¿EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN?

ZV
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5 de junio de 2020
/
12:09 am
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¿EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN?

LA libertad de expresión en el país no es absoluta. Se enmarca dentro de parámetros de protección al Estado y a la sociedad. Garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal, familiar y a la propia imagen. “La ley que regule la emisión del pensamiento –lee el artículo constitucional– podrá establecer censura previa, para proteger los valores éticos y culturales de la sociedad, así como los derechos de las personas, especialmente de la infancia, de la adolescencia y de la juventud”. Sin embargo, si los excesos son penados, igual otros –como la apología de la violencia, del odio, o atentados al sistema democrático y republicano de gobierno– ¿qué ley aplica a los nuevos espacios de comunicación, inexistentes cuando estás normas fueron emitidas? Las leyes nacionales se redactaron tiempo atrás, pertinentes a los medios de comunicación que se conocían en ese momento, sin idea siquiera de la revolución tecnológica que vendría en la comunicación con la irrupción del internet y de las redes sociales.

¿EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN?

Traemos a luz las anteriores reflexiones a raíz del debate suscitado en los Estados Unidos, ahora que Twitter etiquetó los trinos recientes de POTUS, sometiéndolos a un cotejo sobre su veracidad. Hasta hoy, las empresas que transmiten cualquier mensaje por sus portales digitales, no asumen responsabilidad alguna por el contenido. (No solo eso, sino que muchos que se aprovechan de esos espacios lo hacen con cuentas falsas, identidades escondidas –sin control o restricción alguna de los que operan las plataformas– dejando a las víctimas indefensas a los ataques calumniosos y difamatorios). Esa inmunidad de que gozan, no es simétrica a las reglas bajo las cuales operan otros medios de comunicación, sobre los que sí puede recaer penalidad legal por sus publicaciones. Mientras Twitter, atendiendo su nueva política de monitoreo intenta evitar la propagación de mensajes maliciosos o dañinos al bien común, Zuckerberg de Facebook, persiste en mantenerse –inmune en su burbuja– indiferente a que terceros hagan y deshagan utilizando su portal digital. (Hacen millones con el negocio, apáticos a que depredadores devoren a sus presas, cuando impera la ley de la selva). ¿Deben o no deben haber filtros que permitan al auditorio formarse una opinión en base a información correcta? ¿Para poder deducir sobre la veracidad o falsedad de lo que trasciende? Bueno, esa es la disyuntiva. Esta pandemia del coronavirus ha servido para alertar sobre los temores inducidos a la sociedad y el daño que ocasiona a las personas y a la comunidad la difusión de información equivocada.

Si bien hay mucha denuncia importante que fluye libremente, de beneficio colectivo, igual, las calumnias, la desinformación, la impunidad para transmitir cualquier mensaje falso o tendencioso, destructor de reputaciones, causa un daño correlativo. (En el patio doméstico, la OMS/OPS, que no maneja portales de transparencia, desoye la iniciativa “Verify” del Secretario General de la ONU, para no dejar que “nuestros espacios virtuales caigan en manos de los que trafican con miedo, mentiras y odio”). Se abanica una atmósfera de confusión, de pánico, de zozobra, de percepciones equivocadas que no permiten al ciudadano tomar sus decisiones bajo la influencia de la mejor información. Ello no es otra cosa que perniciosa deformación de los valores que contribuyeron al progreso y al bienestar de las naciones. Que contribuyeron a la formación de liderazgos ejemplares y de ciudadanos dignos, luchadores y emprendedores. Se inocula, en la medida que esos valores se deprecian o caen en desuso, el germen de la descomposición. Evolucionando a lo que actualmente vivimos. O más bien, el término apropiado no es vivimos, sino padecemos. Como tampoco es evolución, sino involución hacia una sociedad más agresiva, conflictiva y dividida.

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