parece que olvidaron que reinvindicar es más que marchar y dar discursos: es utilizar los medios disponibles para influir el ánimo de quienes desfallecen, es entender con mayor ahínco que es en circunstancias adversas cuando surge el espíritu y la inteligencia de las almas fuertes.

Pero, como se dijo arriba, mucho no se podría esperar en un país que provee tan poco a su ciudadanía, sea lo que sea a lo que se dedica.

Si de 4.2 millones de trabajadores, dos terceras partes no devengan un salario y por ende no gozan ni de los paupérrimos servicios de un Seguro Social saqueado y disminuido o de la posibilidad de cotizar al RAP y de asociarse en gremios y sindicatos; si el sistema educativo los sume en la malformación y la salud es tan esquiva. ¿Qué puede una trabajadora en estas condiciones ofrecer a sus hijas e hijos como futuro?

Las estadísticas oficiales reflejan una realidad desalentadora: un salario mínimo de 9 mil lempiras, que solo es percibido por el 5.3% de la población económicamente activa, un 33% de asalariados que ganan menos del salario mínimo, sin un esquema eficiente de vigilancia para el cumplimiento, porque la mayoría de la violación a esta norma se da en el sector rural, donde no existe el Ministerio del Trabajo y no hay presencia sindical, porque para estas organizacines es más eficiente nacer bajo el ala gubernamental.

Y más allá del salario mínimo, ¿qué puede esperar una clase trabajadora de un sistema cuyo salario promedio es apenas de 15 mil lempiras? Un sistema que basa sus condiciones de miseria en la imposibilidad de generar puestos de trabajo de calidad, con un estado más preocupado por mantener las cosas tal y como están para que las élites políticas no trastavillen, no puede ser un estado sostenible.

Y así, como Sísifo empuja su enorme roca cuesta arriba, sabiendo que cerca de la cúspide rodará de vuelta para cumplir su ancestral condena, los trabajadores parecen desfallecer ante un sistema político que les roba la esperanza de un futuro más alentador para ellos y sus hijos. ¡Ojalá y esto se dé el chance de cambiar!

Más de Columnistas
Lo Más Visto