“El error del silencio”

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19 de mayo de 2020
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12:57 am
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“El error del silencio”

Juan Ramón Martínez

Nací el 18 de mayo de 1941. Es decir que ayer, cumplí 79 años. Hijo del matrimonio formado por Juan Martínez, de Pedernales, Concordia, y de Mercedes Bardales, de Olanchito. Junto a mis padres, pasé mis primeros años en Coyoles Central, para movernos hacia Culuco (1946), Tiestos, La Jigua y Nerones, campos bananeros de la Standard Fruit Company. Mi padre era cortero y experto en zanjeo. (En mi oficina de trabajo, tengo en la pared, una foto de ellos, cuando se casaron. Vestidos para una boda religiosa que, solo se hizo varios años después. Y cuando, para entonces, vivía en Tegucigalpa). Mis primeros amigos fueron Efraín Castro, Óscar Ortiz, Ciriaco Castro y Adolfo López. En 1962, papá dejó de ser peón y se retiró, con 6,400 lempiras de prestaciones. Se estableció en Lérida, junto a mi madre y la mayoría de mis hermanos. Ellos formaron una familia numerosa. Somos siete. Yo, el mayor. A los 7 años, en 1948, empezó mi aventura en la búsqueda del conocimiento. Fui a la escuela Modesto Chacón durante seis años, y con una beca municipal ingresé en 1956 al Instituto Francisco J. Mejía. En 1960 me gradué de maestro. Trabajé dos años como educador. Escribí semanalmente en “Patria”; hice periodismo radial con Juan Fernando Ávila y Carlos Urcina Ramos; pero, siguiendo el sentido de mi vida, en 1963 ingresé a la Escuela Superior del Profesorado, dirigida por Horacio Elvir Rojas. Fui dirigente estudiantil y en esas luchas, conocí a Marco Orlando Iriarte, con el cual, –con mucha imaginación– soñamos que algún día, podíamos evitar la crisis que vivimos; que buscaríamos reformar las estructuras políticas, económicas y sociales, sin seguir la ruta violenta. Los marxistas de entonces, nos llamaban reformistas. Graduado, sabiendo que no conocía sino una parte del país, acepté ir a trabajar a Langue, Valle, donde dejé enterrado parte de mi corazón. En 1968, en Choluteca, con 14 compañeros más, fundamos el PDCH e hicimos la única propuesta política de transformación estructural, en la que el centro es la persona humana, que se ha hecho en la historia del país. Y en 1969, fundé mi propia familia con Nora Midence, con quien hemos procreado cinco hijos, a los que he enseñado a ser humildes.

Desde 1966, fui dirigente de FACACH, la mejor federación de cooperativas de Honduras. Fui su presidente dos años, en tiempos más democráticos que ahora, porque no se permitía el caudillismo y las posturas seudodemocráticas. Fundé el IFC –con otros compañeros– y la Confederación de Cooperativas de Honduras, con el fin de crear un tercer sector de la economía, entre el capitalismo y el socialismo. De aquí me corrieron, Rubén Solano, Mario Figueroa, Ramiro Rodríguez y René Alvarado, porque creían que usaría el cooperativismo para forjar una carrera política. Efraín Díaz Arrivillaga me protegió, en el desamparo de entonces. Estudié derecho en la UNAH.

Desde 1977 soy columnista y analista político. Empecé en LA TRIBUNA, donde descubrí con Óscar Flores y Adán Elvir, la superioridad de la palabra y su eficacia para mantener al poder al servicio de Honduras. Desde 1980, he sido amigo de todos los presidentes elegidos democráticamente. Azcona fue el más cercano. Me quiso hacer ministro de Educación, pero algunos militares, me consideraron comunista. Lo fui con Callejas y como presidente del Tribunal Nacional de Elecciones, ayudé al paso de un nacionalista a un liberal, dentro de la mayor normalidad. Y sin gastos en inútiles asesorías. Hago investigación política, histórica, económica y literaria. Publicado 15 libros. Tres de cuentos. Me enorgullecen los suplementos de LA TRIBUNA en donde, sin sectarismo, publico lo que me envían sus autores. Hago televisión, libre y sin presiones, usando la palabra para buscar la verdad. Estoy orgulloso de lo que he hecho por Honduras. La he soñado mejor que lo que es ahora. Defiendo la democracia, paz y la reconciliación. Sin esconder mis opiniones; o usar el anonimato para ofender a otros. Como humano, he cometido muchos errores. Pero los amigos que conservo y guardo en un joyero, prueban que tengo algunos méritos. Enemigos? Ninguno porque esos, los escojo yo. Ninguno me convoca al odio. Me siento feliz y realizado. Quiero una Honduras mejor que la que pide limosnas en las esquinas. No caeré, como enseñó Witman, “en el peor error: el silencio”. Continuaré.

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