Aproximación a una muestra de procesos y prácticas rituales en torno a la muerte en Honduras

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7 de junio de 2020
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12:45 am
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Aproximación a una muestra de procesos y prácticas rituales en torno a la muerte en Honduras

A la memoria de Manuel Hernández, amigo-hermano

Por: Rubén Darío Paz*

Desde la visión antropológica, el tema de la muerte es recurrente, en parte por la diversidad de criterios que los pueblos tienen o “imaginan” para explicársela, o por la suma de argumentos para asimilarla. A través de la historia nos encontramos con un universo de “cultos a la muerte”, como también una serie de deidades que le representan. El filósofo Edgar Morín describe ampliamente el significado de la muerte en el mundo en su libro: El Hombre y la Muerte.

En Honduras, la mayor parte de su población, sin importar credos religiosos, desde las iglesias se promueve la “vida eterna”, y al conversar al interior de las familias es evidente “el respeto por el difunto”, “el encender una vela en su memoria”, “el temor a los muertos”, el “festejar sus aniversarios”, “el ver con recelo al camposanto” el “complacer los deseos del difunto”, e incluso “asumir algunas revelaciones”, a través de los sueños. Así como el cuidado que se presta en muchos pueblos con respecto a la conservación y mantenimiento decoroso de sus cementerios.

Resultan atrayentes las expresiones que se llevan a cabo, en torno a los “eventos luctuosos”, velorios, mortajas, altares especiales elaborados por los amigos del difunto, entierros, rezos de 9 y 40 días, cabos de años, comilonas, serenatas y otras actividades que en el caso de varios pueblos de la región sur de Honduras, se tornan particulares, y que por esa misma trascendencia es oportuno valorarlas.

Se cree que “el alma” de los difuntos permanece presente y se coloca agua y otros elementos de acuerdo a las creencias sobre su presencia dentro del entorno ceremonial mortuorio.

Manuel Hernández.

El “velorio” en Honduras, se convierte en un espacio para rendirle “tributo al difunto”, solidaridad y respeto a sus familiares. Nunca un “velorio”, sin necesidad de invitación, va ser tan concurrido, como en el interior de nuestros pueblos, en ese “velorio” se juegan cartas, se cuentan chistes, surgen los espacios propicios para los juegos infantiles, se comparten comidas especiales, bebidas estimulantes, e incluso es un magnifico espacio para actualizar los “chismes del pueblo”.

Conforme avanzan las sociedades estos “rituales”, van cambiando, algunas formas de “velatorios” son diferentes, y pueden variar de acuerdo al estrato económico, sexo, religiosidad, o sitios geográficos. Siendo los espacios rurales más apartados, los más conservadores de ritos y procedimientos ancestrales.

Empero, muchas de esas prácticas, que antes eran cotidianas, con el paso de los años y por una serie de factores, han desaparecido, otras se han reinventado, el escritor Julio Escoto en un libro sobre San Pedro Sula, recoge una imagen de mediados del siglo anterior, donde se observa, que para velar un muerto, no era necesario el ataúd, su cuerpo se exhibía en “mangas largas” sobre una mesa, casi siempre con la “mudada nueva”, incluyendo calcetines. Mi madre conserva una fotografía donde su abuelo luce inerte, en un ataúd en forma de “rombo” alargado en los extremos, y abierto al público mientras era velado. En ese ataúd el bisabuelo se ve “catrín”, pero con abundantes algodones en la boca y nariz. El investigador Mario Ardón Mejía, comenta “En la ermita de la aldea de La Misión en Taulabé, se encuentra un instrumento mortuorio para velar y trasladar a los muertos sin ataúd hasta el cementerio y era reutilizable, según la tradición fue promovida su utilización por el padre Manuel de Jesús Subirana quien eligió esa aldea como su centro de operaciones”.

En Ilama, Santa Bárbara, durante mi niñez, quizás por mi condición de entremetido, presencié cuando una señora le ataba los “dedos gordos” de los pies a un querido tío, que habían asesinado, pregunté en seguida por qué lo hacían, y me dijeron “siempre que sucede una cosa así…, uno le amarra los “dedos gordos” de los pies al muerto, para que el asesino no vaya a fugarse”. En efecto sucedió, el malhechor no se fue. Años después me enteré que en otros pueblos del occidente de nuestro país, esa práctica era normal, pero en las últimas dos décadas no he vuelto a presenciar dicha acción.

