ENCRUCIJADA Y RUTINA

ZV
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3 de mayo de 2020
/
12:11 am
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ENCRUCIJADA Y RUTINA

TODOS sabemos, o por lo menos intuimos, que nos encontramos en un momento único de la historia de la especie humana, con las inocultables diferencias en cada país o en cada subregión. En el recorrido de las civilizaciones ahora mismo estamos frente a una encrucijada singular, un poco a la manera de lo que decía un poeta y analista literario fallecido: “Sin poder huir, y sin poder luchar”. Esto significa que hay que sumergirse en la rutina del aislamiento, sin olvidar que esa encrucijada obliga a las reflexiones de diversa índole, algunas profundas, y otras superficiales y vacías.

Encrucijada es un cruce de caminos, en donde el viajero se encuentra indeciso sobre cuál podría ser el mejor derrotero a seguir, pues no hay ningún mapa previo que le indique los destinos de cada ruta, con el agravante actual que todo ha sido inesperado, y que resulta muy difícil administrar una crisis sorpresiva, como pocas en la historia. En consecuencia hay que atenerse, por de pronto, a la fastidiosa pero necesaria rutina, y a la valoración de cada cosa grande o pequeña que se tenga en casa; o más o menos a la mano.

Nuestra terrible circunstancia actual presenta el lado positivo que abre espacios mentales para comenzar a valorar, en primer lugar, a las personas humanas, y seguidamente a cada objeto por su importancia vital o por lo superfluo del mismo. De repente, sumergidos en una sociedad altamente consumista, hemos sido incapaces de distinguir entre lo necesario, lo indispensable y lo decorativo, cargado a veces, esto último, de superfluidad.

Un ejemplo interesante es que en el encierro y “distanciamiento social” las personas están en mejor condición para recordar, con intensa nostalgia, sus viajes por el interior de sus propios países. La mayor parte de la gente viaja de prisa sin detenerse a contemplar los paisajes y los bosques subsistentes de países tropicales como el nuestro, en donde a pesar de los continuos incendios forestales, todavía se perciben prados verdes; bosques de pinos o árboles solitarios de hoja ancha; ríos esperanzadores y riachuelos milagrosos; que subsisten ante la depredación de los pirómanos, delincuentes por oficio. Y a veces por necesidad.

Es curioso que el viajero hondureño promedio lo primero que hace en los autobuses o en los transportes privados, es buscar alguna comodidad para dormir y roncar, aun cuando haya dormido toda la noche anterior. Muy poco, o casi nada, le interesa la variedad del paisaje inmediato de Honduras. O los hermosos recodos escondidos en la lejanía, en medio de las montañas. Es como un desapego de los valores nuestros. O es tal vez el producto de una ignorancia que los profesores de educación media nunca logran remediar. Este punto es importante porque antes los profesores y sus alumnos realizaban excursiones al campo como parte de una pedagogía del amor patrio. Luego algunos estudiantes destacados escribían ensayos sobre su experiencia rural. Eso pareciera haberse perdido para siempre.

Hoy, sumergidos en la rutina del aislamiento, los anhelos por viajar aunque sea a la aldea más cercana, se convierten en un fuerte deseo espiritual incluso en el alma de los más insensibles, que han comenzado a valorar las cosas buenas que quedaron atrás, y que fueron subestimadas por causa de las prisas y de la indolencia cultural, dentro de un supuesto sistema educativo que infravalora las cosas propias del país, en tanto que pareciéramos estar como enajenados por mercancías a veces innecesarias que vienen del exterior.

La rutina y la encrucijada histórica son una completa contradicción. Pero tenemos que afrontar y resolver tal contradicción, poco a poco, con la esperanza de sobrevivencia que le es peculiar a la especie humana. Y también a los grandes patriotas ocupados y preocupados por el destino de su sociedad y de su propio pueblo. Inyectemos ánimos a todos, a fin de salir con absoluta precaución sanitaria de este círculo vicioso.

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