DERRUMBES Y AVALANCHAS

ZV
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4 de mayo de 2020
/
12:13 am
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DERRUMBES Y AVALANCHAS

COMENTAMOS el artículo publicado por el periódico estadounidense The New York Times resaltando que “la digitalización actual va dirigida a la masa social más baja; clase media y pobres”. O “cómo la élite empieza a huir del mundo digital”. El artículo describe que “la clase alta de los Estados Unidos no solo rechaza todos los servicios de la economía digital sino también los teléfonos inteligentes, las compras en línea, las redes sociales y más”. “Las escuelas que utilizan dispositivos electrónicos también son evitadas por la élite –digamos en Silicon Valley– de los mismos creadores y usufructuarios de toda esa fascinante tecnología”. “Quieren que sus hijos jueguen como ellos con otros niños y las escuelas de primer nivel sin ningún tipo de tecnología están floreciendo por todo el país”. “La interacción humana real, la vida sin teléfonos durante el día se ha convertido en un símbolo de estatus social diferencial en el país más poderoso del mundo”. Están cayendo en cuenta en sociedades más civilizadas, que “el rechazo de cualquier virtualidad en la educación no es capricho de las élites, es la única manera de formar herederos inteligentes y capaces de enfrentar el futuro”.

Una variación de ese tema. A propósito, ni la pandemia del coronavirus ha conseguido sosegar la agitada ansiedad del auditorio. Los inquietos aficionados, no dan tregua en su ocupación acostumbrada. El tracateo cotidiano, de truenos y centellas, por los aparatos inteligentes. La vaina con esa guerra de guerrillas contra molinos de viento; de cruzadas para acabar con herejes y supuestos demonios o conspiraciones contra enemigos jurados, de las “chatarras de los chats” y de los tuiteros agresivos de las redes sociales, de golilleros cobardes escondidos en cuentas ficticias, y de zombis hipnotizados en sus pantallas digitales, es que, aunque pareciera tener un efecto demoledor, no lo tiene. Ningún envío específico. Una golondrina –por más que agite las alas– no hace verano. Tal vez a punta de repetir, de diversificar los ataques, si el tirito al aire logra ser multiplicado lo suficiente y dispersado en perdigones de cartucho de escopeta; de machacar duro y parejo, como el pan de cada día; solo así, quizás, consigan malograr la imagen del contrario. Pero, como el tema del escándalo es uno distinto de uno a otro momento, el amable público se divaga y pierde noción de lo puntual, con lo que cuesta motivar al desparramado auditorio que se junte nuevamente para que, como ejército bien disciplinado marche en pelotones organizados, fijos en la avanzada en pos del objetivo.

Además, los mensajes que se transmiten y se retransmiten ampliamente por los móviles, topan con otra realidad. No tienen mayor influencia en los que, por lo general, buscan permear. O sea, en los círculos de poder que toman las decisiones. Son esporádicos los que llegan a oídos y ojos de los destinatarios. Sirven para alborotar, para denunciar, para quejarse. También para instigar el odio, o al bando objeto de la embestida, para defenderse y lanzar su propia ofensiva. Son eficaces para inventar, para calumniar, en fin, para botar bilis, aportando, cada cual, su módica contribución al ambiente divisivo en la sociedad y a la opaca atmósfera de dudas y de sospechas que gravita sin despejarse jamás. Pero, aparte de rebotar de una a otra de las burbujas fanáticas, revientan en la pared. Se quedan, salvo contadas excepciones, sin mucha trascendencia. Lo que escapa al ingenuo conocimiento de los “facebookeros”, por ejemplo, que se jactan de tener en sus portales a miles de seguidores, es que el mensaje que suben no es compartido ni remotamente por la totalidad. Solo llega del 1 al 3 por ciento de los supuestos seguidores de la cuenta. Para difundir algo masivamente hay que pagarle a Facebook. En eso consiste ese negocio. (Observen los “shares” o los “likes” de cualquier despacho, y se enterarán que el público es muy reducido. La gente no pasa pendiente de meterse a ver todo lo que escribe determinado sujeto. Pasa absorta en su propio mundo de realidad, de percepción o de fantasía). Distinto es cuando el tópico aparece ventilado en alguno de los medios convencionales. Si de repente la noticia, el reclamo, la demanda, el escándalo, hace un derrumbe –una avalancha en los polos y otros gélidos lugares– porque varios lo repiten, eso sí llega a las élites de poder.

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