El colega Mario Ardón Mejía, también recuerda que “en una comunidad de Nueva Frontera (Santa Bárbara) en los años 90s ocurrió un caso en el que además se le colocó a la difunta un almuerzo bajo el sobaco de tal manera que cuando el malhechor fuera a comer la difunta se lo ofreciera. Esta práctica tiene muchas implicaciones que ponen el riesgo a los parientes cercanos del difunto, pues existe una serie de prácticas de identificación y reacción por parte de los malhechores para desvirtuar sus efectos.

Una región sur repleta de elementos culturales
De acuerdo a las condiciones geográficas, esta región comprende los departamentos de Valle, Choluteca y parte de El Paraíso.

Sus pobladores comparten dificultades como un acelerado proceso de deforestación, migración constante, altos niveles de desigualdad social, pero también entre otras una enorme tradición oral, más la práctica de instrumentos de cuerdas, manifestaciones que le hacen singular.

Difícilmente podemos dejar de valorar que en la “región sur” de Honduras, se producen excelentes lácteos, melones, sandías, caña de azúcar. Son abundantes las artesanías domésticas en barro, palma, madera, arcilla, cuero, mezcal y una amplia panadería tradicional.

Sus ciruelas “tronadoras”, semillas de marañón y mangos “Pespires”, tienen sabores exquisitos. La extracción de sal marina aunque de manera artesanal, sus inversiones en camaricultura, más las condiciones propicias para la generación de energías, se constituye en un pilar fundamental para la economía hondureña. Difícil es olvidar espectaculares paisajes y la alta diversidad vegetal y animal que se funden sobre un relieve escabroso, pero encantador.

En la región sur, la “muerte se festeja”
Todos los pueblos sureños, realizan festividades patronales y sin importar las precariedades resultan concurridas, bullangueras, vistosas, y se percibe un gran sentido de participación; corridas de toro, reinados, toros-fuegos, exposiciones gastronómicas, procesiones, bailes, palos encebados, etc. La feria patronal de Liure en enero, en la cabecera municipal del mismo nombre es un ejemplo de un pueblo organizado, educado y preocupado por la atención cuidadosa a sus visitantes cercanos y lejanos.

Así como se “celebra la vida”, en la región sur se “conmemora la muerte”. En varios municipios para enterrar a un muerto, contratan la “banda de viento” o el “conjunto de cuerdas”, sino existe localmente, los contratan en algún pueblo aledaño. La intención es ir a dejar el féretro al cementerio, al son de las canciones que más disfrutaba en vida el personaje. Según las condiciones familiares del difunto, la vela puede durar dos días, entre rezo, comedera y canciones, significa que en dicho espacio se convive. Es común el destace de cerdos y vacas para el velorio y novena de nueve días y de cabo de año. No es extraño que los residentes en Tegucigalpa o Choluteca realicen excusiones en buses costeadas con sus propios recursos para acompañar a un difunto reconocido en sus comunidades de origen sureño.

Lo mismo resulta cuando se celebra a los “santos difuntos”. Las familias se disponen a limpiar las sepulturas, evocan oraciones, comparten comidas, bebidas y pasan parte del día, alrededor de las tumbas de sus parientes. Los “conjuntos musicales” se hacen presentes, con el objetivo de ofrecer algunas canciones en memoria de los difuntos.

Es significativo el movimiento que se percibe en las comunidades y que implica la reverencia que los sureños muestran ese “día de difuntos”. Mención especial merecen Langue y Goascorán, en parte porque en ambos municipios se cuentan con sus propias Bandas de Viento, lógicamente de estas la que se ha convertido en referente patrimonial, es La Banda de Goascorán, conocida dentro y fuera del país. Si bien en otros lugares de Honduras, hemos visto que ante “la muerte o los difuntos” se realizan rituales similares, no cabe duda que en la región sur, esos “festejos” son cotidianos y se convierten en elementos identitarios y de confraternización social.

Rezos a discreción
Al fallecer una persona, sus familiares agendan sus actividades: se le reza a los 9 días, a los 40 días, a los 6 meses, y al cumplirse el primer año. Cuando se cumple el segundo año del fallecimiento, a eso se le nombra “cabo de año”, quedando únicamente los nueve aniversarios venideros, donde también se le van a rezar. Sabemos que cada una de las celebraciones, implica costo económico, pero se cuenta con la ayuda de familiares, vecinos y amigos. En algún salón de la casa e incluso en el “corredor frontal”, utilizando sábanas blancas se prepara un altar en honor del difunto, se decora a veces con adornos “artificiales”, pero, en el mejor de los casos con flores naturales.

