La política después de la pandemia

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6 de junio de 2020
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12:57 am
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La política después de la pandemia

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Con esta crisis de la pandemia, algunos analistas han tirado sus predicciones sobre la mesa, sospechando que las cosas se pondrán feas con el tema económico, y que todas las instituciones deberán pasar por una revisión exhaustiva para determinar si resultan provechosas para los ciudadanos, o, en su defecto, deberán desaparecer para siempre. Desde ya, podemos visualizar que los resultados de ese examen no dejará buenas calificaciones, además de que no esperamos nada novedoso: ni con las crisis políticas del 2009 y el 2017, ni con la recesión mundial del 2008 aprendimos a rediseñarnos.

Con mejor optimismo y con la querencia más vibrante en sus corazones, otros visualizan que un nuevo orden envolverá al mundo, que el mapamundi sufrirá una transformación planimétrica, y una congregación basada en la hermandad entre las regiones, se traducirá en una renovada sociedad de países que podría sustituir a la Organización de las Naciones Unidas.

¿Meras conjeturas producidas por este encierro que convoca a la reflexión más perturbadora? Podría ser, pero no olvidemos que el común denominador del confinamiento ha sido una profunda revisión de la economía, la política y el accionar de las instituciones, incluyendo la familia. Porque hemos visto de todo: la mayor parte de la población bregando en el día a día, luchando cotidianamente por la obtención de los medios de subsistencia: no hay empleo, no hay ingreso y, desde luego, el consumo ha venido a la baja. La clase media y alta, por su parte, con los recursos disponibles, no ha querido dejar el ritmo de vida acostumbrado, entre el trabajo -aunque sea en línea-, y la diversión de fin de semana. Son las mismas clases sociales que dominan la economía y la política de cualquier sociedad.

Los políticos por su lado, comenzaron a perder protagonismo con la crisis. El estrellato lo asumió el gobierno como el principal rector de la catástrofe y responsable directo del manejo de los medios institucionales. A la oposición no le ha quedado más remedio que criticar cualquier movimiento del oficialismo, como es una vieja costumbre en la politiquería tradicional, lo que ha desencadenado miles de reacciones entre los apasionados e irracionales seguidores ocultos en las redes sociales.

Pero la pandemia ha desnudado las debilidades institucionales y al sistema democrático tradicional, lo cual significa que, en la medida que descienda la peligrosidad del contagio, los partidos políticos volverán a la carga con los mismos discursos y las mismas caras que para los votantes significan “cambio de suma cero”. Nuevos liderazgos han comenzado a surgir, por lo que habrá de replantear la política, ya no en los términos discursivos de la academia y del periodismo crítico, sino, echando mano de un lenguaje más inclusivo que desafíe los estériles proyectos de los partidos tradicionales, cuya ineficacia es proporcional al desencanto que experimenta la población, en este crucial momento de la crisis.

Los ciudadanos hemos aprendido que las cosas no se resuelven con decretos cuando no hay empleo, ni con comisiones “ad hoc” cuando se experimenta el hambre.

Hay otras formas de entender y hacer la política. Algunos expertos la plantean como “la nueva diplomacia ciudadana”, aunque el nombre no importa. La gente necesita participar en sus comunidades, regiones y en las organizaciones donde militan, incluyendo a la empresa privada. La mejor manera de enfrentar las crisis que se avecinan es, precisamente, la organización política, pero no la tradicional, la de ofertas y sueños fallidos, sino, la de redes interconectadas, las conformadas por todas las instituciones intermedias de la sociedad. Esa es la nueva democracia que necesitamos los hondureños.

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