LO DIFÍCIL DE CONGENIAR

ZV
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8 de junio de 2020
/
12:42 am
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LO DIFÍCIL DE CONGENIAR

UN amigo lector nos hizo llegar el mensaje de un maje –para utilizar el léxico de trato frecuente entre los jóvenes de esta generación–respingando por lo expuesto sobre las redes sociales en recientes editoriales. Ninguna trascendencia tiene el desvarío de un chiflado, aparte de servir como ejemplo para reafirmar que hemos tenido toda razón respecto a lo planteado en esta columna de opinión. Esos espacios abiertos de interacción, para una fingida convivencia –sin exigir ninguna responsabilidad por lo que se transmite, sumado al uso indebido de cuentas ficticias y de pusilánimes escondidos en falsos perfiles–contaminan la atmósfera de aire puro que precisa toda sociedad para respirar. Excita la frivolidad ya sea de legos o profesionales, iletrados o no, exacerbando la flojera cultural de usuarios que, antes de existir esas opciones, ya eran alérgicos a la lectura. Abúlicos al mínimo esfuerzo de la superación personal.

Como apropiadamente señalábamos en la introducción de nuestro libro Los “Idus de Marzo”: El analfabetismo pasó a ser una limitante de una mayoría que no sabía leer ni escribir, a una ironía de quienes, aun sabiendo hacerlo, nada sustancioso leen, y nada valioso escriben”. En el caso que nos ocupa habría que agregar otra a la lamentable deficiencia. Que cuando incidentalmente hojean algo, tampoco entienden lo que han leído. La desgracia de la transformación tecnológica al mundo de las comunicaciones –una realidad innegable que norma la conducta social de hoy en día– es que pocos han aprovechado la sustancia de ese valiosísimo aporte para cultivarse culturalmente, ni utilizan para su beneficio la inagotable fuente de información valiosa que se encuentra en internet. En esta casa editora no hay prejuicio alguno hacia las redes sociales. Todo lo contrario, más bien el periódico, una parte es el diario escrito y otra igualmente importante son todas las herramientas que operamos en redes sociales. Sus portales en la web, la interacción en su Facebook y en Instagram, el POD del TribuChat, y el PDF enviando a los correos electrónicos y cuentas registradas que ahora, además, distribuido por el WhatsApp, posibilita que el periódico haya alcanzado históricos picos de lectura. La diferencia entre una cosa y otra, es que el medio opera los distintos instrumentos de que dispone, tanto escritos como digitales, para dar al público información inmediata, puntual, seria y veraz. Para orientación sensata, balanceada, prudente y comedida.

Entre una cosa y la otra, son públicos diferentes y contenido diferenciado. Uno es el auditorio que busca información más confiable, lectura productiva, contenido más periodístico e instructivo y otro más proclive al morbo, al entretenimiento, al espectáculo, al hostigamiento que, dependiendo de lo escandaloso, lo absurdo, la falsedad o lo ridículo del paquete que se envía, más vírica resulta su divulgación. Son mercados de clientes diferentes y escenarios de espectadores distintos. Así que, de un lado tenemos lo veraz, lo serio, lo informativo de la prensa, versus lo otro: las bromas, burradas y videos capciosos o provocativos, más propicios al entretenimiento que al interés educativo. Lo útil, contrapuesto a la divagación que consume a esta sociedad líquida de las superficialidades –de las “chatarras de los chats”; de los twitis acomplejados disparando invectivas agresivas contra enemigos; de los “facebookeros” del “fake news”; de los “nadies” desapercibidos, hambrientos de “likes”, vacíos de calor humano, huérfanos de identidad, implorando que les presten atención en sus burbujas de soledad; de los zombis hipnotizados en nubes de espejismos virtuales; y de otros ociosos adictos de las redes sociales– conspirando para hacer desaparecer el buen hábito de la lectura. Allí, precisamente en eso, es donde nos resulta difícil congeniar con esa especie de deformación. No se trata de términos de competencia de un medio con el otro. Sino de la defensa de los valores que deseamos prevalezcan en la sociedad en contraposición a los antivalores que no se traducen en evolución constructiva, sino en una involución hacia una sociedad más agresiva, conflictiva y dividida.

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