En la aldea El Jazmín, (Orocuina, Choluteca), sostiene Ardón Mejía “los hombres que fueron amigos del difunto asisten anticipadamente y utilizando maderas verdes de fácil talla preparan unas estatuillas para adornar los escalones del altar del difunto”.

Al centro del altar, se coloca una foto a veces ampliada del difunto e incluso alguna corona que por varias razones no la llevaron al cementerio. Cuando las casas tienen pisos de tierra, se acostumbra a “regar hojas” de aceituno o almendro, con el propósito de aromatizar el área o aplacar el polvo. Es frecuente el uso de imágenes religiosas según la devoción familiar, se pueden observar estampas de la virgen de Suyapa, Sagrado Corazón de Jesús, entre otras.

En muchos altares, además de velas encendidas, se coloca un “vaso con agua y palma bendecida” Se tiene la creencia de que si el difunto se fue con sed… el espíritu vendrá a tomar agua.

En nuestras comunidades, existen abnegadas mujeres que se dedican a realizar “rezos”, lo hacen por vocación, tradición familiar y no siempre cobran honorarios. Especial interés tienen las “tonalidades” y “los cánticos de las rezadores”, estos también son variables.

Al conmemorarse los nueve días del fallecimiento de un adulto, se realiza una jornada de rezos, y mientras se descansa entre rezo y rezo, se aprovecha para compartir la comida, que se ha preparado para la ocasión, nunca faltan café con pan y tamales. Dependiendo de los recursos de la familia del difunto, se puede matar un cerdo, muchas gallinas o una vaca para compartir, se hacen sopas, para después del rezo, que termina tarde por la noche.

Las celebraciones a los niños, son distintas
La muerte de un niño tiene otras connotaciones, resulta que los rezos se hacen a los 7 u 8 días, y a los 30 días, y solo si la familia decide, se les vuelve a rezar a los seis meses. Los altares se preparan al igual que los adultos, únicamente que las prendas que utilizan (sábanas) son de colores infantiles y algunas veces colocan un “pastel” en el altar, siempre con la imagen del infante. Incluso se llega a argumentar que la muerte en la infancia es como una bendición para los miembros de la familia, ya que contarán con emisarios adelantados a la hora de sus respectivas muertes.

Después de la jornada de rezo casi a las 11 pm, llega un grupo de músicos con “instrumentos de cuerdas” y una pareja de niños (varón y niña) previamente seleccionados, portando cada uno de ellos, una especie de “ramo o palma” confeccionada con flores y hojas almidonadas en diversos colores, proceden a bailar. Los niños pasan al centro y bailan una o tres canciones, mientras el público les hace una rueda para disfrutarlos. Los padres o familiares hacen plegarias en su memoria. Posteriormente se procede a compartir la comida que se ha preparado, el acto puede extenderse hasta la media noche. Estas palmas son llevadas hasta el cementerio y son “sembradas” o colocadas sobre la tumba.

El “Baile de la palma”, se lleva a cabo en varios municipios, de Choluteca, más notorio en (Concepción de María, Orocuina, Apacilagua y El Corpus). En Valle, se realizan en varias aldeas, sobre todo de Langue, San Francisco de Coray, Aramecina, Amapala y Goascorán. Resulta curioso que en San Lorenzo, a esta festividad se le reconoce como “las palmiadas”. Esta práctica con sus variantes está difundida en otras regiones del centro y occidente de Honduras, pero escasamente se ha valorado desde la academia.

La canción costumbrista “Los velorios” del talentoso Carlos Salgado, nos refleja parte del escenario rural. “Súbete a la loma porque quiero ver, donde salen cohetes para ir a joder (bis). Los velorios a mí me gustan señora, paque dan guaro, guaro para beber, dan un naipe para jugar y un ochol de ocote para alumbrar…

El levantamiento del espíritu
Conservo varias notas sobre los “levantamientos de espíritus” en otras regiones del país, particularmente en el occidente, sin embargo sorprende que dicha práctica en la región sur, sobre todo en el área rural se mantenga.

El ritual se realiza como una garantía para evitar que las almas de los difuntos queden apareciendo en los sitios donde ocurrió su muerte natural, por accidente o por acción criminal.

