Ira contenida

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4 de junio de 2020
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12:06 am
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Ira contenida

Carolina Alduvín

Por: Carolina Alduvín

La pandemia en curso está dejando saldos negativos no solo en vidas humanas, empleos perdidos y millonarias cantidades en costos tangibles y de oportunidad; además, costos en la estabilidad emocional, tanto individual como colectiva, cuyos efectos irán manifestándose a medida que los contagios y la paranoia desatada vayan cediendo. Ante el dilema entre la salud o la economía, el gobierno de los Estados Unidos decidió dejar atrás las restricciones a la circulación interna, observada –a medias– en las pasadas semanas; la “nueva normalidad”, como algunos llaman al fin del encierro, combinado con la viralización de un acto de brutalidad policial, nada fuera de lo usual en contra de personas afrodescendientes, ha desatado un polvorín en las calles de numerosas ciudades dentro y fuera de la Unión Americana.

Toda la gente decente tiene razón al estar asqueada por el brutal asesinato televisado de George Floyd por parte de un policía. De sobra se sabe que estas agresiones son mucho más comunes hacia integrantes de comunidades afrodescendientes; la violencia policial mata a más de mil ciudadanos estadounidenses cada año, habiendo entre los afrodescendientes casi el doble de casos, de los correspondientes a su proporción en la población, los números son consistentes año con año, pero no un hecho natural. Es algo que podría cambiar aplicando algunas políticas.

Organizaciones de derechos civiles, han propuesto reiteradamente pasos claves en el nivel federal para disminuir la violencia y los abusos policiales. Por ejemplo, normas estandarizadas para que se use la fuerza únicamente en casos de necesidad, prohibir estrictamente maniobras que impidan el flujo de sangre y oxígeno hacia el cerebro y, dejar de transferir equipamientos militares a la policía. Diferentes comunidades han adoptado paneles de revisión de políticas, adoptando enfoques comunitarios y, en general, dejado claro que la violencia policial no se tolerará. Sin embargo, el racismo priva en el aire que se respira.

El racismo de los policías refleja el racismo de la sociedad estadounidense. La visceral falta de humanidad de una persona tomando la vida de otra, desata con razón la ira contenida, pero la violencia silenciada de una policía racista y el racismo estructural mata a numerosas personas de color a diario. Además, la pandemia ha revelado una básica verdad, en las estadísticas del país del norte, no hay datos completos de la composición racial de quienes contrajeron y murieron por COVID-19, pero personas no blancas han sido afectadas desproporcionadamente.

Las disparidades de la pandemia reflejan desigualdad en el acceso a cuidado de salud de calidad, la racialmente injusta carga de padecimientos crónicos entre la población y la sobre representación de personas de color entre la recién bautizada categoría de “trabajadores esenciales”. Esto también refleja las decisiones políticas, la de no hacer el cuidado de la salud un derecho, la de tolerar las disparidades raciales en cuanto a ingreso y riqueza, la de permitir a compañías predadoras que las comunidades de color sean sus blancos, la de permitir abierta y encubiertamente el racismo económico, social y cultural.

Existen alternativas a tales decisiones: seguro médico para todos, una justa política de vivienda, ingreso vital, protección a los derechos de los trabajadores, hacer valer los derechos civiles y otros. El actual presidente, no solo no las toma, sino que agudiza los mencionados problemas, pese a clamar disgusto por el asesinato de Floyd, no se detiene a honrar su memoria –ni se diga reconocer la enorme cuota de violencia policial– antes de apresurarse a tomar acciones contra los indignados manifestantes. El presidente que ha mostrado impotencia ante la pandemia que barre a su nación, se da golpes de pecho al anunciar que está en control de la ley y el orden.

El mismo que ha dejado a criterio de cada estado hacer sus planes para enfrentar la peor crisis de salud pública en un siglo, ahora advierte a los gobernadores que, si no suprimen las violentas protestas, él desplegará militares en sus territorios. Y no le preocupa perder la reelección con sus medidas fascistas, confía por un lado en lo fuertemente divididos que están los demócratas y, sobre todo, en que siendo fiel a su racista personalidad, los votantes estadounidenses están tan bien representados por su persona, que no hay manera de no alzarse con un segundo mandato, lamentablemente en perjuicio de las minorías que, seguirán con su ira contenida.

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