Sin transparencia no hay unidad

MA
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16 de mayo de 2020
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12:55 am
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Sin transparencia no hay unidad

Esperanza para los hondureños

Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Las críticas forman parte indisoluble de una sociedad. No existe sociedad que no se haya erigido sin tomar en cuenta los pareceres y las críticas emitidas por los grupos organizados que la conforman.

Una crítica es una forma de ver el mundo; una opinión muy particular de explicar los fenómenos según nuestros conocimientos y nuestra experiencia. Las críticas representan la medida de aceptación o de negación que tiene una sociedad sobre un poder cualquiera, es la base de una verdadera democracia. Sin críticas no es posible gobernar sin el beneplácito nacional.

La inclinación de la balanza de las percepciones ciudadanas, en uno u otro sentido, forma lo que se llama la “opinión pública” que es, a su vez, una manera de diálogo social, en la medida en que un número creciente de personas acepta o rechaza las intenciones de un poder existente. La política, por ejemplo, es la plaza donde concurren las opiniones diferentes. La política “trata del estar juntos los unos con los diversos” -decía la filósofa Hannah Arendt-. Es decir, un poder procura, a toda costa, de que las percepciones del público se conjunten en un solo haz de unidad ciudadana, pese a las diferencias. Una nación se forja sobre la base de los que piensan diferente, en un ambiente de respeto y de conformidad a reglas y valores.

Por estos días de la pandemia, nuestra sociedad se encuentra mucho más polarizada que los nefastos días del 2009 o de aquel 2017 donde se volvió a poner en evidencia la fragilidad de nuestra democracia. Es decir, no hemos podido forjar la nación que quisiéramos, aunque algunos crean lo contrario y proclamen a los cuatro vientos, una supuesta unidad nacional. Necesitamos saber, entonces, en qué nivel de unidad nos encontramos a estas alturas de nuestra vida nacional. Hablar de “unión” no basta. La unión es un concepto social carente de espíritu y de forma; es un agregado numérico, pero la “unidad” es otra cosa. La unidad implica una adherencia granítica de la mayoría de los individuos a ciertos ideales y principios trazados por los fundadores de una nación, y que, pese al correr de los tiempos, los gobernantes seguirán respetando esos valores con la misma deferencia que en sus orígenes.

Hubiésemos querido que estos tiempos de crisis sanitaria, en la que los ciudadanos están expuestos a perder la vida, supusiera una coincidencia de voluntades nacionales. Pero ocurre todo lo contrario. Las críticas han arreciado. Mientras unos pocos llaman a la unidad y al diálogo intersectorial para frenar a ese monstruo microscópico que lleva una buena cantidad de muertes en su cuenta, otros se dedican a despotricar contra el sistema, bien por su ineficacia para manejar las estadísticas como por el lado de la probidad administrativa. La gente necesita saber en qué se invierten los recursos que se han canalizado desde el exterior, y que suman ya, varios miles de millones. El papel del Estado es, entonces, rendir cuentas claras todos los días, porque, de lo contrario, comenzamos a respirar un aire de desconfianza que no abona en nada a la pretendida unidad nacional. La desconfianza, sumada a la ignorancia prohija la repulsa y el rencor popular que se traduce en el sufragio universal.

La transparencia administrativa de un poder inspira credulidad y atenúa las críticas que lo puedan debilitar en gobernanza. No hay mejor certificación para un gobierno -para lograr una opinión pública favorable-, que demostrar que las auditorías sobre el patrimonio evidencian la buena conducción de sus caudales y la limpidez de la hacienda pública. Solo de esa manera es posible conciliar la unidad nacional. No existe otra vía.

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