Caritas sucias, manos vacías y pies descalzos

MA
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16 de mayo de 2020
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12:52 am
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Caritas sucias, manos vacías y pies descalzos

Ángela Marieta Sosa
Especialista en derechos humanos

Pasaron de la mendicidad en los semáforos, a los retornos en los anillos periféricos, sin protección del COVID-19, levantan rótulos en cartones viejos, pidiendo ayuda y dicen: “Tengo hambre”, “ayúdenos”, “que Dios le bendiga”, madres con bebés en sus brazos, niños y niñas de diferentes edades, provenientes de zonas vulnerables ubicadas en los alrededores de la ciudad.

Gritan, ¡socorro!, en sus letras, palabras y frases, mal escritas la mayoría, pero justamente exclamadas, producto de la desesperación que produce la extrema pobreza, poco les importa el sistema económico, los derechos humanos, la política, las redes sociales, a ellos y ellas, los de caritas sucias en la calle, manos vacías y pies descalzos, solo les importa sobrevivir en un mundo indiferente ante su necesidad, y en el que las pocas ayudas de personas conmovidas, serán solo paliativos, al problema estructural que condiciona su situación y el deterioro social que se profundizará en un futuro no muy lejano.

Una indiferencia estructural, en la que nadie parece ponerse de acuerdo para resolver, ni sociedad civil, ni las iglesias y demás actores pertinentes, de lo contrario estarían en albergues previstos para satisfacer lo elemental; más temprano que tarde, esa indiferencia tocará la puerta de nuestras casas, cuando dejen la infancia y se conviertan en adolescentes llenos de dolor y resentimiento social.

Algunas instituciones del Estado han prestado asistencia a ciertas familias que estaban desamparadas en la calle, ubicándolos en escuelas públicas, pero, eso equivale a un porcentaje mínimo de la totalidad de menores en abandono social, lo cual indica que no basta la buena intención de una institución bien dirigida, sino una solución estructural a un problema evidente, que en prospectiva será peor cuando esas caritas sucias crezcan.

La Organización de Estados Americanos (OEA), recién publicó una Guía Práctica de respuestas inclusivas y con enfoque de derechos ante el COVID-19, en las Américas,(http://www.oas.org/es/sadye/publicaciones/GUIA_SPA.pdf), y en uno de sus capítulos refiere a la infancia, la educación y la asistencia social en tiempos del COVID-19, y aduce al papel de las madres y padres en la conducción del proceso de formación pedagógica y curricular de sus menores hijos(as); la pregunta es: ¿quién con el estómago vacío puede tan solo entender y practicar pedagogía escolar?, ¿quién en condiciones infrahumanas puede creer que el estudiar le traerá pan a la mesa?; ¿de qué nos sirve un marco normativo de protección jurídica de la niñez?; ¿dónde están ahora aquellas asociaciones civiles que pregonan amor al país y a su causa, dónde están los líderes religiosos que por redes sociales siguen capitalizando su caudal social y económico?, ¿no los conmueve esta realidad?; se nos olvidó cómo hacer el bien, y necesitamos que nos estén recordando cómo debemos cumplir con las garantías de los derechos humanos a los que todos y todas estamos llamados, no solo un gobierno.

Roberto Sosa, escritor inmemorable hondureño, ganador del Premio Adonáis de Poesía, en su poema “Los pobres”, declamó: “Los pobres son muchos y por eso es imposible olvidarlos, seguramente ven en los amaneceres múltiples edificios donde ellos quisieran habitar con sus hijos. Pueden llevar en hombros el féretro de una estrella. Pueden destruir el aire como aves furiosas, nublar el sol. Pero desconociendo sus tesoros entran y salen por espejos de sangre; caminan y mueren despacio. Por eso es imposible olvidarlos…”.

Es tiempo que la sociedad civil, especializada en atender niñez, que pregona banderas de injusticia social, se deje de quejar y salga a las calles y recojan niños y niñas para albergarles en sus lujosas oficinas, es tiempo que las grandes iglesias con templos de magnitudes comerciales, abran sus puertas para que den techo y comida a estas familias abandonas por el Dios, Jesucristo que tanto pregonan en sus sermones o cultos, y qué hay de los gremios, deberían poner a disposición sus espacios físicos, para que no hayan más niños y niñas en la calle.

¿Cómo podemos estar encerrados en la comodidad de nuestros templos?, sabiendo que hoy, un niño o niña cargará sobre sus hombros el féretro de una estrella, apagada por una sociedad religiosa de corazón duro y egoísta, que no hace más que orar, llorar y lamentar las caritas sucias que se pegan a las ventanas de sus lujosos carros, esperando por una oportunidad para hacer brillar en su espíritu la fe y la resiliencia a la que desde antes de nacer han tenido derecho.

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