ORIGEN METAFÓRICO DE LOS SOBRENOMBRES

MA
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6 de mayo de 2020
/
12:04 am
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ORIGEN METAFÓRICO DE LOS SOBRENOMBRES

GANADORES Y PERDEDORES

A propósito del papel que les toca jugar a los organismos internacionales de crédito en el rescate de estos pintorescos paisajes acabados masacrados por los nocivos efectos de esta bestial pandemia. Hemos querido alentarlos, en editoriales, a responder, no con dádivas para salir del paso entregadas a cuentagotas, sino en proporción al gigantesco tamaño de la crisis que se enfrenta. Que requiere de soluciones creativas, porque no se trata de una catástrofe cualquiera. Salirse, apelando al mejor ingenio, de los protocolos convencionales, asistiendo al sector público, pero a la vez utilizando los brazos de que disponen para hacerlo en forma directa al sector privado. No arrastrando los pesados pies de la burocracia internacional sino con la celeridad que la urgencia reclama. Alguien inquiría por el sobrenombre metafórico utilizado en esta columna de opinión para referirnos a ellos. Que a nadie le quepa la menor duda que se hace como muestra de espontáneo cariño.

Si en tiempos normales, los irritados de tanto estrés, no consienten que se les toque ni con el pétalo de una rosa, ni hablar del efecto psicológico que la confinación ejerce sobre el individuo en el aislamiento. Las “chatarras” de los “chats”, botan tensión desahogándose, en una guerra de guerrillas contra molinos de viento, con un surtidor de imparable artillería, cada segundo del minuto, todos los días de Dios. Convencidos que la mejor terapia, para vencer presiones, –como nos decía Oscar A. Flores– es no perder la dulzura del carácter, intentamos en nuestros escritos abordar los temas con cierto sentido de buen humor. Alguien nos preguntaba que ¿de dónde salen las caracterizaciones dadas a los prestamistas internacionales? El “Tata Fondo”, “Mis Tías las Zanatas” y las “Aves agoreras”. Obviamente que el “Tata” alude a la cabeza de la grey, a quien los demás deben no solo respeto sino –pese al instinto rebelde de muchachos inquietos– el deber de acatar sus consejos y recomendaciones. Las “aves agoreras”, lo tomamos prestado de ROSUCO. Lo asociaba a quienes se ganan la vida alimentando espanto en estos pueblos de economías descalzas, con augurios apocalípticos. Los vaticinios del colapso exigen apretarse la faja. Para que los que tienen prosperen y los que no tienen se amuelen. De las tías supimos, cuando en las escuelas cultivaban el buen hábito de la lectura. Exigían al alumno leer, entre otras, la novela de Rómulo Gallegos, “Doña Bárbara”. “Blanca Olmedo” de Lucila Gamero de Medina, “La Heredad” de Marco Carías Reyes y “El Vampiro” de Froylán Turcios.

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Ojear la Antología, “Oro de Honduras”, de Ramón Rosa, Heliodoro Valle y Juan B. Valladares. Recitar “La Casita de Pablo” o “Lo Esencial”, del poeta Guillén Zelaya, “Pesca de Sirenas”, de Juan Ramón Molina y “Agora ya’s Tarde”, de Daniel Laínez. En la biblioteca de la casa, encontramos un librito de Marco Antonio Rosa: “Mis tías las Zanatas”. Acudimos, en su memoria, al relato ofrecido por un recordado columnista de LA TRIBUNA: Eran tres hermanas. “Pulquería (“la bachillera”), apodada así por ser la primera señorita graduada de bachiller en el Instituto Central; Maclovia y Plácida”. “Solo una contrajo matrimonio con el coronel Ángel Verdugo”. “Las otras dos se quedaron para vestir santos y para mantener al coronel quien era alérgico al trabajo”. “Su apodo no lo debían al color de su piel –según don Toño– de color aceitunado”. “El mal nombre se debía a que iban a misa de cinco de la mañana vestidas de negro, como el plumaje de los zanates”. “Eran cascarrabias y la bachillera además mandona y regañona”. “Pulquería era la jefa del clan por ser la más inteligente, con el carácter más fuerte y más emprendedora”. “Además de atender su pulpería cocinaban mondongo y nacatamales para vender los jueves y domingos”. “Horneaban ricas cemitas y pan de yema”. “Las tías trabajaban de sol a sol ayudadas por mujeres que para ser contratadas debían ser señoritas sin mácula, ni siquiera manoseadas por algún cuilio de la Policía o un chirizo del Cuartel de San Francisco”. (Lo del atuendo oscuro se nos grabó, ya que, a mi abuela materna, siempre la vimos vestida de negro. Un luto perenne de los velorios, que en nada asemejaba su bondadoso carácter y su cariñosa sonrisa).

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