LOS HIJOS DE LA PANDEMIA

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20 de mayo de 2020
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12:30 am
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LOS HIJOS DE LA PANDEMIA

NOS tomó por sorpresa, recordándonos nuestra condición de mortales, pequeños puntos en el mapamundi. La pandemia, la suma de todos los miedos, que ha puesto de rodillas economías y líderes mundiales, tuvo descendencia: El individualismo y el ruido, por poner un par de ejemplos. Sobrevivimos dudando, haciendo pulsos constantes entre el miedo al contagio y a la crisis económica, la aceptación de que necesitamos a los demás y el cómodo individualismo, el disfrute del silencio y la absurda necesidad del ruido. Enérgicamente movemos la cabeza, en señal de afirmación, al escuchar recomendaciones de expertos: Cero prejuicios con el contagiado; pero, allá muy adentro, enraizado en el pensamiento: No es mi problema, sálvese quien pueda. Escuchamos a especialistas decir que estamos ante una ocasión única, que bien podríamos invertir en reflexionar y hacer ciertos balances personales; pero pronto nos atiborramos haciendo tiktoks, ideando hashtags o contando el número de caracteres propios del twitter.

LOS HIJOS DE LA PANDEMIA

La sociedad pandémica, que nos empuja a ser uno y no unos, también nos tira al abismo del ruido, acentuando la necesidad de hacernos notar en la jungla, donde el que más grita, más canta y baila, es quien destaca. Y así vamos atravesando este tiempo, solos y aturdidos, midiendo la afectividad con “likes” y con seguidores, esperando el retorno a la normalidad, en vez de hacer la llamada pendiente, enviar el saludo afectuoso o llenarnos del silencio necesario para crecer y entender que tendremos que construir una nueva normalidad. Pues, no existirá tal retorno a algo que ya no existe. El mundo giró repentinamente y con él también dio vuelta la forma de entender la vida, de aceptarnos a nosotros mismos y de inter relacionarnos. Habrá que ver qué o quiénes sobreviven: Si el instinto social de salir juntos de la crisis o el individualismo; si quienes dedicaron el tiempo a valorar lo que teníamos (pequeñas grandes cosas que se volvieron invisibles) y hacerse más fuertes o los que siguen bailando al ritmo loco y sin sentido de algunas redes sociales, sin pensar más allá de donde termina su celular.

Desde aquí se escuchan gritos: ¡Callen el silencio! ¿Qué puede ser más atemorizante que bajar del escenario y apagar luces y sonidos? Decida usted si se atreve. (Decidimos, en esta ocasión, ceder el espacio de nuestra columna de opinión para acomodar estas líneas de autor invitado, ya que el texto, tanto en su contenido como en la trama narrativa ensambla nítidamente con el fondo de otros editoriales escritos sobre el mismo tema. Además, sirve de ejemplo cómo la lectura constante desde temprana edad desarrolla en las personas la habilidad del buen decir, la adecuada redacción, y la elocuencia de expresión).

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