LA LLAVE DEL ARRANQUE

MA
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9 de junio de 2020
/
01:39 am
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LA LLAVE DEL ARRANQUE

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SI la atmósfera antes que golpeara el coronavirus ya era rancia, estos meses de encierro, de estrés, de nerviosismo, de zozobra, de ansiedad y de luto para muchas familias, a no dudarlo, ha fermentado aún más el ambiente. Comencemos por asimilar que el mal del que nadie escapa, no acaba todavía, ni está próximo a terminar. Si para algo debe servir este bestial cataclismo es para crear conciencia que la pandemia lo cambió todo. Comenzando por un entendimiento colectivo, de estricta disciplina y vigilancia al cumplimiento de las recomendaciones de bioseguridad. Para que la curva de los contagios y fatalidades no se dispare. Hay un AC, antes del coronavirus y un DC, después del coronavirus. La reapertura –como la quieran apellidar– hasta cierto punto ha sido inducida por la necesidad de las empresas moribundas, de los que se han quedado sin trabajo, de la contracción en el presupuesto familiar, la caída de los ingresos fiscales y, en buena medida, la ansiedad por alguna especie de normalidad.

No obedece a criterio seguro o exacto sobre cuál sea el mejor momento de girar la incierta llave de arranque. Solo al temor, quizás, que no ha de ser hasta cuando el país entero haya entrado en convulsión irreversible. Advirtiendo que un rebrote inaceptable, puede tener el efecto de volver a cerrar el país. Durante este período de padecimiento ha habido de todo. Los que anidan la esperanza que el pueblo salga de su penuria y los que –calculando por su empañado cristal– quisieran que el país colapse. Bulliciosos que no salieron de su madriguera. Pero, gracias a Dios, incontables héroes que, a riesgo de contagio y exponiendo sus vidas, han puesto el pecho asistiendo a sus hermanos. Decíamos ayer, que la crisis impone la necesidad de repensar estrategias. No pecar de ilusos empeñados en lo que no ha funcionado. Idear un modelo económico que incentive la producción nacional. Apostándole a incrementar la oferta de bienes y de servicios domésticos para satisfacer la demanda local. Para distribuir riqueza, bienestar colectivo y no repartir pobreza. Ahora, con un país desvencijado, es preciso elevar el sentido de autoestima por lo propio. El orgullo por lo nuestro. Obtener lo esencial que no produzca el país y la materia prima del exterior, pero privilegiar lo nacional. Ya que aquí los alucinados prefieren ir a comprar afuera que adquirir lo hecho en casa, en desdeño del trabajo hondureño y de la generación de empleo local. Más que cualquier otra cosa, se ocupa un cambio en la mentalidad. En las actitudes y en las conductas. Para que se haga la luz después del eclipse.

Lo triste es que todavía no hay certidumbre que haya pleno entendimiento de lo anterior. A juzgar por comportamientos durante este penoso período transcurrido. Muchos que temprano resolvieron su problema, poco compañerismo han demostrado hacia los otros que siguen braceando en las embravecidas aguas del tempestuoso mar. El golpe fue casi a la totalidad de las actividades productivas. Muchos, pese a pasarla mal, dieron sobradas muestras de solidaridad. Al sentido común que solo contribuyendo a cambiar el ambiente pesimista se consigue reanimar los mercados. Si bien para beneficio propio, igual, en aras del bienestar general. Abundaron los ejemplos de virtud, pero no faltaron los espíritus apocados. Hubo quienes, con todo y que la naturaleza de su negocio les posibilitó usufructuar la crisis, espoleando las adicciones y las necesidades del mercado, se mantuvieron agazapados. Para no tener, escondidos, que compartir nada con la comunidad. La mezquindad de pensar que es gasto el centavo que sacan de la bolsa y no inversión traducida en la generación de esperanza. La dosis de patriotismo que la nación demanda, más aún en tiempos de apuro. La obligación que a todos llama a construir el futuro promisorio. Juzgan la promoción como algo ligado solo al interés material, para vender su producto o su servicio, no para formar imagen institucional ni influir en la sanación del compungido temperamento nacional. Otros ausentes se cuentan entre aquellos que hace días mudaron a la vecindad sus instalaciones principales y aquí solo dejaron sucursales distribuidoras para explotar el mercado. Y los intereses extraños sin apego al país que generosamente los acoge. Varios de esos tampoco sacaron la cara. Pero la buena noticia es que el grueso del empresariado, la fuerza laboral, trabajadores y campesinos, los gremios responsables y en suma la mayor parte de la sociedad, sí lo hicieron.

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