PAISAJES Y PERFILES

ZV
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7 de junio de 2020
/
12:32 am
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PAISAJES Y PERFILES

DÍGASE lo que se dijere, las cosas en Honduras continúan muy complicadas. Razón suficiente para añorar los paisajes hondureños de tierra adentro, que tanto hemos ignorado en tiempos de normalidad. En estos días dan ganas de salir corriendo para recibir el sol y contemplar la flora, la fauna, los valles, las mesetas, los ríos, quebradas y montañas según las posibilidades de desplazamiento de cada quien. Lo que antes parecía tal vez aburrido, hoy provoca necesidad de observación y recepción. Sin embargo, hay que aceptar que sólo con el aislamiento, el “teletrabajo” y todas las medidas precautorias, será posible sobrevivir a la pandemia, y sacar a Honduras del marasmo económico en que tal vez se encuentra.

Cada rincón de nuestro país evidencia sus límites reales; pero también sugiere enormes posibilidades de convivencia y de desarrollo humanos. Por ser un país tropical localizado en el centro del continente americano, la variedad paisajística es riquísima. Pinos y arbustos por todas partes, con robles, cedros y quebrachos que desafían al tiempo, a las plagas y a la depredación. Los valles, a pesar de la ganadería tradicional, cuando caen los primeros aguaceros, se vuelven atractivos para la vista del viajero observador. Los ríos y riachuelos tullidos en las estaciones secas, se tornan caudalosos o torrentosos cuando llueve parejamente, y se abre un espacio de esperanza para los milperos y para la producción agroindustrial. Los cafetales, por su parte, se embellecen extraordinariamente.

No puede, sin embargo, haber paisaje sin paisanaje. En el caso nuestro se trata de una población mestiza con pequeñas variaciones pronunciadas según sea la región o subregión que intentemos visitar. Ya sabemos que nuestro mestizaje es, originaria y predominantemente, producto de la relación horizontal entre españoles blancos, indios lencas y negros traídos de la costa occidental del continente africano, sin excluir otros posibles o probables mestizajes en el curso de los siglos.

Además del fuerte deseo de contemplar paisajes, es normal el deseo de observar catrachos que caminan por las calles, carreteras y senderos de herradura, con sus sombreros puestos; o bien con sus cabezas gachas por aquello de la timidez tradicional. Es probable que también los veamos entregados a sus labores de artesanía o con una carguita de leña sobre los hombros, con el anhelo de llegar a sus hogares a encender el fogón y recalentar los frijoles, las tortillas y el arroz, que son alimentos básicos, pero nutritivos.

El perfil de cada paisano, de cada amigo y de cada familiar, debe ser observado detenidamente bien, pues dadas nuestras amargas circunstancias actuales, corremos el riesgo doloroso de contemplar a las personas por última vez. Nadie nos garantiza, por ahora, que la pandemia haya sido neutralizada en nuestro país. Ni mucho menos. Lo único que queda es demostrar cariño y solidaridad a nuestros prójimos cuando están vivos e incluso “más allá de la muerte”, tal como lo han expresado algunos literatos.

Debemos recurrir a todos los ingenios individuales y colectivos, incluyendo los estatales, gubernamentales y privados, con el fin de salvaguardar la vida preciosa de la mayor parte de nuestros paisanos, a quienes les asiste el derecho sacrosanto de vivir, a pesar de los malos augurios de aquellos que se empeñan en esparcir malas noticias, o que sólo están preocupados por sus intereses mezquinos de corto plazo. Para salvar a nuestra Honduras, con su paisaje y su paisanaje, se requiere del concurso de todos los integrantes de la población, ya se trate de personas viejas, maduras o jóvenes. No se puede ni se debe continuar con una retórica en que se desconozca la realidad integral de los daños que nos ha ocasionado la actual pandemia mundial. La verdad, la honestidad y la transparencia ante todo.

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