El gusto por la Palabra… es un don del Espíritu Santo

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6 de junio de 2020
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12:42 am
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El gusto por la Palabra… es un don del Espíritu Santo

Por: P. Tony Salinas Avery

Con la reciente fiesta litúrgica de la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, cabe una reflexión en tiempos del COVID-19 sobre el gusto por la Palabra de Dios, como un don del Espíritu Santo, que nos trae paz y consuelo, fortaleza y esperanza. En Dt. 8,2-3.14-16 texto maravilloso de una apasionante homilía puesta en boca de Moisés, aparece el maná como escarcha sobre la superficie asoleada del desierto sinaítico y el agua que brota de la roca durísima para saciar la sed de los israelitas, ambos signos de la palabra “que sale de la boca del Señor”. Sin este alimento, el hombre se vacía interiormente y se debilita en su fortaleza vital. El estudioso alemán G. Lohfink, defendió efectivamente el capítulo 8 del Deuteronomio, del que está tomado nuestro pasaje, como el “mandamiento para Israel en estado de bienestar”, después de haber conquistado la tierra de Prometida. En tiempos cuando la vida aparece alcanzar niveles de desarrollo que pudieran llevar a la tranquilidad de conciencia y a la indiferencia religiosa por el materialismo, resuena el llamado del Deuteronomio a encontrar el hambre y la sed del desierto espiritual, es decir, el deseo de la Palabra de Dios. El profeta Amós había anunciado días: “en los que Dios enviará el hambre sobre el país, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra del Señor”, (8,11).

Esta fue sin duda la finalidad de las escuelas judías y la labor de los padres en el seno de los hogares, hacer que los hijos tuvieran hambre y sed por la Palabra de Dios. La comparan como un alimento vital para la vida, unida a la necesidad, el gusto del comer bien y deleitoso. De allí, que la misma Sagrada Escritura diga de sí misma que ella: “Es mas dulce que la miel, que el jugo de panales”, (Sal. 19,11). La imagen de la miel acabada de sacar del panal de abejas, expresa el gusto por escucharla o leerla. Su sentido espiritual, trasciende porque evoca y conduce al propio inspirador y artífice: Dios. Por tal razón, el salmista invita de manera imperativa a: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”, (33,8). Se gusta una palabra que nos lleva de manera directa a una relación, con aquel de quien viene y la finalidad de tantas letras, con quien es el sabor definitivo y más delicioso de toda la Escritura: “¿Qué hay más dulce que la miel?”, (Jue. 14,18), esta pregunta que el pueblo hizo a Sansón, hoy nos sirve de respuesta: solo Dios y su Palabra: “¡Cuán dulce al paladar me es tu Palabra, más que miel a mi boca!”, (Sal. 119,103).

Hoy el hogar y la Iglesia se hacen como en los tiempos de Jesús Bet ha-Sefer (“casa del libro”) y por qué no también Bet ha-Midrás (“casa de estudio”), para hacer que la dulzura de la Biblia llegue a todos los paladares, que se traduce como dice el Concilio Vaticano II, en un “amor suave y vivo hacia las Sagradas Escrituras”, (SC. n. 24). El gusto por la Palabra de Dios, nos ayudará a encontrar no solo alimento, sino también fortaleza para superar eventuales situaciones a veces nada favorables de la vida.

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