MAURICIO RAMÍREZ, ME PRESTÓ 80 LEMPIRAS

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30 de mayo de 2020
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03:27 am
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MAURICIO RAMÍREZ, ME PRESTÓ 80 LEMPIRAS

Bloque de prensa de Olanchito

 

 

 

La primera vez que lo vi fue en septiembre 15 de 1949. Doña ‘’Mencha’’ nos envió a que nos fotografiara en su casa, donde, además, manejaba la Farmacia Honduras. Lo hizo con una cámara portátil. Había sido diputado durante el gobierno de Carías Andino. Fue la única voz que se opuso en el Congreso Nacional – contrariando las instrucciones de Carías – a que se levantaran las líneas férreas tendidas entre Trujillo y Olanchito. Y era, además, el representante legal y corporativo de la Standard Fruit Company en la ciudad cívica. No era un hombre popular. Eran tiempos en que los nacionalistas eran minoría y ejercían control despótico sobre los liberales que no podían usar, ni siquiera pistola. En 1960, me incorporé al Bloque de Prensa de la APEN (Asociación de Periodistas y Escritores Norteños). Era el más joven del grupo que integraban además de don Mauricio Ramírez, Jesús Medina Nolasco, Francisco Murillo Soto, Lino E. Santos, Carlos Urcina Ramos, Ranulfo Rosales Urbina, Pablo Magin Romero y yo. En 1962, nos acompañó como miembro de la delegación del Bloque de Prensa de Olanchito que integrábamos, además, Humberto Caballero y yo. En el Congreso, maneje una polémica – sobre cuyo tema no guardo recuerdo alguno – con Martin Baide Urmeneta, periodista de mucho prestigio en San Pedro, que dirigía “El Meridiano de Cortés”.

En medio de la discusión, se fue la luz eléctrica y en la penumbra por molestar al veterano Baide Urmeneta, entre la multitud se improvisó un coro que repetía, “Olanchito”, “Olanchito”, “Olanchito”. En la fiesta, que ofrecieran los anfitriones del Bloque de Prensa de Santa Rosa de Copán, en la sede de la Asociación de Obreros, se agregó a la delegación nuestra Dionicio Romero Narváez, entonces el director de Correo del Norte. Romero Narváez no era simpático. Pero con los tragos, que, para entonces, casi no podía retener, se tornó cercano y hablaba con todos, con mucho cariño, en el tono de paisanos reencontrados. Conmigo solo nos dimos la mano. Era la tercera vez que le veía. La primera, siendo alcalde, le hice una consulta y me respondió con un enfático no. En su residencia en SPS, me estrechó la mano y me dijo como está usted. Creo que nunca supo mi nombre.

MAURICIO RAMÍREZ, ME PRESTÓ 80 LEMPIRAS

Juan Ramón Martínez, Mauricio Ramírez y Humberto Caballero

A finales de 1962, cuando ya había decidido presentarme al concurso para optar a una beca en la Escuela Superior del Profesorado, al momento de viajar a San Pedro Sula, no tenía dinero para el pasaje en avión y para cubrir los gastos de estadía. Trabajaba como maestro de primaria, atendiendo cuarto grado. Nos pagaban 130 lempiras mensuales; pero el gobierno no era muy puntual. De modo que, entendí que no tenía otra alternativa que solicitar un préstamo de 80 lempiras, cantidad que calculaba, sería suficiente. Recurrí a Lino E. Santos – que me había ayudado a conseguir el empleo de profesor –, que dijo que no. Fui entonces donde Domingo Urbina, el que, también dijo no. Me sentí desolado porque no tenía más alternativa. Después de meditarlo, se me ocurrió visitar a Mauricio Ramírez y hacerle la misma solicitud. Me trataba de compañero y era muy simpático conmigo.

Pero como vivíamos tiempos de crudo sectarismo, siendo liberal, era un deshonor buscar un favor de parte de un nacionalista. Haciendo tripas corazón, llegué a la Farmacia Honduras en donde me saludó con mucha alegría. Si ‘’Nicho’’ Romero era antipático, Mauricio Ramírez era todo lo contrario: sonriente, amigable, conversador y no disimulaba su deseo que uno se sintiera bien a su lado. Cuando le expliqué mi situación y le solicité los 80 lempiras, me respondió, sonriendo: “vea compañero, en este momento no los tengo– eran las 10 am – pero venga mañana”. Hizo una pausa y agregó: ¡Por esto no dejara de ir a estudiar a Tegucigalpa! Venga mañana a las 2 pm. Nos despedimos. Tenía ganas de llorar. Al día siguiente llegué y me entregó el dinero. Dos días después hice el examen de ingreso en la Superior. Regresé a Olanchito a esperar los resultados. Apenas me llegó el cheque fui y le pagué los ochenta lempiras, en la primera de las muchas tribulaciones económicas que he tenido.

Cuando referí por primera vez esta historia, un compañero, y entonces correligionario liberal, me dijo: “Ese hombre era malo; no te estaba haciendo un favor. Te estaba corriendo de Olanchito”. Ahora, creo que era un personaje singular. Que sabía servir a sus amigos y a los jóvenes que querían superarse.

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