¿Qué nos deparará el año dos mil veintiuno?

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12 de junio de 2020
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12:16 am
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¿Qué nos deparará el año dos mil veintiuno?

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Fugit irreparabile tempus, latinó el poeta Virgilio: “El tiempo ido es irrecuperable”. En puridad, lo irreparable es lo que malgastamos a título personal, familiar o social y aquello que malgastan los gobiernos malnacidos. De ahí el exacto decir de Thomas Fuller: “Acusar a los tiempos no es otra cosa que excusarnos a nosotros mismos”.

Conforme a esta apreciación, la interrogante que antecede equivale a preguntarse qué cosas buenas o malas ocuparán los meses del ciclo siguiente. Cosas que, gusten o no, acarrearán el influjo de los sucesos políticos acontecidos en los últimos once años y, por supuesto, sumados los efectos persistentes del azote pandémico.

Partamos de un hecho previsible: el refuego electoral alborotará el cotarro a partir de enero, tanto en los cotos partidistas como en las urnas generales, dentro de las cuales introducirán sus votos al menos tres sectores de peso: liberales, nacionalistas y libres, más los sufragios poquiteros de las mínimas facciones, con la sombra -mácula antes bien- del fraude y la imposición habidos y denunciados en los comicios precedentes.

De antemano, los amigos del gobierno -propensos al pancismo y a la sinecura- formulan sus rogativas, igual que en años atrás, con el fin de que la “estrella solitaria” permanezca en el cielo azul del poder, y lanzan su combustible sobre la oposición variopinta imputándole todo género de perversidades y deficiencias, para subseguir en el festín como cuervos merenderos.

Con todo, la situación del gobierno y “su” partido no es tan cómoda y bonancible como la reputan sus usufructuarios. Aun cuando sea vertical, fuerte y organizada la “estrella” que los representa, un pugilato se dará en su interior entre quienes propugnan aderezar el continuismo y quienes ambicionan otro cuerpo en la silla del Ejecutivo, sin descontar -en todo esto- el desgaste que acumula el manoseo de la res pública, el descrédito partidario ocasionado por los activistas del narcotráfico, convictos o vinculados en los estrados del Tío Sam.

Por si fuera poco, las secuelas del coronavirus, la incómoda reapertura de empresas y negocios, el desempleo generalizado, la dificultad de honrar pagos de luz, agua, inmuebles, tasas e impuestos, el endeudamiento foráneo, el crecimiento de la violencia, la emigración, las enfermedades, la inequidad, agobiarán más todavía.

Ahora, ¿cuál será el comportamiento de la gente ulcerada? ¿Se ajustará mansamente el cinturón? ¿Engrosará la alargada masa de las caravanas? ¿Confiará en sus creencias divinas? ¿Se volcará en las calles a rumiar su indignación? Probablemente, habrá actitudes resignadas y reacciones de esta clase entremezcladas con el fiero debate electoral.

Luego, ¿qué del 15 de septiembre, cuando el país y el istmo, todo arriben al bicentenario de la proclama independentista? ¿Existirán espacios reales para su recordación, en un contexto de tanto desasosiego? A falta del gobierno -enfrascado en el juego político-, ¿podrán las alcaldías memorar la efeméride, en particular aquellas asociadas históricamente al evento, como el Distrito Central (Tegucigalpa), Comayagua, Choluteca, etc. Y las universidades, colegios, escuelas, la Casa de Morazán… -con las incomodidades susodichas-, ¿promoverán actos en sus mismos recintos? En suma, la comisión creada y presentada por JOH, ¿echará a andar su programa, bajo las circunstancias que por esos días apretarán?

A la verdad, 2021 abunda en interrogantes, problemas y cuestiones dudosas, por más que un optimismo, asentado en arcilla, propenda ver luz enmedio de las sombras. ¿Quién no desearía un año fausto en pro del común? ¿Quién no querría una Honduras, al menos con disminuida violencia, corrupción e injusticia? ¿A quién no le satisfaría un régimen de amplia base social, no de grupos bien hallados? Infortunadamente, más allá de la oposición política, vaga y divaga una vasta población marginal e infeliz que, en sus diversas expresiones, espeja su carencia de optimismo de cara a lo que sobrevendrá.

Por esta realidad contrastada -consanguínea del pasado-, es que el íntegro hijo de Olanchito, Ramón Amaya Amador, hilvanó su mensaje esperanzador de largo plazo, aupado por su tocayo Oquelí Garay: “Tenemos tanta fe en el triunfo del pueblo hondureño, en su verdadero triunfo histórico, como el más fiel y sincero devoto puede tener fe en su Dios. El camino de la democracia, el camino de la cultura, el camino de la solidaridad humana, están llenos de escollos. No se anda por ellos sin sacrificios, pero los pueblos saben avanzar y escalar sus cúspides con arrojo, valentía e inteligencia”.

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