A los nueve días del fallecimiento de una persona, y en el marco de fin del novenario, si la persona ha muerto de manera natural, el “levantamiento del espíritu” se realiza en la casa donde falleció. Habitualmente es el hermano mayor, el que procede junto a la rezadora principal al “levantamiento del espíritu”.

La rezadora encargada de la ceremonia, toma del altar un crucifijo, a las 12 de la noche, se encienden velas, se cantan alabados, y se prepara una rama del árbol de el paraíso y se le agrega “agua bendita”, posteriormente con la misma “rama”, proceden a regar el agua alrededor de la casa, o en la habitación donde expiró la persona, esto es de acuerdo a los espacios de la casa, se acostumbra a salir en grupo por una puerta y a entrar por otra. Luego el crucifijo, nuevamente se coloca en el altar principal, se hace otro rezo y concluye el evento. He visto que encomiendan a un niño para que mientras rezan el credo, vaya levantando el crucifijo hasta colocarlo vertical al final de esta oración.

El “levantamiento del espíritu”, igual se realiza, cuando una persona ha falleció de manera violenta. De la casa del difunto, se sale en procesión, presidida por familiares y amigos cercanos, la rezadora lleva el crucifijo, y al llegar al lugar con la rama del árbol de el paraíso, procede a “reprender al mal espíritu”, mientras el resto de concurrentes, entona un melancólico himno, conocido como “el perdón”. Algunos relatos de personas practicones en este ritual, describen que en el lugar donde se “levanta el espíritu”, han escuchado ruidos y lamentos.

A pesar de lo interesante que resultan las distintas manifestaciones arraigadas al interior de nuestros pueblos, pocos estudios se han realizado. Con el ánimo de interesar a otros conocedores, destaco la descripción del Dr. Jesús Aguilar Paz, en Tradiciones y Leyendas de Honduras.

“Levantamiento del Espíritu. Como arrancado de un antiguo culto esotérico se conserva la costumbre en algunos pueblos de occidente y fronterizos con El Salvador de levantar el espíritu cuando ha muerto una persona. Fuera de colocar un vaso con agua, para que la paloma del espíritu venga a saciar su sed antes de remontar el vuelo a las remotas regiones de lo desconocido usan los indígenas de Belén Gualcho, Ocotepeque, barrer el suelo con escobas de zacate natural, en el propio lugar donde descansó el cuerpo del difunto al concluir la novena de costumbre, para que se aleje la sombra astral. (…)

Siempre Aguilar Paz, describe elementos interesantes en algunos pueblos de Copán, “Cuando un individuo moría o muere en un camino o en el campo de trabajo, es decir fuera de su casa tenían y aún conservan los indígenas, la creencia de que el alma del desaparecido queda allí, entregada a tierno y continuo llanto mientras no se vaya a levantar. Para “levantar un espíritu” lo primero es conseguir un maestro entendido en estas ceremonias, que vaya al lugar del suceso a principiar sus oraciones y que las repita durante nueve días. Los parientes y amigos del difunto acompañaban al maestro provistos de ramos, que deben ser de uvilla muy verde y al comenzar el maestro sus oraciones, los concurrentes golpean el suelo con los ramos repitiendo en coro, “Levántate (aquí el nombre del muerto) y vámonos“, después de algunas oraciones y cuando el maestro lo indica principia una procesión hacia la casa del fallecido, repitiendo seguidamente, “Venite… no te quedes”, golpeando el suelo con sus “ramos”.

Evidentemente la riqueza cultural del país, es fascinante, no obstante muchas expresiones han desaparecido, pero, estamos a tiempo, para que desde las diferentes organizaciones municipales, se retomen, se valoren y en el mejor de los casos “esas prácticas culturales” se asuman como elementos prioritarios, para fortalecer nuestra frágil identidad nacional.

Mi agradecimiento a Wendy Osorio, Mario Ardón Mejía y Ada Esmeralda Martínez, por sus valiosos aportes.

*Rubén Darío Paz. Director de Gestión Cultural en el Centro Universitario Regional de Occidente- Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Docente investigador en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán en Santa Rosa de Copán. Historiador, egresado del doctorado de Antropología Cultural en la Universidad de Salamanca, España. Ensayista y fotógrafo. Es miembro de Número de la Academia de Geografía e Historia. Correo [email protected] Teléfono (504) 89 02 70 49.

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